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El alto precio a pagar por la UE y la OTAN por el Caballo de Troya de Erdogán y Orbán
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Nacho Alarcón

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El alto precio a pagar por la UE y la OTAN por el Caballo de Troya de Erdogán y Orbán

La democracia es necesaria para que las organizaciones internacionales como la UE y la OTAN funcionen adecuadamente, como demuestra el veto turco a Suecia y Finlandia

Foto: El primer ministro de Hungría junto al presidente turco. (Reuters)
El primer ministro de Hungría junto al presidente turco. (Reuters)

Desde hace algún tiempo la Unión Europea está descubriendo el precio de contar en el club con miembros autocráticos, en su caso con Hungría. La OTAN no es ajena a ese aprendizaje, pero estos días, con Turquía bloqueando la entrada de Suecia y Finlandia en la Alianza Atlántica, los socios están recibiendo su recordatorio periódico del peaje que tienen que abordar. Para las organizaciones internacionales, permitir que en su seno surjan autocracias es un error que puede costarles la existencia.

En las últimas semanas, Hungría ha bloqueado el sexto paquete de sanciones contra Rusia que permitiría el veto al petróleo ruso. Es cierto que el problema húngaro es, esta vez, técnico: recibe casi todo el petróleo por un oleoducto directo desde Rusia y no tiene acceso al mar, así que no tiene muchas opciones de conseguir suministros alternativos. Pero si Viktor Orbán, primer ministro húngaro, no hubiera construido un estado autoritario, con un Gobierno corrupto que ha utilizado los fondos europeos durante más de una década para afianzarse en el poder y beneficiar a sus familiares y amigos, la Unión Europea podría estar trabajando en una alternativa.

Bruselas podría pagar miles de millones de euros a Hungría para que construyera las infraestructuras necesarias para obtener crudo desde otros países. El problema es que el fondo que podría canalizar ese dinero está congelado para el Gobierno húngaro. ¿La razón? Sus ataques al estado de derecho no garantizan la integridad del presupuesto europeo. Es decir: no hay forma de garantizar que ese dinero no se vaya a ir por el sumidero de la corrupción de Orbán para que sigan floreciendo los empresarios amigos del primer ministro, o para seguir comprando medios de comunicación críticos contra el Gobierno.

placeholder Viktor Orbán, primer ministro húngaro. (Reuters)
Viktor Orbán, primer ministro húngaro. (Reuters)

En el caso de Turquía, pide que Suecia y Finlandia persigan a los miembros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), considerado un grupo terrorista tanto en Turquía, donde han cometido numerosos atentados, como en la Unión Europea, así como contra los miembros del movimiento de clérigo Fethullah Gülen, rival del presidente Recept Tayyip Erdogan. Ankara solicita la extradición de 28 personas por parte de Suecia y 12 personas por parte de Finlandia. Para entrar en la OTAN se les exige la entrega de 40 personas a un sistema judicial totalmente parcial. Si Turquía fuese una democracia funcional, con un sistema judicial independiente, este problema no existiría.

Negociar es algo que todos los socios hacen. Forma parte del juego. Pero cuando existe la unanimidad se abre una enorme distancia entre una democracia y un Estado autoritario. Un líder democrático está sujeto a las presiones de la opinión pública, de los medios de comunicación independientes, de una oposición relativamente fuerte, y, en muchas ocasiones, a socios de gobierno o socios parlamentarios necesarios para seguir en el poder. Mientras tanto, en los Estados autoritarios o "iliberales", como el que Orbán ha construido en Hungría, todo lo que hay es un hombre y su voluntad. Se dice que en la sala de reuniones del Consejo Europeo todos los líderes son "monarcas absolutos", por el enorme poder de decisión que tienen, pero algunos son más absolutos que otros.

Foto: Sede del Consejo Europeo en Bruselas. (EFE) Opinión
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Lejos de verse perjudicados por formar parte de una organización internacional como la UE o la OTAN, estos líderes autoritarios se ven reforzados. Orbán nunca habría podido construir su Hungría "iliberal" sin la lluvia de millones europeos, y Turquía probablemente se vería más aislada si no fuera un socio de la Alianza Atlántica, aunque también son muchos los que creen que en el caso turco es mejor tenerla dentro del club para intentar limitar sus ansias expansionistas. Otros critican que en realidad ese intento de aplacar a Ankara sirve para lo contrario: sus aventuras en el Egeo ya habrían provocado muchísimas más críticas si no tuviera el gran peso que tiene en el club al ser una de sus principales potencias militares. Ambos aprovechan la poderosa palanca de la unanimidad para obligar a todo un club de democracias a moverse en la dirección que ellos quieren en determinados debates.

placeholder Erdogan durante una cumbre de la OTAN. (Reuters)
Erdogan durante una cumbre de la OTAN. (Reuters)

La relación es totalmente asimétrica: los autócratas se refuerzan mientras debilitan los objetivos finales de la organización. Es un muy mal negocio. Incluso a la hora de buscar soluciones a problemas concretos las cosas se complican: Bruselas no puede resolver el veto húngaro al sexto paquete de sanciones con dinero porque Hungría no cumple los requisitos mínimos, y Suecia y Finlandia no pueden extraditar a las personas que pide Turquía porque el sistema judicial turco es parcial y no es independiente. Y eso hace pensar en la unanimidad en el caso de la UE. Eliminarla en todos los ámbitos es un error, porque lo que hace interesante a la Unión es que hasta el país más pequeño de la Unión puede decir un "no" rotundo a Alemania. Pero la eliminación de la unanimidad quizás sea un mal menor: si a todos se les da el mismo poder, todos deberían jugar con las mismas reglas, tener sistemas equivalentes.

Hay otra opción en el caso de la Unión: que los líderes tengan voluntad política y entiendan la dimensión del problema. Ellos tienen a su alcance, en el artículo 7 de los Tratados, la opción de quitar a un Estado miembro que viole el Estado de derecho la potestad de votar en el Consejo. Es cierto que el proceso es complicado, y que requiere de una unanimidad que no existe para llegar hasta las últimas consecuencias. Pero los líderes no quieren explorar a fondo esa vía porque la consideran políticamente demasiado sensible. Agresiva, quizás. Pero hay que cambiar de mentalidad: es un movimiento puramente defensivo, un movimiento de supervivencia. Las organizaciones internacionales no pueden evitar que países democráticos que forman parte de ellas dejen de serlo, pero tienen que aprender pronto a cómo limitar los efectos colaterales de esa marcha atrás.

Desde hace algún tiempo la Unión Europea está descubriendo el precio de contar en el club con miembros autocráticos, en su caso con Hungría. La OTAN no es ajena a ese aprendizaje, pero estos días, con Turquía bloqueando la entrada de Suecia y Finlandia en la Alianza Atlántica, los socios están recibiendo su recordatorio periódico del peaje que tienen que abordar. Para las organizaciones internacionales, permitir que en su seno surjan autocracias es un error que puede costarles la existencia.

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