La capital
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Europeo ya no es sinónimo de blanco
Maria Daulne, hija de una congoleña y de un belga asesinado en 1964 durante la rebelión del Congo, creció siendo negra en su escuela de Bélgica,
Maria Daulne, hija de una congoleña y de un belga asesinado en 1964 durante la rebelión de Simba en el Congo belga, creció siendo negra en su escuela de Bélgica, y convirtiéndose en la “chica blanca” cuando volvió a visitar el Congo. En 1993 publicó junto a la banda que lidera, Zap Mama, un álbum que rompió todas las estadísticas: “Living in Afropea”. Ese disco y esa mujer ayudan a entender algo que está ocurriendo ahora en Europa.
La música de Zip Mama sigue sonando en muchos locales de Bruselas. Cuando la pandemia aún no había borrado toda la vida social de la capital de Europa, uno de los mejores planes posibles para un sábado era dejarse caer por la Rue Longue Vie y sentarse en una de las mesas corridas del restaurante Au Soleil d’Afrique para una larga, barata y pausada comida: grandes botellas de cerveza y abundante pollo mafé, pollo bañado en salsa de cacahuetes y arroz, un plato típico senegalés.
El restaurante se encuentra en pleno corazón del barrio africano de Bruselas por antonomasia: Matongé. Calles en las que la vida, mientras el resto de la ciudad ya duerme, continúa con las peluquerías abarrotadas hasta altas horas de la madrugada, pubs y bares en los que los colores se mezclan. Y en un paseo por el barrio no es difícil que se cuele la melodía de Zap Mama pasando por la puerta de algún local.
Cuando Daulne tuvo que describir el trabajo que hacía como vocalista y líder del grupo explicó que su música era un reflejo de su vida, de esos dos mundos: negra en Bélgica, blanca en el Congo. “El trabajo que hago con Zap Mama junta las dos culturas. Ninguna domina a la otra, y así debería ser”, señala. Y si hay un lugar en Europa en el que la frontera entre lo europeo y lo africano se difumina, en el que esa idea de Daulne se refleja bien, ese lugar es Matongé. Un paseo por el barrio ayuda a entender algo que algunos nostálgicos se niegan a aceptar: europeo ya no es sinónimo de blanco. No se trata de algo que se pueda discutir o revertir, no se trata de un proceso, se trata de una realidad que ya está aquí.
Lo es tanto que Europa ya solamente se puede entender en ese cruce de caminos. Es una realidad a la que se ha estado intentando dar patadas hacia delante para evitar ponerle cara y nombre. Hombres y mujeres de ascendencia africana que piden el lugar que les corresponde en la sociedad europea. Son una palabra poco utilizada en todos los idiomas, especialmente en español, y que representa esa fusión que tanto horroriza a los nostálgicos: afroeuropeos. Esa palabra que Daulne coló en su álbum de 1993 y que está dando forma a toda una generación de artistas y activistas que quieren que se escuche su voz.
Cuando Johny Pitts salió desde Sheffield (Reino Unido) para viajar por toda Europa tenía la intención de escribir un libro sobre lo que él entendía como afroeuropeos. Gente joven, elegante y exitosa que demostraba que no se les podía marginar. Que Europa no es una cosa ajena a ellos, sino una realidad de la que forman parte. Daulne es el ejemplo de ese tipo de afroeuropeo que esperaba encontrar. Esa comunidad que no pide permiso para formar parte de Europa, que no necesita esconder sus propias raíces para ser aceptado. Que para ser parte de Europa no necesitas deshacerte de la parte de tu cultura y tu identidad que no es europea.
Pero el viaje de Pitts acabó con un resultado distinto del esperado. “Afropean. Notes from Black Europe”, publicado en 2019 por Penguin (Afroeuropeo. Notas desde la Europa negra) es un libro duro, en el que el autor, que peca de naif en algunos momentos, con continuas referencias nostálgicas al marxismo como brebaje mágico contra la intolerancia, llega a encontrar esos modelos que él buscaba, pero en el que también hay miseria y guetos, pobreza y estancamiento, racismo a raudales y, en muchas ocasiones, un intento por taparlo: no hablamos de racismo porque no existe.
