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Un Schengen de las letras: la cultura europea necesita su propio ‘Financial Times’
Un grupo de periodistas e intelectuales se han lanzado a un proyecto con el que buscan fomentar una conversación europea sobre cultura sin dar un sermón sobre Europa
Cada mañana las élites económicas y financieras, pero también políticas, de Madrid, Londres, Milán, Frankfurt, Berlín, París o Bruselas abren las páginas del Financial Times. Una “biblia” que consultan todas las personas que quieren entender lo que ocurre a nivel económico en Europa y el mundo, y en el que también escriben e intercambian ideas y golpes algunas de las voces más autorizadas. Las ideas sobre la deuda, los cambios que vive el capitalismo o las reforma de las normas fiscales en la Unión Europea circulan por todo el continente. Hay una verdadera conversación europea alrededor de la economía, gracias a vehículos como el FT, pero que también se ha ido desarrollando en think tanks y círculos académicos.
La llamada “conversación europea” es una de las obsesiones de muchos intelectuales y políticos europeos. La idea de que Europa debe tener un propio “demos” requiere de una conversación común. Poco a poco, y por la fuerza de los hechos, se ha ido generando esa conversación en el ámbito económico. Al fin y al cabo tiene cierto sentido: lo que nos une a los europeos de una forma más obvia es nuestro destino económico común, nuestra moneda y las normas que compartimos. Pero, ¿y la cultura? ¿No es acaso Europa pura cultura?
Es absurdo entender la cultura europea en estancos nacionales: el Prado está lleno de obras de italianos, franceses o flamencos. Los artistas y filósofos que sirven de base para toda nuestra identidad cultural actual (y en muchas ocasiones para el orgullo nacional) viajaban de corte en corte, enseñando aquí y allá, hablando con unos y otros, nutriéndose de un movimiento a nivel europeo. La comprensión de la cultura como algo meramente nacional es contranatural.
Se dice que en los años 70, con su obra europea ya en marcha, Jean Monnet, uno de los padres fundadores del proyecto europeo, dijo esto: “Si volviera a hacerlo desde cero empezaría por la cultura”. ¿Acaso no está Europa preparada ahora para dar el paso de tener una “conversación europea” sobre cultura?
Toda la élite cultural e intelectual europea comparte ahora una lengua (el llamado “inglés roto”) ¿No sería posible ahora desarrollar ese deseo de Monnet? Un pequeño grupo de periodistas, intelectuales y aventureros han comenzado a montar un proyecto que podría entenderse como una humilde actualización de la República de las Letras. Actualizado, un Schengen de las palabras. Se trata del proyecto de “The European Review of Books” (“La revista europea de libros”).
Los impulsores, que buscan mecenas durante los próximos días, insisten en que no es “The European Union Review of Books”. No quieren poner límites, no quieren poner corsés y no quieren dar lecciones. No es su revista una cruzada contra el nacionalismo, ni quieren que se entienda como una publicación elitista.
Sander Pleij, un periodista holandés y uno de los fundadores de la ERB, señala que no va a aleccionar a nadie sobre cómo pensar o cómo actuar, y bromea sobre las múltiples identidades de cada uno: cosmopolita en la conversación, a veces extremadamente apegados a la nacionalidad en los restaurantes. “Uno de mis mejores amigos es francocamboyano. Durante todo el día yo no soy holandés y él no es francocamboyano, pero cuando vamos a cenar se convierte en el típico tío camboyano”, bromea entre risas en una conversación con El Confidencial.
Las conversaciones europeas fuera de Bruselas no suelen ser comunes, como tampoco son los medios de comunicación comunes: hay pocos medios “europeos”, y prácticamente todos están situados en Bruselas y tienen como objetivo dirigirse a la pequeña burbuja de la capital comunitaria. Romper el espacio de debate que encaja con las fronteras del estado nación no es sencillo. Pero es posible, como demuestra el éxito del “Financial Times” y toda la conversación que genera a su alrededor.
Ya se dan pasos. Cada vez es más común que artículos en español se traduzcan a muchos idiomas europeos y viceversa. Son más habituales las “alianzas” entre medios de comunicación de distintos Estados miembros que intercambian información, esfuerzos, firmas y artículos. Ese intercambio no se limita a las élites intelectuales. Como señalaba recientemente ‘The Economist’, las grandes plataformas (americanas, curiosamente) como Netflix ayudan a que europeos de Dinamarca o Italia disfruten de “La Casa de Papel”, mientras españoles y polacos se enganchan a Borgen (una serie de política danesa) o Suburra (una serie sobre la mafia romana). Estamos empezando a ver lo mismo prácticamente al mismo tiempo, y eso no ha sido muy común a lo largo de la historia.
Pero la cultura de los Estados miembros está demasiado ligada a la propia nación. Y es absurdo, porque la gran cultura no ha sido nacional, sino producto de un continuo intercambio de ideas a nivel europeo y global. Si los museos y libros se vaciaran de todas las obras de artistas extranjeros, y se redujeran a aquellos que no se han dejado influir por corrientes europeas, por conocimientos técnicos y teóricos en cortes extranjeras, quedaría un enorme secarral cultural. Recuperar la conversación a ese nivel es solamente devolver las cosas al lugar al que pertenecen: el hábitat natural de la cultura va más allá de las fronteras nacionales, y, por supuesto, más allá de las fronteras europeas. Pero tener un “Financial Times” de la cultura sería un buen primer paso. Si hay algo que une a los europeos, más allá de la economía, si hay un hilo que conecta las capitales de la Unión y de todo el continente, ese es la cultura.
Cada mañana las élites económicas y financieras, pero también políticas, de Madrid, Londres, Milán, Frankfurt, Berlín, París o Bruselas abren las páginas del Financial Times. Una “biblia” que consultan todas las personas que quieren entender lo que ocurre a nivel económico en Europa y el mundo, y en el que también escriben e intercambian ideas y golpes algunas de las voces más autorizadas. Las ideas sobre la deuda, los cambios que vive el capitalismo o las reforma de las normas fiscales en la Unión Europea circulan por todo el continente. Hay una verdadera conversación europea alrededor de la economía, gracias a vehículos como el FT, pero que también se ha ido desarrollando en think tanks y círculos académicos.
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