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Sala 2 | Joe Manchin: el demócrata más conservador (y poderoso) de EEUU

El senador, procedente del estado más trumpista del país, cuenta con una enorme influencia en una Cámara Alta en la que todo voto demócrata es necesario

Foto: El senador de Virginia Occidental Joe Manchin. (EFE)
El senador de Virginia Occidental Joe Manchin. (EFE)
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Aunque pocos hayan oído hablar de él o sepan ponerle cara, Joe Manchin es una de las personas más poderosas de Estados Unidos. Un senador situado en el centro matemático del paisaje: demócrata, pero conservador y de un fervoroso estado republicano, en un Senado diametralmente dividido entre ambos partidos (un empate a 50 que técnicamente puede romper el voto de Kamala Harris, vicepresidenta de EEUU y por tanto presidenta de la Cámara Alta). Un verso suelto con la capacidad de inclinar la balanza legislativa del país en una dirección o en otra.

Ahora, por ejemplo, Manchin quiere asegurarse de que los demócratas no aprueban sus grandes proyectos sin molestarse en escuchar la opinión de los republicanos, como ha sucedido con el nuevo paquete de estímulo contra la pandemia. “No voy a apoyar una ley que los margina completamente [a los republicanos] antes de empezar a intentarlo [alcanzar un acuerdo]”, dijo el senador al portal Axios, en referencia a la próxima ley de clima e infraestructura.

Manchin habla en serio. Durante el mandato de Donald Trump, fue el congresista demócrata que más veces votó a favor de las leyes que propuso el presidente. Y, en el mes y medio de la nueva administración, Manchin ya ha demostrado que puede votar de un lado y de otro sin que le tiemble el pulso. A finales de febrero se alineó con los republicanos en su rechazo a Neera Tanden, nominada por la Casa Blanca para dirigir la Oficina del Presupuesto. Tanden acabó perdiendo la nominación.

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Otro golpe de Manchin, que no ha sentado nada bien a sus colegas de partido, es su negativa a subir el salario mínimo a 15 dólares la hora para el año 2025, más del doble que el actual. Manchin propone llegar a 11 dólares, y ya. “Respaldo básicamente algo que sea responsable y razonable”, dijo en febrero, y sus palabras pesaron como pesa la ley. Otros siete demócratas refrendaron su opinión. Así que Manchin es el nuevo 'power broker' de Washington. El hombre a cuya puerta llaman los jefes de ambos partidos para hacer avanzar sus respectivas agendas.

Pero Manchin es algo más: un espécimen de la vieja política. Una criatura antediluviana, bipartidista, de una época en que las emociones y las grandes batallas nacionales todavía no se habían comido todo el pastel. El hecho de que sea un líder demócrata en Virginia Occidental, un estado en el que Donald Trump sacó aproximadamente el doble de votos que Hillary Clinton y Joe Biden en sus respectivas elecciones, lo convierte en una verdadera rareza contemporánea.

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Lo dicen los números: antes era común que demócratas y republicanos compartiesen el poder dentro de cada estado. Es decir, que un partido controlase el Congreso y otro la gobernaduría, obligando a los políticos a forjar un clima de negociación. La política local suele ser así: a veces importan más los candidatos, su experiencia, sus habilidades, que el partido al que pertenecen. En 1991, por ejemplo, el poder estaba compartido en 32 de los 50 estados de EEUU. A día de hoy, ese número se ha reducido a menos de la mitad: solo se comparte poder en 12 estados.

Lo mismo ocurre si miramos al Senado. Cada estado tiene dos escaños, y antiguamente era habitual que un escaño fuera de un partido y otro de otro. Así, en 1981 más de la mitad de las 50 delegaciones senatoriales eran mixtas: tenían un escaño demócrata y otro republicano. En 2021 las delegaciones mixtas casi han desaparecido. Solo quedan seis. Una de ellas, Virginia Occidental.

