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Silencio en Varsovia
Se cumplen 50 años de la "genuflexión de Varsovia", un símbolo no únicamente de la disculpa alemana por las atrocidades de la II Guerra Mundial, sino de reconciliación europea
Dicen que Europa tiene un problema con sus mensajes y con su discurso. Que es incapaz de llegar, de ser emocional. Que faltan símbolos. Todo eso es parcialmente cierto, pero sí que existen, aunque no estemos acostumbrados a ellos. El discurso de identidad al que estamos habituados está centrado en una idea: "somos mejores". Es la base que sirve para cimentar el estado nación, con sus mitos fundacionales y sus personajes de leyenda.
Nada de eso se aplica a la Unión, porque su semilla, su fundación, está sembrada en lo más profundo del mal y del horror. En contraposición al discurso positivo de la leyenda nacional, la idea de Europa se basa en dos polos opuestos. A un lado, el terror de los cadáveres esqueléticos en las calles de Varsovia y los arañazos en las paredes de las cámaras de gas de Auschwitz. Al otro, la esperanza de la imagen del operario encaramado a lo alto del muro de Berlín que con su radial ayuda a que caiga el telón de acero, dando paso a la reunificación alemana y a la unión de Europa.
Y entre esos dos extremos, la genuflexión de Varsovia. Se cumplen ahora 50 años de una de esas pocas fotografías a lo largo de la historia en las que es posible escuchar el silencio. El 7 de diciembre de 1970, durante la visita del canciller Willy Brandt al gueto de Varsovia, el líder germano, sin que aparentemente nadie estuviera prevenido, se arrodilló durante treinta segundos frente al monumento a los héroes del levantamiento del gueto de 1943, en el que fueron masacrados miles de judíos, bien fusilados allí mismo, o bien trasportados a campos de concentración. Brandt, que luchó contra el nazismo y vivió en el exilio, ya que, como él decía, no era "uno de los más acérrimos defensores de Hitler", pidió perdón en nombre de toda la sociedad alemana. Hizo, según aseguró después el canciller, lo único que se puede hacer cuando fallan las palabras.
Ese gesto, de humildad y de perdón, que ahora el Bundesbank grabará en las monedas de 2 euros como conmemoración, fue más allá de lo que muchos pensaban que debía haber hecho. En esos momentos fue arriesgado y valiente, y muchos alemanes no estuvieron de acuerdo con la genuflexión de Varsovia. Incluso algunos hablaban de "sumisión". Pero eso da todavía más importancia al gesto. Marcó la personalidad de Alemania, el discurso de la disculpa y la reconciliación, de la aceptación de una responsabilidad histórica. Arrodillado, en silencio durante treinta segundos, Brandt marcó un camino para Europa y seguramente grabó ya en el ADN del proyecto europeo la necesidad de abrazar a los países del bloque del este.
Europa tiene símbolos y un discurso, pero íntimamente ligados al horror del pasado y a la necesidad de no olvidarlo y de tomar la única vía que impide volver por ese sendero, que es la de la unidad. Por alguna razón esto no se termina de aceptar y eso lleva en ocasiones a decir que el discurso europeísta debe centrarse en los datos, en lo bien que viene para la economía, en lo fundamental que es para prosperar.
Se apuesta por esa estrategia a la espera de que Europa también cuente con unos símbolos o un discurso comparable con el de una nación que no es. Si se intenta ir por ese camino Europa se quedará siempre muda o hablará sin decir nada. Y solamente hay una forma de enmudecimiento válido aquí: el silencio de Brandt en Varsovia, el silencio para recordar. La historia europea es brutal. Abracémosla para no olvidarla.
Dicen que Europa tiene un problema con sus mensajes y con su discurso. Que es incapaz de llegar, de ser emocional. Que faltan símbolos. Todo eso es parcialmente cierto, pero sí que existen, aunque no estemos acostumbrados a ellos. El discurso de identidad al que estamos habituados está centrado en una idea: "somos mejores". Es la base que sirve para cimentar el estado nación, con sus mitos fundacionales y sus personajes de leyenda.
- Lo verdaderamente esencial Nacho Alarcón. Bruselas
- Willy Brandt, el alemán decente Aurora Mínguez. Berlín
- La red clandestina que salvó a casi mil judíos con falsos pasaportes latinoamericanos Jamil Chade. Ginebra