Si Pitts encuentra su idea de “afroeuropeos” en algún lugar ese es Matongé (un barrio que, por otro lado, tiene sus propios problemas), si bien llega a la conclusión de que es imposible llegar a una idea de lo que "afropeo" significa en cada lugar. Pero el autor señala, de forma correcta, que teme que con esa etiqueta, con esa idea, los que no quieren aceptar que existe el racismo intenten argumentar que el hecho de que haya esos modelos de éxito demuestra que no existe racismo. Durante su paso por Lisboa Pitts reflexiona sobre algunos intentos de “integración mediática” por parte del régimen de Salazar, y señala precisamente en esa dirección. “Sus ideas eran todo lo que los que abrazan la palabra ‘afroeuropeo’ debe preocuparles profundamente: una etiqueta ciegamente optimista para sugerir que el racismo no existe”.
El salto de los afroeuropeos
Como escribe Pitts poner sobre la mesa la idea de los afroeuropeos no es un parche para no hablar de racismo. No es una etiqueta que sirva para defender que, mágicamente, Europa y África se fusionan en esas personas sin conflicto ni tensión. Justo al contrario: ponerle nombre y cara nos permite hablar de ello de forma más directa, como una realidad europea, un problema propio y común a todos.
Como Pitts, Léonora Miano, una novelista camerunesa que recientemente ha publicado la novela “Afropea: utopie post-occidentale et post-raciste” (Afroeuropa: utopía post-occidental y post-racista), llegó al término “afroeuropeo” por la líder de Zap Mama. Ella no lo es, pero su hija sí, y considera que por lo tanto este es un tema que le incumbe. Son muchos más: artistas, activistas y ciudadanos que quieren alzar la voz y que se les escuche. Que quieren tener mucho que decir sobre el futuro.
Esto no se va a traducir en una reducción del “conflicto”. No vamos a escuchar hablar menos sobre racismo. Al revés. Y es lo normal. Los que sufren el racismo siempre, o casi siempre, lo han expresado. Lo que ocurría es que no se les escuchaba y que muchos de ellos tenían miedo de que alguien les señalara. Buena parte de la nueva generación de afroeuropeos han dejado atrás complejos y miedos porque consideran que esto, Europa, y la sociedad en la que viven, no les es ajena, que no son invitados: es su ciudad, su país, su continente y su sociedad. Eso les hace más vocales y obliga al resto de la sociedad a asumir como propios sus problemas.
Cada vez va a costar más fingir que no existe el racismo mientras se encierra a estos ciudadanos en los extrarradios de las grandes ciudades europeas, como en Clichy-sous-Bois (París), Bijlmer (Ámsterdam) o las afueras de Bruselas, con sus enormes y anónimos bloques de cemento donde parece imposible adivinar la cara del futuro. Esquivar los debates incómodos para los que consideran que no existe el racismo en Europa va a ser mucho más complicado.
Muchos europeos han vivido el movimiento “Black Lives Matters” desde la cómoda distancia y la atalaya moral de creer que ese es un problema que no existe en Europa. Si bien es cierto que la dimensión no es la misma por distintos motivos, negar que exista un problema puede enfadar a los familiares de Ibrahima, un joven de 23 años que murió en custodia policial hace unas semanas en Bruselas. Poco a poco esa ficción se va rompiendo. Muchos sectores sociales de Francia se sintieron muy ofendidos cuando hace poco Emmanuel Macron, presidente galo, admitió que en Francia "ser un hombre blanco puede ser una experiencia de privilegio". No es un problema exclusivamente francés: tener ascendencia africana se traduce en más dificultades a la hora de encontrar trabajo o una casa en la que vivir.
Maria Daulne, hija de una congoleña y de un belga asesinado en 1964 durante la rebelión de Simba en el Congo belga, creció siendo negra en su escuela de Bélgica, y convirtiéndose en la “chica blanca” cuando volvió a visitar el Congo. En 1993 publicó junto a la banda que lidera, Zap Mama, un álbum que rompió todas las estadísticas: “Living in Afropea”. Ese disco y esa mujer ayudan a entender algo que está ocurriendo ahora en Europa.