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La capital
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El Eurogrupo no es el mundial
Se ha seguido con fervor futbolístico la elección del próximo presidente del Eurogrupo. Ahora lo que de verdad importa, el debate de fondo, volverá a caer en el olvido
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La ‘hooligalización’ de los debates y pulsos europeos no suelen acabar bien. Solo hay una cosa más peligrosa que el total desinterés con el que la sociedad española tiende a ignorar los debates comunitarios, y es convertirlos en algo parecido al fútbol. En contra de lo que pudiera parecer a la vista de las redes sociales este jueves, en el Eurogrupo no participa la selección española.
Como ocurre en muchas ocasiones con los grandes debates europeos, cuando se pierde se hacen dos lecturas: una primer nacional, que sirve para atizar al rival político, para demostrar que en Europa no se fían de ellos, y la segunda es creer en una especie de conspiración euroescéptica en la que se ataca a la Unión. La campaña para que Nadia Calviño se convirtiera en presidenta del Eurogrupo se ha seguido con fervor. Y, por supuesto, la derrota se ha tomado como algo personal, como un ataque nórdico, vikingo, un intento por aplastar a la verdadera Europa, y por otro lado como una demostración de que “en Europa”, sea lo que sea eso, no confían en “este Gobierno”, un argumento curioso porque es utilizado siempre por la oposición, esté quien esté en el Ejecutivo, por lo que esos señores de Europa deben no fiarse de ningún español.
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La emoción impide sacar conclusiones y que la sociedad madure a la hora de acercarse a los debates europeos. No, Europa no odia a España. No, no es un castigo a Pedro Sánchez por su gestión del coronavirus, como algunos creen. Es, simple y llanamente, resultado de que el irlandés Paschal Donohoe hizo una mejor campaña, movió mejor los hilos y, al fin y al cabo, contó con una mejor estrategia. Es la consecuencia de un argumentario bien montado, de una alianza sólida y de una agenda clara.
No hay que menospreciar la derrota. Claro que la elección era importante para España. Cerraba una herida abierta en 2015 cuando Luis de Guindos rozó la presidencia. Daba a Calviño un mayor peso en un Ejecutivo caótico en el que su figura iba a hacerse más grande. Ayudaba a la visión sureña del Fondo de Recuperación. Desde un punto de vista europeo, marcaba un cambio de tendencia que iba a favorecer un impulso a la agenda a favor de la integración. El golpe es especialmente doloroso si se tiene en cuenta que se tenían los apoyos de Francia, Alemania e Italia.
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Es cierto que la campaña de Donohoe, con el trasvase de votos que recibió de la candidatura del luxemburgués Gramegna, tiene ejes que son polémicos: les une sus intereses fiscales y también el apoyo de los países que se oponen completamente a la integración de la zona euro. Donohoe no puede olvidar, y no lo hará, que ha llegado a la presidencia del Eurogrupo de la mano de Países Bajos y otros “halcones”.
Pero nada de esto debe llevar a una reacción euroescéptica. No es un ataque contra España, y tampoco contra Europa. En la Unión se gana y se pierde continuamente. Hay visiones distintas y chocan entre ellas. Ninguna victoria es definitiva y ninguna idea se impone de forma completa. Puede llegar a ser frustrante pero es lo único que garantiza la supervivencia del proyecto europeo. Los “hanseáticos” tienen tanto derecho como el frente pro-integración a intentar imponer sus tesis e intentar controlar el Eurogrupo. Quejarse puede ser un buen bálsamo para el momento, pero lo único que sirve es actuar.
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El fiasco ha sido importante porque muchos creían que estaba hecho. Solo quedaba el gol en el minuto 93. Ahora el manual de los debates europeos a nivel nacional nos indica que el Eurogrupo volverá a caer en el olvido, después de unas horas en las que parecía el mundial de Sudáfrica o la final de Lisboa. No es la primera vez que lo vemos. España vibró con la exigencia de los famosos eurobonos, aunque nadie tuviera exactamente claro qué eran y para qué los queríamos, pero después la sociedad ha mostrado un desinterés manifiesto por los progresos en un Fondo de Recuperación que podría acabar resultando clave o devastador.
En cierto modo se siguen abordando debates europeos desde una visión nacionalista. No, España no debe hacerse con la presidencia del Eurogrupo porque sea una victoria épica y haga rememorar tiempos imperiales, sino simplemente porque ayuda a que se defiendan mejor las posturas españolas respecto a las reformas europeas. Son las ideas lo que realmente importa aquí.
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Las ideas van mucho más allá del cargo y, por supuesto, mucho más allá del país. La buena noticia tras el fiasco en el Eurogrupo es que esa no es una batalla de un día: dura meses y años. Es un pulso continuo al que hay que dedicar mucho tiempo y esfuerzo. Es menos satisfactorio, porque no permite hablar de “España vuelve a ser grande en Europa” ni hace fáciles los eslóganes, pero es en realidad la batalla importante.
Los debates europeos son interesantísimos, pero desde luego no son trepidantes ni emocionantes. Son de largo recorrido y gran angular. Una elección, en un proceso continuo de encaje de ideas, es solo eso: una elección. El Eurogrupo no es el mundial. Si Calviño hubiera ganado España habría cantado gol y habría celebrado la victoria como si el partido hubiera acabado. Y la realidad es que Europa es un partido que nunca termina.
La ‘hooligalización’ de los debates y pulsos europeos no suelen acabar bien. Solo hay una cosa más peligrosa que el total desinterés con el que la sociedad española tiende a ignorar los debates comunitarios, y es convertirlos en algo parecido al fútbol. En contra de lo que pudiera parecer a la vista de las redes sociales este jueves, en el Eurogrupo no participa la selección española.