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Birmania, la nueva “caza del tesoro” en Asia
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Ángel Villarino

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Birmania, la nueva “caza del tesoro” en Asia

Imagínese que está comiendo en el restaurante de un hotel de La Habana y que cae en sus manos un ejemplar del diario Granma. La foto

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Imagínese que está comiendo en el restaurante de un hotel de La Habana y que cae en sus manos un ejemplar del diario Granma. La foto de portada retrata en actitud victoriosa a un famoso disidente galardonado en el extranjero, pongamos que Guillermo Fariñas. Al hojear las páginas interiores, se encuentra con tres reportajes que hablan de las reformas democráticas y económicas en curso, un artículo anunciando facilidades para las empresas extranjeras que quieran invertir en la isla y declaraciones de diplomáticos estadounidenses y europeos insistiendo en que Cuba va por el buen camino y que las sanciones económicas están a punto de levantarse. Ya con el café, alza la vista y se da cuenta de que está rodeado por decenas de empresarios de todo el mundo que charlan animosamente sobre las increíbles oportunidades de negocio que se abren ante sus ojos.

Pura invención, por supuesto. Y sin embargo, lleva meses ocurriendo… Con otros nombres, en otra capital de parecida arquitectura colonial decrépita, al otro lado del mundo. El régimen militar de Myanmar (antes Birmania), el país más atrasado y aislado de Extremo Oriente con permiso de Corea del Norte, está llevando a cabo una compleja transición con la que promete traer a su pueblo democracia, prosperidad económica y una lluvia de inversiones procedentes del extranjero. Sobre las dos primeras cuestiones, nadie tiene todas consigo, ni siquiera los más entusiastas. Menos dudas despierta el último de los compromisos: el de abrir el país al capital foráneo, sumándose a la globalización y al carro del desarrollismo asiático.

Desde hace varias semanas, la Comisión de Inversiones de Myanmar recibe entre cuatro y diez delegaciones extranjeras al día. “Hay siempre gente haciendo cola, es increíble. No tienen personal para atender tantas consultas. La mayoría son empresas del entorno asiático, pero cada vez llegan más occidentales. Por ahora están haciendo prospecciones, buscando terrenos donde podrían levantar una fábrica, montando su agenda de contactos con gente clave, etcétera”, me explicaba en su oficina de Rangún, Thit Saw, editor del pequeño grupo editorial privado Open News.

El propio George Soros pasó aquí su último Año Nuevo, en un viaje teóricamente filantrópico, pero sospechosamente oportuno. Entre sus muchos contactos, no se olvidó de presentar sus respetos ante la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, conocida como la “Dama” por los suyos y quien aspira a convertirse en la nueva presidenta en 2015, siempre que el actual Gobierno (férreamente controlado por los generales) cumpla con sus promesas aperturistas.

El partido de la ‘Dama’

En la sede central del partido de la “Dama”, la Liga Nacional por la Democracia (NLD), están convencidos de que los múltiples embargos que pesan sobre Myanmar podrían empezar a levantarse en cuestión de meses.

Quizá la cosa empiece antes del verano, ya que en abril se celebran unas elecciones parciales en las que están en juego 48 escaños del Parlamento. Estos comicios no servirán para cambiar la estructura del poder, pero se trata de la primera prueba de fuego para evaluar las intenciones de los militares. Si las votaciones tienen lugar de manera totalmente libre y la Dama se alza con la victoria arrolladora que todos los observadores pronostican, Myanmar podría recibir un premio más sustancial que las palmaditas en la espalda cosechadas hasta ahora. Desde Bangkok y Singapur, pero también desde Europa y Estados Unidos, miles de inversores seguirán de cerca los acontecimientos, preparados para lanzarse sobre el tesoro.

