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Sala 2 | La cultura de las armas en EEUU ya no es monopolio del hombre blanco

El estereotipo de que únicamente a los hombres blancos conservadores les importa el derecho a portar armas en el país no se corresponde con una realidad más compleja

Foto: Una mujer examina un rifle de francotirador durante una exhibición de armas en Sochi, Rusia. (EFE)
Una mujer examina un rifle de francotirador durante una exhibición de armas en Sochi, Rusia. (EFE)

Una de las imágenes más icónicas de Estados Unidos es la del hombre rural blanco, barbudo, con unos kilos de más, sosteniendo un rifle capaz de perforar un chaleco antibalas a 1,8 kilómetros de distancia. En el nombre de Dios y de Donald Trump. Y es una imagen verdadera. Otra cosa es que solo represente, en realidad, una parte concreta del paisaje. La cultura de las armas de fuego en Estados Unidos está mucho más extendida y es mucho más diversa de lo que sugieren las abundantes caricaturas.

Las ventas de rifles y pistolas aumentaron el año pasado un 60%, la marca más alta jamás registrada. Los norteamericanos compraron en total 21 millones de armas, batiendo con creces el récord de 2016 (otro año electoral). Las razones que explican este incremento son bastante genéricas. Cuando sucede algo traumático en Estados Unidos, como un atentado terrorista, un tiroteo masivo, un huracán o, por supuesto, una pandemia o una ola de disturbios, las entregas se disparan: es como si subieran a la par que la ansiedad. Lo mismo sucede cuando los demócratas ganan la presidencia y vuelven a prometer, por enésima vez, un refuerzo del control de armas.

No obstante, si desmenuzamos la cifra de 2020, publicadas por la National Shooting Sports Foundation, llaman la atención dos cosas: la primera, que 8,4 millones de estadounidenses adquirieron un arma por primera vez en su vida (compraron un 40% del total). Y la segunda, que los principales responsables del incremento de ventas fueron las mujeres y los afroamericanos.

Foto: El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo. (EFE) Opinión

Y no es algo que se deba solo a las circunstancias de un año excepcional. La compra de armas entre los hombres lleva años estancada, mientras que las mujeres compran en cada vez mayores proporciones. En 2005 solo un 13% de la norteamericanas poseía un arma; década y media después, en 2019, ya era un 23%. Apenas por debajo del 30% de la media nacional. Y eso sin contar con los números de 2020.

Este fenómeno ha configurado un curioso feminismo ligado a las armas de fuego. La defensa de la Segunda Enmienda tiene cada vez más un rostro de mujer. El Confidencial entrevistó en 2018 a Carrie Lightfoot, fundadora de The Well Armed Woman, una organización sin ánimo de lucro dedicada a informar y entrenar a las mujeres en el uso de las armas, y que por aquel entonces ya tenía casi 400 sucursales. Hablamos también con Peggy Tartaro, editora de la revista 'Women & Guns', y con Jenn Jacques, editora del portal 'The Truth About Guns'. Su retórica era feminista: estaban cansadas de que los hombres se considerasen los protectores del hogar y de las damiselas en peligro, y decidieron ser dueñas de su propia seguridad. Dana Loesch, exportavoz de la Asociación Nacional del Rifle, o Tomi Lahren, que defiende llevar un revólver en los pantalones de yoga, son de las voces más conocidas.

Lo mismo sucede con las minorías étnicas. La National African American Gun Association (NAAGA) está teniendo una época boyante. El año pasado, este grupo, fundado en 2015 y dirigido a los aficionados afroamericanos a las armas, vio crecer sus filas un 25% hasta sumar en torno a 40.000 miembros. Su fundador, Philipp Smith, reconoció que su percepción de las armas dio un vuelco en 2014, cuando visitó reticentemente una galería de tiro con sus amigos. “No tenían cuernos saliendo de su cabeza y todo eso”, dijo sobre los aficionados a disparar. Le cogió el gusto y decidió promocionar la práctica de tiro en su comunidad.

