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Nacho Alarcón

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Europa se equivoca de estrategia al extender la alfombra roja personajes como Al Sisi confiando en que son garantía de estabilidad

Foto: El presidente egipcio Al Sisi durante su visita a París. (Reuters)
El presidente egipcio Al Sisi durante su visita a París. (Reuters)

Para la Unión Europea y la mayoría de sus líderes ser un dictador que viola derechos humanos no es algo negativo o positivo ‘per se’. Como todo, depende del contexto. Como dictador serás condenado o celebrado dependiendo de que tus manos manchadas de sangre sean útiles o no. Abdelfatah Al Sisi, presidente de Egipto, sabe bien lo que hay que hacer para recibir palmadas europeas en la espalda.

Esta semana el egipcio ha disfrutado de la mullida alfombra roja que Emmanuel Macron, presidente francés, ha tendido por las calles de París para que Al Sisi se sienta como en casa: sin críticas. El mismo líder galo que busca proyectar una imagen de liderazgo democrático mundial y de dignidad republicana, que busca armar un discurso profundo sobre el destino de Europa, se aferra al pragmatismo más cortoplacista cuando se encuentra con un dictador que encaja con sus necesidades. La visita ha entrado de lleno en el campo de la reverencia.

La situación, la necesidad de dar palmadas en la espalda a cambio de comodidad, en ocasiones roza lo absurdo. Un ejemplo fue la felicitación de la Unión Europea a Al Sisi por su victoria en las elecciones de 2014. El general obtuvo más del 96% de los votos, marca que superó después en los comicios de 2018. Cuando Europa no quiere o no le interesa contribuir a la farsa o a la simulación democrática, sencillamente no participa de ella. La diferencia en cómo los Veintisiete reaccionan a otras farsas electorales y cómo lo hacen ante las orquestadas por Al Sisi demuestra que, activamente, la Unión está dispuesta a contribuir a mantener la mentira, aunque el precio lo tengan que pagar los ciudadanos de ese país.

placeholder Macron recibe al presidente egipcio en París. (Reuters)
Macron recibe al presidente egipcio en París. (Reuters)

Egipto es importante para Europa por su cooperación en materia de seguridad, terrorismo y migración. Por eso por Cairo desfilan una procesión continua de líderes europeos, incluido Charles Michel, presidente del Consejo Europeo. Es una relación de necesidad mutua. Todos ganan: Europa obtiene tranquilidad y seguridad, y Al Sisi apoyo internacional y el silencio necesario para su represión. Todos ganan menos, claro está, los propios egipcios.

En el país norteafricano la represión se muestra de una forma dura y desinhibida. Human Right Watch denuncia que “Egipto se ha convertido en uno de los diez países del mundo con más ejecuciones y sentencias a muerte”. Desde que en 2013 llegara al poder tras un golpe de Estado con el que desbancó a su predecesor, el islamista Mohamed Morsi, la UE ha mirado hacia otro lado mientras Al Sisi aplastaba a los seguidores de los Hermanos Musulmanes de Morsi (800 fueron asesinados en la masacre de Rabaa), para después extender su mano dura también a la sociedad civil y periodistas. Era un precio que se estaba dispuesto a pagar a cambio de la estabilización de la región y la reactivación y reforma de la economía egipcia.

De nuevo, Europa está cayendo en un error del pasado: priorizar la seguridad y la estabilidad frente al apoyo a las sociedades civiles del norte de África pensando que así el “hombre fuerte” del momento podrá controlar la situación, y evitar problemas para la Unión en materia de seguridad, terrorismo y migración. Los derechos humanos son un precio justo. Pero lo cierto es que al final esa apuesta siempre acaba saliendo mal. Tarde o temprano la situación explota, y la estabilidad forzada con sangre y fuego acaba convertida en caos. Y para comprobarlo solamente hay que mirar a Libia. Hace no muchos años Gadafi paseaba por la misma alfombra roja que Al Sisi y disfrutaba de la amistad de los presidentes del Gobierno españoles.

Foto: Ilustración: Mohamed El Magdy, HRW

Ante los ataques recibidos esta semana, Macron ha defendido que no cree que el boicot a Egipto sea una opción. Que sería contraproductivo en todas las dimensiones, que es mejor mantener una relación beneficiosa para ambas partes al mismo tiempo que los líderes europeos intentan, no con demasiado ímpetu, que Al Sisi relaje las manos con las que estrangula a la sociedad civil egipcia.

Para el Elíseo la demostración de que esa estrategia funciona es que, al menos, se ha conseguido que antes de su visita a París el régimen egipcio liberara a tres activistas de la Iniciativa Egipcia por los Derechos Personales (EIPR, por sus siglas en inglés), una de las pocas organizaciones civiles que quedan en pie, que habían sido detenidos pocos días después de reunirse con una serie de embajadores europeos en Egipto, incluido el embajador español. En todo caso, tras ser liberados, los tres trabajadores han visto sus activos y cuentas bancarias congeladas y pende sobre ellos una acusación de formar parte de una organización terrorista y de extender noticias falsas.

La realidad muestra que más allá de pequeñas cesiones que permitan limpiar la conciencia antes de desenrollar la alfombra roja, la estrategia lo que permite es que Al Sisi siga disfrutando de la mirada hacia otro lado de los líderes europeos para asfixiar a la sociedad egipcia con cualquier excusa. Al inicio de la pandemia de coronavirus las denuncias por falta de material o de preparación por parte de profesionales sanitarios tenían como respuesta denuncias por diseminación de noticias falsas y terrorismo.

Foto: Atardecer en una playa de Málaga. (Reuters) Opinión
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De espaldas al Mediterráneo
Nacho Alarcón. Bruselas

Los movimientos civiles en los países árabes no terminaron en 2011. Europa debe pensar y trazar una estrategia sobre qué papel quiere tener cuando llegue el momento, porque ese momento llegará tarde o temprano. Por eso hace falta construir de forma urgente que Europa deje de vivir de espaldas al mar y se dé cuenta de que tiene un papel que jugar en el Mediterráneo.

Es cierto: la UE necesita un Egipto estable. Un país con 100 millones de habitantes en esa situación geográfica puede ser una bomba de relojería. Pero pensar que la garantía de estabilidad es un “hombre fuerte” que asfixia a la sociedad civil, persigue a periodistas y activistas, y bajo cuyo mandato ha empeorado la situación económica de los egipcios es decidir cerrar los ojos a un problema del futuro. Aunque solamente sea por egoísmo, Europa debe cambiar de estrategia: hay que dejar de rendir pleitesía. No se trata, como dice Macron, de boicotear, pero sí de defender que los derechos humanos tienen que formar parte del diálogo entre la Unión y Egipto o entre los Veintisiete y cualquier otro país del mundo. Consiste en, al menos, evitar rozar la sumisión.

Para la Unión Europea y la mayoría de sus líderes ser un dictador que viola derechos humanos no es algo negativo o positivo ‘per se’. Como todo, depende del contexto. Como dictador serás condenado o celebrado dependiendo de que tus manos manchadas de sangre sean útiles o no. Abdelfatah Al Sisi, presidente de Egipto, sabe bien lo que hay que hacer para recibir palmadas europeas en la espalda.

Emmanuel Macron Unión Europea Derechos humanos Terrorismo Internacional Muamar el Gadafi Libia
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