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A pesar de la inestabilidad y de que amplias zonas del país están en manos de guerrillas étnicas, las posibilidades de Birmania son inmensas. No sólo por su situación estratégica entre China e India, ni por los recursos naturales por explotar, ni siquiera por las enormes extensiones de tierra fértil que aún se trabajan con métodos medievales. El país alberga también la mano de obra más barata del Sudeste Asiático (menos de 20 euros al mes) y falta todo por hacer: desde un sector turístico que está apenas despegando, hasta las infraestructuras básicas para la población.

Para hacernos una idea, el 70% de sus 60 millones de habitantes todavía no tienen corriente eléctrica, entre el 40 y el 60% de los hogares no disponen de acceso a agua potable y las tarifas de telefonía móvil sólo ahora empiezan a ser asequibles para la clase media de las ciudades. Por supuesto, los negocios en Myanmar son tan apetitosos como arriesgados. Entre otros muchos primados, el país presenta hoy por hoy “el peor marco jurídico del mundo para las empresas extranjeras”, según la consultora británica Maplecroft.

Los opositores que entrevisté durante mi reciente visita a Rangún, la mayoría recién salidos de la cárcel, hablan de los inversores extranjeros con una mezcla de esperanza y miedo. Por una parte, están convencidos de que el verdadero motivo por el que los generales han decidido abrirse es, precisamente, para sumarse al boom económico que vive el continente sin depender exclusivamente de las duras condiciones impuestas por China, su único socio de peso hasta la fecha.

Al mismo tiempo, los activistas recelan del excesivo entusiasmo internacional ante un proceso de transición democrática que hasta ahora no ha hecho más que asomar tímidamente la cabeza. “Lo que más miedo da es que una vez que entre el dinero y las empresas empiecen a hacer negocios, los americanos y los europeos se olviden de la democracia y de seguir presionando al régimen, como pasa en China. Las aperturas y las buenas relaciones podrían ser una excusa excelente para hacer dinero”, me confesaba en privado un cargo de la NLD.

Empresas públicas a precio de saldo

Lo cierto es que las primeras liberalizaciones han beneficiado casi en exclusiva a las elites militares, que están comprando a precios de saldo empresas públicas. Los miedos empiezan a cobrar forma incluso antes de que empiece la esperada lluvia de oro. Las sospechas se confirman por ejemplo en el puerto de Dawei, al sur del país, en lo que se pretende que sea el centro de carga y polígono industrial más grande del Sudeste Asiático.

Lejos de los focos mediáticos, esta “zona económica especial” de 250 kilómetros cuadrados se está preparando para dar la bienvenida a las fábricas extranjeras. Para hacerle espacio, miles de campesinos están siendo expropiados por la fuerza, sin garantía ni indemnización alguna. La censura, que ha suavizado su rigor a la hora de hablar de democracia, libertades y derechos humanos, no deja pasar ni una sola información al respecto. Uno de los pocos abogados que defienden la causa de los campesinos desahuciados me comentaba que, a pesar de la situación desesperada, las reformas y el nuevo clima que vive el país abren un margen para dar batalla. “En los próximos meses veremos si el régimen le va a dar el poder a la gente o si se lo va a dar a una nueva élite económica formada por ellos mismos y las multinacionales”.

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Imagínese que está comiendo en el restaurante de un hotel de La Habana y que cae en sus manos un ejemplar del diario Granma. La foto de portada retrata en actitud victoriosa a un famoso disidente galardonado en el extranjero, pongamos que Guillermo Fariñas. Al hojear las páginas interiores, se encuentra con tres reportajes que hablan de las reformas democráticas y económicas en curso, un artículo anunciando facilidades para las empresas extranjeras que quieran invertir en la isla y declaraciones de diplomáticos estadounidenses y europeos insistiendo en que Cuba va por el buen camino y que las sanciones económicas están a punto de levantarse. Ya con el café, alza la vista y se da cuenta de que está rodeado por decenas de empresarios de todo el mundo que charlan animosamente sobre las increíbles oportunidades de negocio que se abren ante sus ojos.