A veces la conversión es de 180 grados, y militantes en contra de la venta de armas se convierten en militantes a favor, como fue el caso de Ermiya Fanaeian. En menos de dos años pasó de fundar la sucursal de Utah de March for Our Lives (creada a raíz de la matanza en el instituto de Parkland, en Florida), que abogaba, según sus palabras, por “desarmar” a la población para evitar tragedias semejantes, a fundar Pink Pistols: un grupo que hoy hace exactamente lo contrario. Fanaeian, que se describe como una “activista social de izquierdas”, quiere armar a la comunidad LGBT, a la que ella pertenece, para que se defienda de posibles agresiones.

Lo que le hizo cambiar de opinión, según su testimonio en la radio NPR, fue el ataque a la mujer transgénero Iyanna Dior, que fue violentamente acosada en una gasolinera de Minesota. “Eso me hizo darme cuenta rápidamente de que, si la policía no nos estaba protegiendo, ni tampoco los políticos electos, entonces era el momento de poner nuestra seguridad en nuestras propias manos”.

Foto: El senador de Virginia Occidental Joe Manchin. (EFE) Opinión

Estas son algunas de las razones por las que ligar la posesión de un arma con la pertenencia a la famosa Asociación Nacional del Rifle (NRA) es engañoso. Si los demócratas sugieren que comprarse una pistola tiene que ver con la morbosa propaganda de la NRA o con su tradicional influencia en el Partido Republicano, quizás sea políticamente útil, pero solo es otro de los mitos recurrentes.

De la tercera parte de los estadounidenses que posee un arma, menos de un 20% tiene también un carné de la NRA. Este grupo es relativamente pequeño sobre el conjunto, y muy muy republicano. Casi cuatro de cada cinco miembros del club se confiesa votante conservador. Es una asociación que, además, está perdiendo capacidad de recaudación e influencia política, en parte por sus sonados y repetidos escándalos de corrupción.

Algunos estudiosos del sector dicen que recurrir a estos estereotipos es contraproducente para la causa del control de armas, ya que indica que los políticos no acaban de entender la profundidad y el alcance del fenómeno. Un clásico ejemplo es Barack Obama, cuyos esfuerzos en limitar las ventas acabaron siendo cosméticos. “No sorprende que se amarguen, se agarren a las armas o a la religión o a la antipatía hacia personas que no son como ellos”, dijo el demócrata durante su campaña de 2008, describiendo a la gente las “pequeñas localidades del Medio Oeste”. Sus palabras, de las que sus rivales sacaron petróleo, lo persiguen hasta el día de hoy.

Foto: El expresidente estadounidense Donald Trump durante su discurso en la CPAC el pasado domingo. (Reuters) Opinión
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Los académicos Austin Sarat y Jonathan Obert declaran que la cultura de las armas va mucho más allá del miedo o el instinto defensivo. “Culturalmente, las armas no son solo una reacción a las ansiedades. De una manera que los activistas del control de armas raramente tienen en cuenta, pero que para los dueños de un arma es obvio, las armas son un activo social para el propietario. Las armas conectan a la gente en un momento en el que trabar conexión es más difícil”, escribían en 2019.

La Universidad de Boston identificó distintas razones por las que los norteamericanos compraban armas de fuego: en la mitad norte de Estados Unidos predomina el uso recreativo; en la mitad sur, la autodefensa, alternada, sobre todo al este, con la adhesión política a la Segunda Enmienda (el derecho a portar armas). La posesión, además, está concentrada por comunidades: en torno a la mitad de los propietarios dice que todos o casi todos sus amigos también poseen un arma. Entre quienes no tienen, en cambio, solo uno de cada 10 dice tener amigos armados.

El problema, siguiendo los argumentos de Austin Sarat y Jonathan Obert, quizá no sea que haya muchos estadounidenses agarrados a un arma de fuego, sino la manera de dirigirse a ellos políticamente. De entender, si se quiere limitar o cambiar, una cultura más compleja y arraigada de lo que sugieren los estereotipos.

Una de las imágenes más icónicas de Estados Unidos es la del hombre rural blanco, barbudo, con unos kilos de más, sosteniendo un rifle capaz de perforar un chaleco antibalas a 1,8 kilómetros de distancia. En el nombre de Dios y de Donald Trump. Y es una imagen verdadera. Otra cosa es que solo represente, en realidad, una parte concreta del paisaje. La cultura de las armas de fuego en Estados Unidos está mucho más extendida y es mucho más diversa de lo que sugieren las abundantes caricaturas.

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