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Bruselas en la corte bizantina
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Nacho Alarcón

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Bruselas en la corte bizantina

La UE tiene un gusto bizantino por la discusión y el debate, forma parte de su naturaleza. Pero debe centrar todo ese debate en cómo potenciar su utilidad en tiempos de crisis

Foto: Una persona camina con la bandera europea en Londres. (Reuters)
Una persona camina con la bandera europea en Londres. (Reuters)

La corte bizantina era famosa, entre otras cosas, por dos costumbres muy arraigadas. La primera era su gusto por la discusión. Para parte de la historiografía eso explica parte del gran cisma: eran muy intensos. Discutían sobre cualquier cosa, sobre la naturaleza de la trinidad o el equilibrio entre lo divino y humano en Jesús de Nazaret. La otra gran costumbre era la mutilación. Encontraban un placer extraño en cegar y mutilar a sus enemigos políticos, ya fueran primos, hermanos o hijos. Se arrancaban los ojos como quien dice buenos días.

Afortunadamente la Unión Europea solamente ha heredado, al menos por el momento, la primera de esas costumbres: un gusto infinito por el debate, por la discusión por el simple placer de discutir. Bruselas es (era, porque con la pandemia todo eso ha parado) la capital de la cháchara. De los eventos sobre cualquier asunto que sea imaginable: la importancia de la inteligencia artificial en el futuro del sector pesquero, del sector de la patata o sobre cómo potenciar el comercio con las poblaciones rurales de Tayikistán.

Ese gusto por la discusión y el debate se llevará a un nuevo plano con la Conferencia sobre el Futuro de Europa, un evento ideado por Emmanuel Macron, presidente galo, en 2019 con el objetivo de implicar a los ciudadanos europeos en una especie de “refundación democrática” de la Unión Europea. La realidad será mucho más prosaica, y se abordarán temas mucho menos ambiciosos. El resultado será muy desilusionante para aquellos que compraran los cantos de sirena, aunque eso no significa que vayan a ser completamente inútiles.

Foto: Un simpatizante de la oposición polaca del PO sujeta una bandera europea en Varsovia. (Reuters)

Sin embargo, es necesario poner las cosas en su escala y rebajar las expectativas, aunque no sea algo que se esté haciendo. Tras la aprobación del informe conjunto en la conferencia de presidentes del Parlamento Europeo, David Sassoli, presidente de la institución, tuiteó que será “una gran oportunidad para trabajar por una nueva Europa junto con los ciudadanos”. Pero él sabe perfectamente que no saldrá de ahí ninguna “nueva Europa”.

El Parlamento Europeo debería rebajar las expectativas que él mismo tiene al respecto, además, porque la Conferencia se trata de un juguete casi personal de Macron. El ejercicio iba a durar 2 años cuando se propuso para que empezara en 2020, de forma que terminaría durante la presidencia francesa del Consejo de la UE, justo a tiempo para la campaña electoral de las presidenciales galas. ¿Casualidad? Pues a lo mejor. Ahora, después de llevar un año de retraso en su puesta en marcha por la pandemia, la Conferencia durará… ¡Un año! Justo a tiempo para terminar durante la campaña de las presidenciales en las que Macron, a quien tanto le gustan los símbolos, se juega su cabeza.

La Eurocámara tiene otra razón para restarle importancia y expectativas al evento: ella ya es la mejor representante de los ciudadanos europeos en el entramado institucional de la Unión Europea. Macron ha asaltado una y otra vez el terreno de juego del Parlamento intentando menospreciarlo de forma más o menos continua (como pretendiendo crear una Eurocámara separada para la zona euro). No deberían darle más munición y deberían centrarse en cómo mejorar su rol como vínculo más directo de la ciudadanía con la Unión Europea.

placeholder El presidente galo Emmanuel Macron y la canciller alemana Angela Merkel charlan con el presidente de la Eurocámara. (Reuters)
El presidente galo Emmanuel Macron y la canciller alemana Angela Merkel charlan con el presidente de la Eurocámara. (Reuters)

La Conferencia ha demostrado, además, que las luchas entre instituciones han restado gran parte del interés que pudiera tener. El Parlamento Europeo quería un único presidente, pero el Consejo no estaba dispuesto a aceptar al que se le proponía. Al mismo tiempo la Eurocámara no aceptaba los nombres que ponía encima de la mesa del Consejo. ¿Solución? Que haya tres presidentes (los de la Comisión, Parlamento y el de la presidencia rotatoria) y un comité ejecutivo con otros tres miembros y observadores. Como el concilio de Pisa de 1409 al que se llegó con la intención de resolver lo de tener dos papas (Gregorio XII en Roma y Benedicto XIII en Aviñón) y se salió de allí con tres (ellos y Alejandro V).

En general, las discusiones sobre la naturaleza y composición de la santísima trinidad son siempre interesantes, pero difícilmente útiles. La Unión Europea tiene que abandonar Bizancio. Lo que demuestra el último año es que es la resolución concreta de problemas globales lo que hace que los ciudadanos valoren el proyecto común. Para lo que hay que estar preparado es para la práctica.

Foto: Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. (EFE)

Claro que pueden ser necesarios grandes debates sobre asuntos complejos (como por ejemplo la autonomía estratégica de la Unión Europea) pero lo fundamental es ser útil. Ser útil ahora y cómo serlo en el futuro, con los pies en la tierra. Si hay que discutir de algo, lo más interesante sería discutir en términos de utilidad y de reacción: cómo puede la Unión Europea reaccionar mejor, más rápido, ante los nuevos retos. Porque es eso lo que garantiza su supervivencia. La utilidad para los ciudadanos europeos debe ser la brújula de toda reforma.

El último año demuestra que cuando se hace y hay determinación política, se producen muchísimos más avances en la práctica de lo que se podría haber atrevido a presagiar en la teoría prácticamente nadie. El Fondo de Recuperación, financiado con deuda conjunta de la Unión Europea, algo difícil de imaginar hace solamente un año incluso en los círculos más cerrados de proeuropeos convencidos, es la demostración práctica.

La corte bizantina era famosa, entre otras cosas, por dos costumbres muy arraigadas. La primera era su gusto por la discusión. Para parte de la historiografía eso explica parte del gran cisma: eran muy intensos. Discutían sobre cualquier cosa, sobre la naturaleza de la trinidad o el equilibrio entre lo divino y humano en Jesús de Nazaret. La otra gran costumbre era la mutilación. Encontraban un placer extraño en cegar y mutilar a sus enemigos políticos, ya fueran primos, hermanos o hijos. Se arrancaban los ojos como quien dice buenos días.

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