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Nacho Alarcón

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De espaldas al Mediterráneo

La brújula mediterránea de la Unión Europea lleva tiempo rota, con una "diplomacia blanda" que está desorientada y una "diplomacia dura" inexistente

Foto: Atardecer en una playa de Málaga. (Reuters)
Atardecer en una playa de Málaga. (Reuters)

Europa quiere jugar con los mayores. Ser un actor más en el tablero del “big game”, tener su propio lugar en la historia del choque entre China y Estados Unidos. Volver a ser relevante y determinante en el nuevo mundo. Pero mientras sueña con esas aspiraciones, su vecindario arde. Mientras habla de “autonomía estrategia” y de plantar cara Pekín en sus ambiciones comerciales mundiales al mismo tiempo que busca evitar ser un siamés de Estados Unidos, en su puerta tiene un reto igual de importante y con consecuencias directas.

El Mediterráneo es un escenario crucial para Europa, porque la Unión será tan estable como lo sea el vecindario mediterráneo. Las aguas que bañan a un buen grupo de sus Estados miembros (como España, Francia, Malta, Italia, Grecia o Chipre) ya no son lo que eran y, definitivamente, llevan tiempo sin ser el centro del mundo. Pero sí siguen siendo el eje central del vecindario sur, clave en materia migratoria, de seguridad y económica.

Sin embargo la brújula mediterránea de la Unión Europea lleva tiempo rota, con una “diplomacia blanda” que está desorientada y una “diplomacia dura” inexistente. Al mismo tiempo Turquía, e incluso Rusia, han impulsado sus ambiciones mediterráneas y están dispuestas a ir más allá de lo que la UE parece querer ver. Ankara estira los límites con exploraciones gasísticas y petrolíferas cerca de Grecia y Chipre comprobando hasta donde llega la tolerancia de los Veintisiete.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters)

La reciente operación “Irini”, puesta en marcha por la UE para intentar hacer real el embargo de armas de la ONU a Libia, que se desangra en una cruenta guerra civil, se ha enfrentado a la cruda realidad con una Ankara agresiva que rompe el embargo y que demuestra hasta qué punto la UE no tiene capacidad real de controlar el Mediterráneo. Más allá de que cumpla su función o no, a “Irini” le faltan personal y barcos, lo cual demuestra que esa incapacidad tiene también razones: básicamente la falta de voluntad.

Porque la falta de diplomacia dura, por otra parte típica en la Unión Europea, demuestra una ausencia de dirección, o, desde luego, una dirección que provoca muchos efectos secundarios. Y es que la UE no ha actualizado su “diplomacia blanda” en la región, y eso tiene consecuencias.

No es que la UE no haya querido tener un plan mediterráneo. Lo ha hecho, pero no ha funcionado por numerosos factores. La caída del muro de Berlín cambió la visión del “gran mar”, y se intentó, a través del proceso de Barcelona de 1995 y sucesivas propuestas, como la “Unión por el Mediterráneo”, han buscado una mayor integración económica en toda la región, con la esperanza de que fuera esa la vía que llevara la estabilidad, el orden y, en última instancia, a una democratización de toda la zona.

placeholder Atardecer en Beirut. (Reuters)
Atardecer en Beirut. (Reuters)

Pero cada vez que la UE se ha enfrentado a la elección entre una agenda basada en sus valores o una centrada en la seguridad, los socios han escogido la segunda entendida, primero, como “estabilidad” y “orden”. Y no es que esta fórmula haya funcionado especialmente bien: lejos de estar resuelto el conflicto palestino, Israel prevé anexionarse parte de Cisjordania en solo unos días, Chipre sigue partida en dos, Líbano se desangró en 2006 en una guerra civil en la que Europa fue una espectadora, y la lista de desgracias puede seguir.

Con el aumento de la inmigración y del riesgo del terrorismo internacional, especialmente tras los atentados de Madrid y Londres, la UE ha dejado de plantearse la elección entre sus valores o la seguridad. No hay nada que escoger. Este enfoque, entendido en este lado del mar como “pragmático”, es en realidad torpe y cortoplacista, y es, además, tremendamente injusto con la población que vive en la otra orilla.

Así se explica la lentitud y miopía en la reacción europea en 2011 y la oportunidad perdida por parte de la UE tras las primaveras árabes en las que la población civil se revolvió contra sus dictadores en la búsqueda de mejores oportunidades, educación y una perspectiva de prosperidad, y que tuvieron como uno de sus principales escenarios las costas del Mediterráneo. En cierto modo Europa se sigue hoy encontrando ante el mismo, y parte falso, dilema: o promociona sus valores, y por lo tanto premia la apertura y las reformas, algo que le enemista con los regímenes autoritarios, o prima la seguridad, por lo que debe dejar a un lado su agenda de valores.

Foto: Un manifestante en Bagdad, Irak, el pasado 2 de octubre. (Reuters)

La experiencia de 2011 debe ser aprendida y pronto. Los movimientos civiles en los países árabes no han acabado, y por ello la UE debe pensar cómo va a participar en esta región en la transición de regímenes autoritarios a sistemas participativos. El llamado “despertar árabe” sigue ahí, y aunque la UE ha vuelto a apostar por la “estabilidad autoritaria”, como demuestra su relación con Egipto, debe pensar si esa es la estrategia que quiere tener en el largo plazo.

“La estabilidad impuesta a la fuerza mediante métodos represivos y elecciones manipuladas puede dar resultados temporales, pero cuando se rompe ese modelo, la inestabilidad que se desencadena después es mucho más difícil de gestionar”, señalan Bichara Khader y Haizam Amirah Fernández en un informe del Real Instituto Elcano titulado “Treinta años de políticas mediterráneas de la UE (1989-2019): un balance”.

placeholder Sede del Consejo Europeo en Bruselas. (EFE)
Sede del Consejo Europeo en Bruselas. (EFE)

Mirar hacia otro lado no va a hacer que la UE deje de tener un papel que jugar. Si no juega su rol, de hecho lo estará ejerciendo por incomparecencia. “Los países europeos son los principales socios comerciales y acreedores de la región árabe. Sería incomprensible que la UE no desempeñara un papel central en el apoyo a las aspiraciones democráticas de aquellos que hicieron inmensos sacrificios para librarse de la dictadura”, señalan Khader y Amirah en su documento.

Europa no puede escapar de su destino, y es en cierto modo lo que intenta hacer cuando abarca de manera miope el desafío de su papel en el Mediterráneo. Es legítimo y necesario que la UE piense en grande y busque su lugar entre China y Estados Unidos, pero no puede hacer desaparecer una realidad: su vecindario se mueve, y Europa tiene mucho que decir o que callar en ello. Vivir de espaldas al mar nunca es una buena opción cuando los cimientos de tu casa dependen del nivel de la marea.

Europa quiere jugar con los mayores. Ser un actor más en el tablero del “big game”, tener su propio lugar en la historia del choque entre China y Estados Unidos. Volver a ser relevante y determinante en el nuevo mundo. Pero mientras sueña con esas aspiraciones, su vecindario arde. Mientras habla de “autonomía estrategia” y de plantar cara Pekín en sus ambiciones comerciales mundiales al mismo tiempo que busca evitar ser un siamés de Estados Unidos, en su puerta tiene un reto igual de importante y con consecuencias directas.

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