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Por qué hay que empezar a colgar más mapas en los despachos de Bruselas
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Nacho Alarcón

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Por qué hay que empezar a colgar más mapas en los despachos de Bruselas

La guerra en Ucrania demuestra hasta qué punto las fronteras siguen siendo críticas para el futuro europeo. Hay algunas por las que debemos preocuparnos

Foto: Un manifestante sujeta un mapa de la Unión Soviética durante una manifestación a favor de la anexión de Crimea en 2014. (Reuters)
Un manifestante sujeta un mapa de la Unión Soviética durante una manifestación a favor de la anexión de Crimea en 2014. (Reuters)
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Fue Josep Borrell, cuando todavía no era ministro de Asuntos Exteriores y por supuesto no había llegado a ser el jefe de la diplomacia europea, el que aseguró que “las fronteras son cicatrices que la historia ha dejado sobre la piel de la tierra, grabadas a sangre y fuego”. Estos días, lo que está claro es que algunas de ellas no son cicatrices: son auténticas heridas abiertas.

En Bruselas, los mapas no se estilan. En las oficinas de la capital comunitaria hay pocos mapas colgados más allá del edificio del Servicio Europeo de Acción Exterior. Con algo de suerte, hay algunos de la propia Unión Europea que uno puede encontrar en un colegio público español. Eso tiene que cambiar. Hay que empezar a descolgar algunos de los cuadros y empezar a colgar mapas. La invasión rusa de Ucrania ha sido un auténtico 'shock' en la ciudad, ha despertado a muchos de un letargo, en el que los mapas y las fronteras eran una cuestión del pasado, y les ha recordado que no es así: que están muy vivos y tienen mucho que decir sobre el futuro del continente.

Son claves para entender de dónde pueden venir los próximos dolores de cabeza. Y, además, son especialmente útiles: los mapas de la historia que ya dejaron de existir son los planos públicos y visibles de la cabeza de los sátrapas, de los aspirantes a caudillos y de los viejos conocidos de la historia trágica de Europa. Están ahí, a la vista de todos. No utilizarlos, no mirarlos, estudiarlos y comprenderlos, no esforzarse para ver en ellos lo que un tipo como Vladímir Putin ve es perder la oportunidad de poder adelantarse al próximo movimiento.

placeholder Mapa de Crimea con los colores rusos para apoyar su anexión por Moscú. (Reuters)
Mapa de Crimea con los colores rusos para apoyar su anexión por Moscú. (Reuters)

Lo saben bien aquellos países cuyo mapa está vivo. Más allá de Ucrania, ese es el caso por ejemplo de Moldavia y de Georgia. En el primero de los casos, con la región de Transnistria, con fuerzas rusas sobre el terreno. En el segundo está la cuestión de Osetia del Sur, que costó una guerra entre Georgia y Rusia en 2008. En Chisinau y en Tiflis están muy inquietos ante el caso ucraniano. Sus mapas tienen puntos en común con el que tenía Ucrania cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, empezó a construir su tosco ‘casus belli’ original contra Kiev. Ambos países no han perdido el tiempo y esta misma semana han solicitado la apertura de negociaciones para entrar en la Unión Europea, como ha hecho el propio Gobierno ucraniano.

Otro mapa vivo y que inquieta es el de los Balcanes. Antes de que estallara la guerra en Ucrania, en Bruselas generaba cada vez más nerviosismo la situación en Bosnia y Herzegovina, donde el líder serbo-bosnio Milorad Dodik está tensionando las costuras del país y alimentando el fantasma de la separación de la República Srpska del resto de Bosnia. La Unión Europea está lo suficientemente preocupada como para haber doblado su presencia de fuerzas de mantenimiento de la paz en el país en los últimos días a la vista de la actitud de Dodik y de la posibilidad de que Rusia aproveche el amplio sentimiento prorruso en la comunidad serbobosnia para desestabilizar la región.

Foto: Ursula von der Leyen saluda al primer ministro de Georgia, Irakli Garibashvili. (EFE/ Stephanie Lecocq)

En los últimos días, tras la invasión rusa de Ucrania, se ha hablado del nacimiento de una nueva era, de una Europa diferente. Ni mucho menos mejor, sino más inestable, más impredecible. Borrell ha hablado de la llegada de la Europa geopolítica, pero no tanto como una buena noticia sino como una obligación, como una reacción a los nuevos tiempos. Los mapas serán importantes por dos motivos: porque Europa tiene que empezar a mirar más hacia el exterior, entender qué potenciales problemas pueden surgir en su vecindario, y porque el ataque de Putin demuestra que construir un mito nacional en muchas ocasiones acaba llevando a la violencia.

Y en ese segundo caso no se trata únicamente de mirar hacia el exterior, de entender lo que puede ocurrir en el vecindario de Europa. En ocasiones, también se trata de evitar que el fantasma de los mapas pasados crezca en el corazón del continente. Un ejemplo es Hungría. En el edificio del Gobierno húngaro cuelga un gran mapa de la Gran Hungría, que se extendía por territorios hoy en las fronteras de Croacia, Serbia, Rumanía y Eslovaquia, y que Budapest perdió en el Tratado de Trianón de 1920. El autoritario primer ministro Viktor Orbán lo muestra orgulloso a muchos de sus visitantes y en varias ocasiones ha utilizado mapas de la Gran Hungría en mensajes en redes sociales. Su portavoz tiene otra réplica colgada en su despacho.

placeholder Manifestantes de extrema derecha conmemoran los 100 años del Tratado de Trianón en Budapest. (Reuters)
Manifestantes de extrema derecha conmemoran los 100 años del Tratado de Trianón en Budapest. (Reuters)

El Tratado de Trianón fue un auténtico drama para un país que perdió dos tercios de su territorio y desde entonces millones de húngaros étnicos viven fuera de las fronteras de Hungría, pero es en los últimos tiempos cuando Budapest está alimentando un renovado resentimiento. Es cierto que con alguno de los países, como Eslovaquia, ha estrechado lazos, que es el camino adecuado, la vía europea. Pero las tensiones con otros, como Rumanía y Ucrania, con importantes minorías magiares, son obvias y casi permanentes.

Los discursos de Orbán no dejan lugar a dudas sobre ese resentimiento renovado: “Occidente violó las fronteras milenarias y la historia de Europa Central. Nos obligaron a vivir entre fronteras indefendibles, nos privaron de nuestros tesoros naturales, nos separaron de nuestros recursos e hicieron de nuestro país un corredor de la muerte. Nunca olvidaremos que hicieron esto”.

Los mapas ya no nos muestran únicamente las cicatrices de la historia. Nos ayudan a ver el plano mental de candidatos a 'hombre fuerte', revisionistas históricos y aquellos que quieren retener y aumentar su poder subidos a lomos del resentimiento. En Bruselas, la capital de esa nueva Europa geopolítica, toca empezar a retirar los cuadros abstractos que adornan algunos de los despachos más importantes y empezar a colgar mapas. La historia ha llamado a la puerta.

Fue Josep Borrell, cuando todavía no era ministro de Asuntos Exteriores y por supuesto no había llegado a ser el jefe de la diplomacia europea, el que aseguró que “las fronteras son cicatrices que la historia ha dejado sobre la piel de la tierra, grabadas a sangre y fuego”. Estos días, lo que está claro es que algunas de ellas no son cicatrices: son auténticas heridas abiertas.

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