El senador Manchin, por tanto, transita por una línea muy fina. Ha sido demócrata toda su vida, pero las sensibilidades de sus votantes han ido escorándose a la derecha desde hace unos 20 años. Y de hecho los republicanos han tratado de cortejarle, de convertirlo en tránsfuga. Algo que ya hicieron con el actual gobernador de Virginia Occidental, Jim Justice. En 2016, Justice ganó las elecciones como demócrata moderado y, pocos meses después, ya en el cargo, se cambió de partido y expresó su respaldo a Trump: el político más popular en esos lares.

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El propio Manchin, que siempre había ganado sus elecciones con márgenes superiores a 20 puntos, estuvo cerca de perderlas en 2018, lo cual aumentó las presiones republicanas para que se cambiase de bando. Pero Manchin, de momento, resiste en sus posiciones aparentemente ambiguas: ferviente defensor de las armas, como buena parte de su electorado blanco rural, pero partidario, también, de ampliar la cobertura sanitaria con dinero público. Todo un mestizaje.

En Manchin vive el fantasma de la antigua Virginia Occidental, un estado minero que solía ser confiablemente demócrata. Sus masas obreras pertenecían al “muro azul” que separaba el sur conservador del norte progresista. Tenían su cultura sindical y simpatizaban con las medidas 'bienestaristas'. Entre 1932 y 1996, el estado votó demócrata en 14 de las 17 elecciones presidenciales.

Pero, además de la corriente de fondo de la globalización y las economías a escala, hubo algo que terminó de transformar la opinión política de Virginia Occidental. Un demonio que convirtió a su electorado en el más pro-Trump del país: las políticas climáticas y sus efectos destructivos en la industria minera. En el año 2000 el candidato Al Gore, pionero de las promesas medioambientales, mordió el polvo en el estado y ya nunca más un demócrata volvió a ganar allí.

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Tampoco es que los presidentes republicanos, en su defensa del carbón, hayan mantenido a flote los intereses locales. Virginia Occidental es hoy el estado con menores ingresos medianos por cada hogar y uno con los índices de pobreza más altos. El empleo minero ha bajado hasta apenas un 2,5% del mercado laboral y la crisis de adicción a los opiacéos lleva años sembrando el terror en sus comunidades.

Joe Manchin conoce bien todos estos problemas. Nació hace 73 años en una pequeña localidad minera, y desde hace 38 ha sido parlamentario local, secretario de Estado, gobernador y, desde 2012, senador sénior. Sus aliados dicen que Manchin, a diferencia de otros senadores centrados en dar el salto a la política nacional, actúa exclusivamente en defensa de los intereses del estado al que representa. Su fino baile despierta recelos en el ala izquierda de su partido, que lo ha llegado a acusar de tener prejuicios contra las mujeres de color (como la propia Neera Tanden a cuya nominación se opuso). Manchin lo ha negado y utiliza como escudo su probada trayectoria de bipartidismo.

Cuando los grandes planes de la administración Biden dependan de un hilo, como sucederá a menudo con un Senado empatado, miren a Manchin: seguramente será su voto el que determine la luz verde o roja, como el César que muestra su pulgar al final de un combate en el Coliseo. En las próximas semanas el senador tiene previsto exigir a los demócratas que añadan una subida de impuestos a su plan de infraestructuras, para así poder pagarlo y no agrandar un descomunal déficit. Manchin siempre usa las palabras “razón” y “sentido común”, que encajan bien en su posición. “Les diría esto a mis amigos [demócratas]: tenéis poder. No abuséis de él”.

Aunque pocos hayan oído hablar de él o sepan ponerle cara, Joe Manchin es una de las personas más poderosas de Estados Unidos. Un senador situado en el centro matemático del paisaje: demócrata, pero conservador y de un fervoroso estado republicano, en un Senado diametralmente dividido entre ambos partidos (un empate a 50 que técnicamente puede romper el voto de Kamala Harris, vicepresidenta de EEUU y por tanto presidenta de la Cámara Alta). Un verso suelto con la capacidad de inclinar la balanza legislativa del país en una dirección o en otra.

Joe Biden