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No lloren en Bruselas: así daña una refriega electoral el prestigio de España en la UE
La batalla entre el PP y el Gobierno por el reparto de unos fondos europeos del que Bruselas no tiene quejas acaba por afectar al prestigio de España en la Unión Europea
La bendición de la Unión Europea en España empieza a ser su condena. ¿La razón? Bruselas sigue, todavía hoy, siendo un elemento de prestigio, como demuestra el hecho de que los ciudadanos tienden a confiar más en las instituciones europeas que en las nacionales. Y siendo una buena noticia ese prestigio y esa confianza en la Unión, todo esto empieza de alguna manera a volverse en su contra en un ambiente nacional en el que nada queda sin ser utilizado, manoseado y lanzado contra el rival.
Hace ya tiempo que la política nacional descubrió la mina de oro en términos electorales que es Bruselas. Descubrieron, por ejemplo, la utilidad de la comisión de Peticiones del Parlamento Europeo, donde se pueden llevar asuntos para que sean debatidos y examinados por los eurodiputados. En realidad no tiene ninguna competencia. Nunca nada ha salido de ella y cualquiera que haya pasado dos semanas en la capital comunitaria lo sabe. Pero eso da igual. Basta con llevar un asunto a esta comisión y que los eurodiputados lo acepten a trámite para colar en titulares de muchos medios que "la UE investigará" algo. Por supuesto, no es así. Pero, ¿qué más da? Lo importante es exprimir el prestigio de las instituciones europeas en España para obtener réditos a corto plazo.
Hasta ahora ese era uno de los principales usos electorales que se le daba a Bruselas de manera sistemática. Molesto, por el engaño que resultaba para la gente que realmente creía en esa noticia, pero sin muchas más consecuencias. Pero se empiezan a cruzar varias líneas rojas que dañan el prestigio de España en la Unión Europea.
Hace algunas semanas que el Partido Popular retomó su ataque por el reparto de los fondos europeos, asegurando que el Ejecutivo español está haciendo un uso arbitrario y clientelar de los mismos. Por supuesto, los populares saben que la Comisión Europea está contenta con el despliegue que se ha hecho hasta ahora del plan español. En Bruselas lo consideran uno de los mejores y es el más adelantado. El primero presentado, uno de los que más coordinación tuvo entre los técnicos comunitarios y el Gobierno nacional, y el primero que ha recibido un desembolso. Esos son los hechos, y no son ajenos, o no deberían serlo, a Génova.
En realidad da igual. Porque lo importante, como en la comisión de Peticiones, es el regateo corto. Así que cuando el Partido Popular habla de llevar "la cuestión a Bruselas", utiliza el prestigio que todavía tiene la Unión Europea para atacar al Gobierno, sabiendo, porque lo saben, que a la Comisión Europea no le gusta el barro de la política nacional, así que tampoco va a desmentirlo públicamente. Por supuesto que la crítica al reparto es legítima, pero la oposición tiene vías en la política nacional para canalizarla sin necesidad de hacer un uso interesado de las instituciones europeas.
En la capital comunitaria no son ajenos a todo ese ruido. Quizás no reaccionen a ello, pero les irrita. Las cosas les acaban llegando y, en ocasiones, enfadando. De manera sucinta, la Comisión Europea responde. Recuerda que, de hecho, el plan fue aprobado por ellos, y que antes de los desembolsos se realizan comprobaciones. Poner en dudas el plan no es poner en duda solamente al Gobierno. Es dudar de ellos.
Por su parte, en Moncloa saben que el PP se mete en un callejón sin salida. Que no tiene sentido y que llevan todas las de perder. Pero participan del mismo juego. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, responde a una carta de "cortesía" del presidente del Gobierno, felicitándolo por el primero de los desembolsos. Y Moncloa, a pesar de que esa carta va a ser enviada a todos los líderes cuando reciban el primero de los desembolsos (el único hasta ahora es España), lo usa para atacar al PP, para señalar que la Comisión está con ellos.
Así que no es solamente la oposición la que daña el prestigio de España lanzando una campaña sin sentido. El Gobierno acaba por participar de la maniobra, pendiente de cualquier declaración de la Comisión que pueda interpretarse como un varapalo para el PP y su líder Pablo Casado para obtener réditos políticos de la trampa que los populares se han tendido solos.
Todo eso acaba llegando a los principales despachos de Bruselas. Esa sensación de nerviosismo, de agresividad, acaba calando. Cuando se filtra la carta de Von der Leyen a Sánchez los servicios de la Comisión reciben una avalancha de llamadas, mensajes y correos por parte de la prensa para saber más sobre un gesto de mera cortesía. Histeria es la palabra que describe la situación. La imagen que se transmite es la de un país pequeño, consumido por sus problemas internos, que gasta sus energías en exportar batallas nacionales casi simbólicas a Bruselas en vez de centrarse una agenda europea clara sobre sus prioridades. Una clase política acomplejada e infantilizada que usa la Unión Europea como una especie de profesor al que se chiva o que le da la razón.
Un grupo de funcionarios y diplomáticos españoles hacen un trabajo continuo y titánico por defender las posturas españolas y los intereses del país en la capital comunitaria. Son enviados a esta ciudad durante años para bregar día a día, pelear coma a coma e intentar por todos los medios imprimir los intereses españoles en la agenda europea. Y hay una diferencia entre que de fondo haya o no ruido. El daño puede ser importante. No es que España sea peor que el resto de Estados miembros. El debate público de otros países no consiste en una civilizada discusión sobre cuellos de botella en la cadena de suministro global. Son también sucios, complicados, tramposos. El navajazo existe en todos los idiomas. La diferencia es que en el resto de los casos no llega de esta manera a Bruselas. No con esta fuerza, no de esta forma.
Por último, no solamente se daña la imagen de España en la Unión Europea: de manera gratuita y únicamente para recoger beneficios a corto plazo se daña de manera grave la imagen de la UE en España. La política nacional se arriesga a sacrificar uno de los pocos elementos que generan un amplio consenso social y político solamente por el regateo corto.
La bendición de la Unión Europea en España empieza a ser su condena. ¿La razón? Bruselas sigue, todavía hoy, siendo un elemento de prestigio, como demuestra el hecho de que los ciudadanos tienden a confiar más en las instituciones europeas que en las nacionales. Y siendo una buena noticia ese prestigio y esa confianza en la Unión, todo esto empieza de alguna manera a volverse en su contra en un ambiente nacional en el que nada queda sin ser utilizado, manoseado y lanzado contra el rival.
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