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Nacho Alarcón

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Durante décadas los euroescépticos han vivido de su particular “All I Want For Christmas Is You”: un pelotazo político que ahora agoniza

Foto: Árbol de Navidad frente al número 10 de Downing Street. (EFE)
Árbol de Navidad frente al número 10 de Downing Street. (EFE)

Durante mucho tiempo he discutido con un buen amigo sobre cuál es el ideal de vida. Y solemos ponernos de acuerdo en que una vida óptima debe incluir dar un pelotazo y vivir de él. Buscamos una forma de bautizar a esa estrategia y el primer día de este 2020 en el que sonaron villancicos caí en la cuenta: nadie encarnaba esa filosofía de una forma más exacta que Mariah Carey. All I Want For Christmas Is You, cuatro minutos y un segundo para una vida.

Esa “doctrina Carey” estuvo también durante décadas en el corazón del euroescepticismo más vago y plano. Un mensaje, una idea clara y comprensible y con ganancias en forma de millones de votos. Funcionó durante décadas y muchos políticos tuvieron una buena y larga vida contra Europa. Una vida - política - a todo tren para ellos, sus hijos y nietos políticos sin que tuvieran que preocuparse demasiado por el fondo ideológico de lo que defendían.

A los euroescépticos de hoy les ocurre lo que a los periodistas que hemos entrado en la profesión acabada la fiesta de los “buenos viejos tiempos”. Ignacio Peyró, autor de “Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas (2006-2011)”, lo contaba hace poco en el podcast de Javier Aznar: “Cuando llegamos a la fiesta nos encontramos con que ya huele a lejía en el local”. Euroescépticos y periodistas recordamos y hablamos de esos tiempos no vividos con una mezcla de nostalgia y rencor.

placeholder Farage recoge sus pertenencias en el despacho que tenía en el Parlamento Europeo. (Reuters)
Farage recoge sus pertenencias en el despacho que tenía en el Parlamento Europeo. (Reuters)

La crisis de la prensa, cuando se encendieron los focos y nos dijeron que la barra libre estaba ya cerrada, fue el Brexit para los euroescépticos. Cuatro años de agonía negociadora, de caos en Londres y de demostración de que salir de la Unión Europea no era tan sencillo como se había estado predicando durante décadas han pinchado el globo. Un lustro desangrándose que ha acabado con el mejor ejemplo de la “doctrina Carey” en política.

Algunos euroescépticos británicos, alcanzado el sueño del Brexit y tras décadas instalados en las oficinas del Parlamento Europeo en Bruselas, acabada la euforia y vaciadas las botellas de champagne financiado con sus altos sueldos de eurodiputados, se vieron atormentados por la pregunta: y ahora, ¿qué? Rodeados de cajas de cartón se preguntaban qué habían hecho. La respuesta era demasiado dolorosa: habían hundido su propio negocio.

Foto: Manifestantes durante una marcha organizada por grupos de ultraderecha en Varsovia, Polonia. (Reuters)

La crisis del coronavirus ha terminado de romper lo poco que quedaba del sueño Carey en el corazón del euroescepticismo. La Unión Europea, sin demasiadas competencias ni instrumentos, ha lidiado bastante bien con la crisis del coronavirus, y, sobre todo, ha dado una respuesta útil y efectiva frente a las consecuencias económicas de la pandemia. Las encuestas muestran que los ciudadanos están satisfechos con la actuación de las instituciones, y en algunos países se ha profundizado en la tendencia de confiar más en Bruselas que en el Gobierno del propio Estado miembro, aunque eso quizás diga más de la política nacional que de la Unión Europea.

Gastada la “doctrina Carey” al euroescepticismo le toca trabajar más sus mensajes y su estrategia. Ya no se puede seguir viviendo del pelotazo que dieron sus ancestros políticos. Eso no significa que para ellos se haya acabado la fiesta, ni mucho menos. Hay quien piensa que el euroescepticismo no es capaz de adaptarse y cambiar su mensaje para adaptarlo a una nueva realidad. Pero es algo que ya está ocurriendo y seguramente esta versión sea más refinada y efectiva que la anterior.

placeholder Una persona quema una bandera europea durante una manifestación pro-Brexit. (Reuters)
Una persona quema una bandera europea durante una manifestación pro-Brexit. (Reuters)

Parte del mensaje euroescéptico - no todo, porque hay eurocríticos convencidos que desde hace tiempo articulaban un mensaje bien estructurado respecto a por qué el Raeino Unido debía abandonar la UE - estaba pensado sobre la base de que nunca se haría realidad, como el predicador que grita sobre el Apocalipsis con la esperanza de atraer más fieles pero cruzando los dedos por no verlo con sus ojos. El Brexit ha cambiado esa actitud. Hace ya tiempo que el mensaje no va dirigido a la idea de destruir la Unión Europea, sino vaciarla de poder, modificarla para ajustarla más a su visión del mundo.

Agotada la “doctrina Carey”, los nuevos líderes de ese discurso apuestan por un mensaje identitario, profundamente nacionalista. No se trata ya, como con parte del euroescepticismo británico, de tener que desmentir que se vaya a hacer una regulación europea para hacer que los plátanos sean rectos en vez de curvados. Así que luchar políticamente contra ese nuevo discurso resulta mucho más complejo, y desde luego menos divertido, que hacerlo contra la tradicional eurofobia británica. Los nuevos euroescépticos buscan retorcer las normas a su favor y utilizan el marco discursivo de los más proeuropeos: cuando Hungría y Polonia violan los Tratados se defienden asegurando que en realidad son ellos los que los están protegiendo.

El fin de la “doctrina Carey” ha sido una mala noticia para los euroescépticos que buscaban una vida fácil y tranquila sin tener que demostrar la validez de sus tesis. Pero quizás haya sido una noticia todavía peor para aquellos que quieran frenar el nuevo discurso eurófobo.

Durante mucho tiempo he discutido con un buen amigo sobre cuál es el ideal de vida. Y solemos ponernos de acuerdo en que una vida óptima debe incluir dar un pelotazo y vivir de él. Buscamos una forma de bautizar a esa estrategia y el primer día de este 2020 en el que sonaron villancicos caí en la cuenta: nadie encarnaba esa filosofía de una forma más exacta que Mariah Carey. All I Want For Christmas Is You, cuatro minutos y un segundo para una vida.

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