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Sala 2 | Joe Biden, la visión conservadora

Los republicanos consideran que la invitación a la unidad del presidente se ha quedado en palabras y opinan que su agenda está guiada por el ala izquierdista demócrata

Foto: El presidente estadounidense, Joe Biden, durante un breve comunicado en la Casa Blanca este lunes.
El presidente estadounidense, Joe Biden, durante un breve comunicado en la Casa Blanca este lunes.

La luna de miel está siendo especialmente romántica. Los grandes medios de comunicación de Estados Unidos han saludado a la nueva Administración Biden con toda su amabilidad, pompa y adulación. Quizá por el hecho de haber dejado atrás la traumática presidencia de Donald Trump o por la propia inercia endogámica de las élites, desde hace una semana somos testigos de los buenos deseos y los ojos húmedos en horarios de máxima audiencia. Una sentida ceremonia del progresismo, inversamente proporcional al horror y al pánico de los últimos cuatro años.

“Nos dieron estilo. Nos dieron fama. Nos dieron esperanza”, sentenció Joy Reid, presentadora de MSNBC, sobre la “increíble” investidura. Su colega de cadena, la también presentadora Rachel Maddow, confesó haber gastado “una caja entera de Kleenex” durante el discurso de Joe Biden. Como apunta Jack Schafer en 'Politico', 'The New York Times' “se tragó toda la reciente creación del mito que ha hecho que Joe Biden pasara de ser un político huidizo a un hombre de Estado”.

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El acaramelamiento de los medios con el poder suele ser habitual durante las transiciones políticas (sobre todo demócratas): una manera de pasar página y de dar al nuevo líder un momento de gracia, antes de volver al ruedo de las críticas y de las exclusivas. La investidura de Joe Biden, que su antecesor trató de evitar usando todos los medios a su alcance, incluyendo una campaña de mentiras y finalmente un llamado a la sedición, ha sido recibida si cabe con un mayor júbilo.

Estas sensaciones, sin embargo, están confinadas en la película que se proyecta en la Sala 1 y que tendemos a considerar la única narrativa vigente en Estados Unidos, o la única válida. La película de la Sala 2, la conservadora, está pasando por un periodo difícil de fragmentación y crisis existencial, pero también se ha formado una opinión sobre los primeros días de Joe Biden en el despacho oval.

La invitación a la unidad del presidente se ha quedado, dicen, en palabras. Figuras verbales que se llevó el viento helado del pasado miércoles en el Capitolio. Pocas horas después de jurar el cargo, Biden hacía un canto al unilateralismo, aprobando 17 decretos de golpe. En sus primeros dos días como presidente, el demócrata ha firmado más órdenes ejecutivas que Donald Trump en sus primeros tres meses. Ya lleva docenas. Una señal de que quizá no tenga mucho interés en negociar sus medidas con los republicanos. Sobre todo, porque su partido controla el Congreso.

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Algunos de estos decretos, encaminados a deshacer el legado de Trump, preocupan particularmente a los conservadores y sus sensibilidades fiscales. Por ejemplo, el objetivo de subir el salario mínimo federal a 15 dólares la hora choca con la tradición descentralizadora republicana, que podemos trazar hasta el presidente Thomas Jefferson. La idea de que son los estados, cada uno con sus circunstancias y tradiciones, quienes deben adoptar las decisiones económicas importantes. Los 15 dólares la hora no funcionan igual en Nueva York y en Los Ángeles que en el Misisipi rural o en las montañas mineras del este de Kentucky. Según la Oficina Presupuestaria del Congreso, este aumento del salario mínimo, al poner bajo presión a las empresas, podría desembocar en la destrucción de 1,3 millones de empleos.

Esta y otras medidas, además, emanan directamente del ala socialista del Partido Demócrata. Es allí, dice el fetiche, donde están la juventud y las energías de la izquierda, y para conseguir el apoyo de los senadores Bernie Sanders o Elizabeth Warren, el moderado presidente ha tenido que adoptar algunas de sus propuestas.

