La capital
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Querer ser Italia de mayor
La política española quiere ser italiana de mayor. Un pequeño detalle se interpone en su camino: España no es Italia. Y el precio a pagar por no entenderlo puede ser muy alto
“Italia funciona a pesar de su política”. Escuché muchas veces esa frase a principios del siglo XXI, cuando todavía era difícil imaginar lo que vendría durante las siguientes décadas. Y era una frase bastante ajustada a la realidad: un país que, con todas sus deficiencias, y una de ellas era la política, seguía siendo un gigante. Nos referíamos a todo ello con un cierto estupor desde la relativa estabilidad política española.
Muchas cosas han cambiado desde entonces. Esta semana la palabra más repetida en España es “inestabilidad”. Se ha hablado mucho de ella durante los últimos meses y especialmente durante la última semana, después de que la moción de censura fallida de Ciudadanos y PSOE en la Región de Murcia desembocara en la aparente explosión del centroderecha y la convocatoria de elecciones en la Comunidad de Madrid.
Es el último capítulo de la “italianización” de la política española. La italianización conlleva también, como advertía ya en 2019 el director de este periódico, Nacho Cardero, la lenta pero imparable independización de dos esferas de la realidad que apenas se tocan: la de la clase política por un lado, y la económica y civil por el otro. Ese “Italia funciona a pesar de su política”. Hay muchos problemas ante este escenario, pero uno bastante evidente: España no es Italia.
La principal debilidad de España, y de su clase política, es no entender su propia debilidad. España tiene un tejido económico muy frágil, dependiente de emprendedores y pequeñas y medianas empresas que son diminutos barcos pesqueros intentando no hundirse en mitad de la peor tormenta que se recuerda. A su lado, transatlánticos con banderas italianas en donde la cubertería del restaurante se mueve ligeramente por las olas. Se llevarán un mal rato, pero no se hundirán.
Italia no es un país modélico y tiene enormes problemas que amenazan su futuro. Pero ante la idea de la “italianización” de la política española hay que explicar que hay lujos que uno no se puede permitir. Y este es uno de ellos. Entre otras cosas porque la “italianización” es solamente parcial: otra de las diferencias entre España e Italia es que la política transalpina, acostumbrada al show parlamentario y las intrigas de palacio, es capaz de ponerse de acuerdo en los aspectos clave cuando toca hacerlo. La cultura del ‘reality show’ italiano, que hacen mejor que nadie, implica que cuando se apagan las cámaras hay que darse la mano antes de irse del plató.
Cuando se habla de inestabilidad en Italia con fuentes europeas tienden a restarle importancia: al final siempre acaban encontrando alguna solución. Y la encuentran. "Me reconforta el hecho de que al final Italia siempre parece capaz de encontrar soluciones a estos problemas. La situación puede que no sea tan dramática como parecía en un primer momento", señalaba una fuente europea en la última crisis política italiana.
Existe preocupación sobre cómo se percibe esta inestabilidad española desde Bruselas. Esa, quizás, no deba ser una preocupación prioritaria: España lleva siendo inestable desde 2016. La mejor muestra son los presupuestos generales del Estado, un termómetro que sirve a la Comisión Europea para medir con bastante certeza hasta qué punto un país es capaz de mantenerse al día con los retos que afronta. Pero la imagen que se transmite no es buena y creer que nada de esto tendrá efectos es ilusorio. Porque no va sobre Murcia o la Comunidad de Madrid. Eso son solamente algunos síntomas de algo más grave.
Lo que más debería preocupar sin embargo es el mensaje que se envía al interior. Con 100.000 muertos, 4 millones de parados y unas perspectivas de futuro muy inciertas, las clase política redobla el show. Mientras se pide responsabilidad a la ciudadanía, la política reafirma su independencia del plano real con un espectáculo como el visto esta semana, demostrando que la responsabilidad es algo que se queda en el plano del mundo real de los ciudadanos y que no pasa al político. Un show llevamos viviendo desde hace tiempo.
Quizás Italia pueda sobrevivir con esa "independencia" entre el plano político y el empresarial y civil. Pero España no puede en las actuales circunstancias. Para salir de esta situación necesariamente la política deberá poner los pies en el plano real porque la situación es extraordinaria. España no es Italia y la “italianización” de la política no es un lujo que este país, que debería estar volcado en la lucha contra la pandemia, la reactivación de la economía y la preparación para la gestión de los 140.000 millones de euros que recibirá del Fondo de Recuperación, se pueda permitir. Como escribía hace unos día Javier G. Jorrín, este es el proyecto europeo más importante desde la creación del euro. Si la política española falla, entonces el precio que tendrá que pagar el futuro de España y de la Unión Europea será muy alto.
“Italia funciona a pesar de su política”. Escuché muchas veces esa frase a principios del siglo XXI, cuando todavía era difícil imaginar lo que vendría durante las siguientes décadas. Y era una frase bastante ajustada a la realidad: un país que, con todas sus deficiencias, y una de ellas era la política, seguía siendo un gigante. Nos referíamos a todo ello con un cierto estupor desde la relativa estabilidad política española.
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