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Día de San Schuman: ‘yonquilatas’ en traje y una verbena europea
El día 9 de mayo debería ser festivo en Europa, aunque es un paso que no se termina de dar. Ahora el Vaticano puede darle un empujón a la idea
Los jueves la Plaza de Luxemburgo, una pequeña explanada con bares frente a la sede del Parlamento Europeo, se llena normalmente de dos tipos de perfiles. Por un lado están los más jóvenes, los recién llegados a la ciudad con alguna beca en las instituciones europeas. Son fácilmente identificables: suelen llevar puesto el “badge”, la acreditación que necesitan para poder entrar en los edificios.
Como pavos reales, muestran su plumaje profesional, y pueden así buscar a otras personas afines. Amistad o algo más. Es un ligoteo con mucha estrategia. Quién sabe, quizás, con algo de suerte, de ese encuentro surja una dinastía de funcionarios europeos. Otra de las formas de identificarlos es por lo que llevan en la mano: una buena cerveza belga, de las que te pueden tumbar en dos rondas, para demostrar que tienen criterio, que se han integrado bien en la cultura del país.
El otro grupo fácilmente identificable, los curtidos ya en Bruselas, ni suelen llevar la acreditación colgada, ni llevan en su mano una buena cerveza. Los tiempos del glamour quedaron atrás, y se pasean, al salir de alguna de las tiendas paquistaníes que rodean a la Plaza Luxemburgo (o ‘Plux’, como le llaman algunos aquí), con una “yonquilata” de Jupiler, la cerveza más barata y, claramente, de peor calidad de todas las disponibles. Caretas fuera, ya no hay nada que fingir.
Los días festivos siempre son clave en esa plaza. La mitad de los trabajadores de las instituciones europeas huyen a sus países de origen, pero la otra mitad se enlatan allí. Y las festividades en las instituciones son particulares, van a otro ritmo que las del país que las acoge, Bélgica. Por ejemplo, mientras que en el país el día 11 de noviembre se celebra el “Wapenstilstandsdag”, es decir, el Día del Armisticio en conmemoración del final de los enfrentamientos entre los Aliados y el Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial, en las instituciones ese día es laborable: las instituciones no pueden celebrar una victoria de un país sobre otro.
El día más señalado en el calendario de las instituciones europeas es el 9 de mayo, día de Europa, en el que se conmemora la Declaración de Schuman del 9 de mayo de 1950 en la que el por entonces ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schuman, proponía la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero, la semilla del proyecto europeo. Es uno de los días grandes de la Plaza de Luxemburgo, en los que los fieles no fallan y el corazón del barrio europeo se convierte en una gran verbena.
En tono jocoso, en algunos de mis grupos de amigos del sur de Europa, en el que todas las fiestas coinciden con algún santo, se le llama a este día como “San Schuman”, en referencia al ministro francés. Podría dejar de ser una broma. La sorpresa empezó a saltar en abril, cuando Marcello Semeraro, que es Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, dejó caer que el papa podía dar el primer paso en el camino de la santidad de Schuman. Y ese primer paso ya se ha dado: el sábado pasado el Papa Francisco reconoció “las virtudes heroicas del Siervo de Dios Robert Schuman”.
El camino a la santidad no es fácil: ahora se tendrá que comprobar que Schuman ha hecho un milagro. Y no, no sirve con considerar el proyecto europeo “un milagro”, como se dice muchas veces, porque el milagro tiene que haberlo hecho después de muerto. Eso permitiría beatificarlo, pero tendría que atribuírsele un segundo milagro después de haber sido beatificado para poder considerarlo un santo.
En esa enorme verbena europea que se genera en el día que ahora, con más razón, se empezará a llamar “San Schuman”, hay una conversación que siempre se produce: el 9 de mayo debería ser festivo en toda Europa. Quizás el Vaticano pueda darle un pequeño empujón a esa petición. Seguramente sea ahora más fácil convencer a los países que rechazan tener que crear una festividad nacional en nombre de un proyecto cuyos valores aborrecen, abrazándose a una “tradición cristiana” que supuestamente la Unión Europea traiciona.
Queda por ver si Schuman será finalmente santo o no. Lo que sí ha hecho el ministro francés después de muerto ha sido contribuir al nacimiento de muchos bebés europeos y la formación de muchas familias. Porque muchos de esos becarios que pasean por la Plaza de Luxemburgo con sus acreditaciones colgadas y que vagando por los bares de la zona quizás conozcan a su futura pareja con la que, quizás, formen una familia, participan en un programa de prácticas del Parlamento Europeo. Son las llamadas “Becas Schuman”, en honor al ahora candidato a la santidad. ¿Milagro?
Los jueves la Plaza de Luxemburgo, una pequeña explanada con bares frente a la sede del Parlamento Europeo, se llena normalmente de dos tipos de perfiles. Por un lado están los más jóvenes, los recién llegados a la ciudad con alguna beca en las instituciones europeas. Son fácilmente identificables: suelen llevar puesto el “badge”, la acreditación que necesitan para poder entrar en los edificios.
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