Tal es la percepción de los espectadores de la Sala 2: que, más allá de su historial moderado y de las hermosas palabras de unidad que sonaron durante la toma de posesión, Joe Biden ha sido elegido con un programa izquierdista que para los republicanos es poco menos que kriptonita. El comandante en jefe quiere aprobar un plan de estímulo económico de 1,9 billones de dólares: una reconstrucción nacional de las infraestructuras con criterios verdes, que reharía puertos y carreteras, multiplicaría por 20 el número de estaciones de carga para los coches eléctricos y reduciría a cero las emisiones de dióxido de carbono para el año 2050.

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Luego está el encantamiento del 'marketing' y las relaciones públicas: la capacidad de distraer al pueblo con eslóganes y promesas que, si se miran de cerca, pierden su lustre. La tarea urgente de la nueva Administración, la lucha contra el coronavirus, ha protagonizado muchos de los anuncios más prometedores de Biden. El más importante de ellos, el objetivo de administrar 100 millones de dosis de la vacuna en los primeros 100 días de mandato. Números redondos e impresionantes: un esperado golpe de timón. De no ser porque ese ritmo de vacunación, un millón al día de dosis, prácticamente se había conseguido ya con Donald Trump en la Casa Blanca.

Lo mismo sucedería con el '100 days mask challenge': la cruzada épica para que los norteamericanos lleven mascarilla... en los edificios federales. La Administración Biden ha dicho también que tendrá que empezar “desde cero” la política contra el covid-19, lo cual ha sentado mal a los republicanos. Como si la Administración anterior no hubiese cumplido su promesa de conseguir una vacuna antes de que finalizase 2020, por ejemplo, movilizando para ello enormes recursos.

Otro motivo de rechazo expresado por la derecha es la limpieza de altos funcionarios que normalmente pasan de una Administración a la siguiente. La Casa Blanca de Biden, por ejemplo, se ha deshecho ya de Peter Robb, consejero general de la Junta Nacional de Relaciones Laborales. A Robb, cuyo cargo de cuatro años está confirmado por el Senado, le quedaban 10 meses de mandato. Cuando Donald Trump ocupó el poder hace cuatro años, dejó que el jefe de este organismo agotara los nueve meses que le quedaban. Nunca antes este cargo había sido despedido.

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“La ‘unidad’ duró un par de minutos”, escribe Kimberley A. Strassel, columnista del 'Wall Street Journal'. “Luego, horas después de que el presidente Biden prometiese en su discurso de investidura mostrar ‘tolerancia y humildad’, los puños americanos salieron a relucir”. Robb recibió una carta invitándole a dimitir antes de las cinco de la tarde. Si no, sería despedido.

Los conservadores se aprestan a destacar otros detalles que no les gustan: por ejemplo, la escasez de veteranos del Ejército en el gabinete (de momento, los secretarios Lloyd Austin y Pete Buttigieg) o las consabidas manchas en el currículo de este o aquel nominado. Mientras tanto, lo cierto es que la mayoría de los norteamericanos han recibido al presidente Biden con buenos ojos. Una encuesta de Ipsos y ABC News, revelada el domingo, indica que casi siete de cada 10 personas aprueban sus planes de lucha contra la pandemia, y un 57% tiene confianza en su capacidad de unir al país: números que jamás alcanzó el anterior presidente.

La luna de miel está siendo especialmente romántica. Los grandes medios de comunicación de Estados Unidos han saludado a la nueva Administración Biden con toda su amabilidad, pompa y adulación. Quizá por el hecho de haber dejado atrás la traumática presidencia de Donald Trump o por la propia inercia endogámica de las élites, desde hace una semana somos testigos de los buenos deseos y los ojos húmedos en horarios de máxima audiencia. Una sentida ceremonia del progresismo, inversamente proporcional al horror y al pánico de los últimos cuatro años.

Joe Biden Bernie Sanders