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Manzhouli, donde el oso panda entierra en plástico a Rusia
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Ángel Villarino

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Manzhouli, donde el oso panda entierra en plástico a Rusia

Los sujetadores que se venden en Manzhouli no guardan ninguna proporción con el pecho menudo de las chinas. Sus aros, en los que entraría

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Los sujetadores que se venden en Manzhouli no guardan ninguna proporción con el pecho menudo de las chinas. Sus aros, en los que entraría un balón de balonmano, no están diseñados para ellas, sino para las corpulentas mujeres que viven al otro lado de la frontera, en la estepa rusa.

Situada a un kilómetro escaso de Rusia y escenario de refriegas militares durante la Guerra Fría, Manzhouli se ha convertido en el símbolo de las nuevas relaciones comerciales entre dos gigantes, vecinos que comparten 4.300 kilómetros de frontera.

La ciudad aparece como un oasis de plástico en mitad de las inhóspitas llanuras de Mongolia Interior. Surgió en 1901 alrededor de una estación de tren construida por imposición del entonces Imperio Ruso, que desvió un ramal de su ruta transiberiana hacia Pekín para abrir el mercado chino a sus manufacturas y artesanías, llevándose a cambio materias primas.

Pero los roles del comercio internacional se han intercambiado desde entonces. Ahora es China quien presiona para incentivar el comercio y vender los productos de su pujante industria ligera. A cambio, busca materias primas para alimentar su locomotora. Y los recursos del país más grande y uno de los más vírgenes del mundo son especialmente suculentos (sobre todo madera e hidrocarburos).

Manzhouli ha evolucionado siguiendo la lógica de los nuevos tiempos y la contrastada capacidad de adaptación de los chinos: se ha convertido en un descomunal mercado de baratijas, venta al por mayor y turismo barato para los siberianos. Sus calles parecen hoy la maqueta de cartón piedra de una ciudad rusa y en sus comercios los carteles no están escritos en mandarín, sino en alfabeto cirílico. Los precios tampoco se marcan en yuanes, sino en rublos.

Este es el paraíso de las compras y el ocio barato para millones de siberianos. Es una ciudad creada para que los rusos nos sintamos cómodos y compremos”, me explicaba en uno de los mercados Alexi, un comerciante que lleva 5 años introduciendo mercancía por la frontera.

Desequilibrio absoluto en la balanza comercial

Manzhouli es la manifestación más superficial de un fenómeno mucho más complejo, que inquieta tanto a la opinión pública como al Gobierno ruso: la evolución del comercio con China, una balanza totalmente desequilibrada a favor del lado asiático. En 2001 no superaba los 8.000 millones de dólares. Actualmente, mueve alrededor de 60.000 millones, una cifra que se espera triplicar antes de 2020. 

Los rusos son también conscientes de que su crecimiento y su “carnet de miembro” del ‘club BRIC’ se debe a sus abundantes recursos naturales. Mientras, su otrora vecino pobre se está industrializando y modernizando, tendiendo a converger incluso en sectores, como el armamentístico o el nuclear, en los que Rusia ha mantenido una abrumadora superioridad regional durante décadas.

El espectáculo que ofrecen las calles de Manzhouli es revelador al respecto. Cientos de miles de comerciantes y turistas rusos, la mayoría procedentes de Siberia, cruzan cada año este paso fronterizo para comprar mercancía y alojarse en pretenciosos hoteles con lámparas de araña. Antes de volver a s país, muchos pasan la noche bailando en discotecas adornadas con muebles de plástico que imitan maderas caras y donde suena música eslava.

A lo largo de la misma vía férrea trazada a golpe de cañón por el Imperio Ruso hace un siglo, los trenes cargados de mercancía china cruzan ahora sin descanso, como interminables gusanos de acero. Para evitar el contrabando, las autoridades rusas han limitado a 50 kilogramos el equipaje con el que pueden cruzar de vuelta la frontera.

“Por eso hay que escoger bien la mercancía, por las limitaciones de peso. Yo vengo con mi familia y buscamos los artículos que mejor se venden en Rusia, sobre todo electrónicos y ropa”, confiesa Masha, propietaria de una tienda situada en una aldea cercana a Irkutsk que caminaba envuelta en al menos cuatro abrigos por cuyos bolsillos asoman baterías, bisutería y relojes.

“Llevo tanta ropa puesta porque en la aduana no tienen en cuenta lo que llevas encima. Todo el mundo saca otros 10 o 15 kilos así. Pero es peor al entrar. Pasamos mucho frío para venir con lo mínimo indispensable”.

La variedad y cantidad de artículos es infinita: desde televisores hasta camisas, pasando por productos para bebés, fármacos, incluso material de caza y pesca. La amistad entre China y Rusia está escenificada en plena calle con una alegoría animal: en una avenida comercial posan un sonriente oso panda (símbolo de China) y un oso pardo (símbolo de Rusia). Ambos de plástico, por supuesto.

En el camino hacia los nuevos tiempos, Manzhuoli se ha convertido en un verdadero museo del kitsch. Entre otras extravagancias, a las afueras descansa una muñeca “matrioska” de 20 metros de altura que aloja en su interior un restaurante y que está rodeada de otras decenas de pequeñas figuras, esta vez pintadas con las caras de personajes famosos como Mickey Mouse, Marilyn Monroe o Nelson Mandela.

Incluso el aeropuerto de la ciudad está decorado como el Palacio de Invierno de San Petersburgo, con frescos en el techo y adornos barrocos de estuco y escayola. Algunos centros comerciales, sedes bancarias, e incluso torres de apartamentos, parecen inspirados en edificios famosos de Moscú, incluido el propio Kremlin.

“En China apenas queda madera”

Las construcciones pomposas desaparecen en las afueras de la ciudad, donde se concentran las serrerías que procesan parte de la madera talada de los bosques siberianos. Millones de troncos de conífera y abeto se apilan en enormes extensiones valladas, mientras las sierras trabajan incansablemente para ir convirtiéndolas en tablones o troceándolas para facilitar su transporte.

“Empecé hace cinco años con una pequeña serrería, ahora recibo cargamentos semanales. La madera siberiana es muy demandada por los constructores en toda China, ya que en nuestro país apenas queda madera”, explica el propietario de un pequeño establecimiento maderero. 

La deforestación de los bosques siberianos es una preocupación creciente de las organizaciones ecologistas. Se calcula que unos 18 millones de metros cúbicos de madera son talados y exportados cada año a China, muchos de manera ilegal. Se trata de una extensión boscosa equivalente a la de países del tamaño de Portugal. A cambio, eso sí, de toneladas y toneladas de plástico.

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Los sujetadores que se venden en Manzhouli no guardan ninguna proporción con el pecho menudo de las chinas. Sus aros, en los que entraría un balón de balonmano, no están diseñados para ellas, sino para las corpulentas mujeres que viven al otro lado de la frontera, en la estepa rusa.