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Sala 2: ¿Meritocracia o equidad racial? EEUU revisa el ‘sueño americano’
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Sala 2: ¿Meritocracia o equidad racial? EEUU revisa el ‘sueño americano’

Casi en cualquier variable socioeconómica, Estados Unidos arroja un sinfín de desigualdades raciales en las que los afroamericanos se llevan la peor parte

Foto: Una persona disfrazada de Tío Sam observa los fuegos artificiales del 4 de julio en Nueva York. (EFE)
Una persona disfrazada de Tío Sam observa los fuegos artificiales del 4 de julio en Nueva York. (EFE)

El país de la meritocracia, Estados Unidos, ya no lo es tanto. La facción más activista de la izquierda considera que las historias del esfuerzo individual y de los millonarios hechos a sí mismos son un mito: una ristra de de fábulas infantiles que nos contamos el 4 de julio y que solo servirían para taparnos los ojos frente a las más crudas e insalvables desigualdades sistémicas. Esta visión crítica gana cada vez más fuerza en la sociedad estadounidense, en su relato y en sus instituciones, hasta el punto de que ya ha empezado a reescribir algunas esencias del 'American way of life'.

Esta postura, consolidada en la última década, afirma que la igualdad de oportunidades en Estados Unidos no existe. Lo que marca el destino de una persona, la inmensa mayoría de las veces, no es su talento o su trabajo duro, sino el color de su piel, su género o el código postal en que ha nacido.

Y no es que falten argumentos. Casi en cualquier variable socioeconómica, desde los ingresos anuales a las posibilidades de morir en un parto, pasando por las proporciones de diplomados universitarios, los encarcelamientos o la configuración racial de la cúpula de las altas empresas, Estados Unidos arroja un sinfín de desigualdades raciales en las que los afroamericanos se llevan la peor parte.

Foto: Montaje: Irene de Pablo.
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Por eso los 'guerreros de la justicia social' creen que la igualdad, a día de hoy, no existe, así que miden la virtud de las instituciones en función de un concepto distinto: equidad. La equidad no se preocupa de que todas las personas comiencen en la misma línea de salida, ya que esto sería imposible, dadas las desigualdades sistémicas; lo que exige la equidad es que haya una igualdad de resultados: que todas las personas, sea cual sea su origen o color de la piel, lleguen a la vez a la meta. Una especie de corrección drástica de las desigualdades. Si el sistema no quiere abrirse y repartir, la solución es imponer cuotas raciales perfectas en cada institución.

La manera de comprobar si una empresa, un Gobierno, una universidad o el reparto de una película practican la equidad, por tanto, es comprobando si su composición racial equivale a la composición racial de la población en la que esté esa institución. Si la cuota racial es distinta, se entiende como una prueba evidente de racismo.

El autor más influyente de esta escuela, el académico Ibram X. Kendi, reduce la lucha contra el racismo a las cuotas raciales que existen a nuestro alrededor. Y de hecho ha propuesto medidas al Congreso y al Gobierno federal para “arreglar el pecado original del racismo”. Entre ellas, añadir una enmienda a la Constitución de EEUU que “ilegalice la inequidad racial a partir de determinado umbral” y crear un “Departamento de Antirracismo”, responsable de que “todas las políticas públicas locales, estatales y federales se aseguren de no generar inequidad racial”.

Foto: Imagen: Laura Martín. Opinión

Los cambios que propone Kendi pueden no llegar a materializarse a esos niveles, pero el empuje de esta idea de equidad es extraordinario. Las empresas más grandes de EEUU, sobre todo desde el asesinato de George Floyd el año pasado, han prometido todo tipo de iniciativas antirracistas y cuotas a alcanzar en el corto o medio plazo. Por ejemplo, United Airlines dice que la mitad de los 5.000 pilotos que instruirá hasta 2030 serán mujeres y/o personas de color. Hewlett-Packard dice que la mitad de sus altos cargos y el 30% de su personal técnico serán mujeres y que la proporción de minorías étnicas superará la de la población de EEUU. Lo mismo han prometido otras empresas como Wells Fargo, Ralph Lauren o Delta Airlines.

La Administración Biden prometió promover la "equidad racial" por todo el Gobierno federal y está actuando en consecuencia

Quizás el Congreso de EEUU no llegue a modificar la Constitución, pero muchas estructuras estatales también han adoptado la equidad como objetivo. La Administración Biden prometió promover la “equidad racial” por todo el Gobierno federal y está actuando en consecuencia. En mayo, la Casa Blanca tenía previsto repartir ayudas entre los empresarios de la industria alimenticia afectados por el covid. Más concretamente, entre los empresarios de la industria alimenticia que son mujeres o tienen la piel oscura. Un juez de Florida, sin embargo, bloqueó las ayudas con el pretexto de que violaban la igualdad ante la ley de los ciudadanos de EEUU.

Las críticas a la búsqueda de la equidad racial son múltiples: primero, que su premisa fundacional es cuestionable. A pesar de las claras tendencias estadísticas, no todos los blancos son inherentemente privilegiados y no todos los negros están inherentemente oprimidos. Categorizarlos de esta forma tan rígida, además de ignorar centenares de otros factores y de sacrificar la identidad individual por la identidad grupal, puede corregir injusticias al precio de generar muchas otras.

Foto: Christina Eulan, en su caravana del Seahorse Trailer Park. (Reuters)

Tal y como aconseja abiertamente el propio Kendi, la conquista de la equidad solo puede hacerse mediante la discriminación racial pura y dura. Discriminación a la hora de contratar y discriminación a la hora de conceder un ascenso, lo cual, como en el caso de las ayudas del Gobierno, puede considerarse una violación de la Ley de los Derechos Civiles, además de causar fricciones raciales.

Coca-Cola, por ejemplo, ha tenido que parar en seco su programa de diversidad racial. Entre otras cosas, la empresa había dictaminado que solo trabajaría con bufetes de abogados que tuviesen la cuota racial correcta. Dado que los bufetes querían seguir haciendo negocios con Coca-Cola, se vieron forzados a alcanzar dicha cuota lo antes posible. Pero ¿cómo? A no ser que el bufete estuviera dispuesto a ampliar plantilla y gastar más en salarios, no bastaría con ponerse a contratar gente de color. Tendría, también, que despedir a trabajadores blancos para poder rellenar sus puestos con otras etnias. Lo cual anularía de golpe la igualdad racial.

Es posible que otros factores, como la tradición, la cultura o el mero azar, hayan ligado a algunas comunidades con determinados sectores

Además, no todas las inequidades tienen por qué ser consecuencia exclusiva del racismo o de las desigualdades sistémicas. Es posible que otros factores, como la tradición, la cultura o el mero azar, hayan ligado a algunas comunidades con determinados sectores. Esto explicaría parcialmente la preponderancia de judíos neoyorquinos en el periodismo o en las ciencias sociales; la estrecha vinculación de familias irlandesas e italoamericanos con la policía o el cuerpo de bomberos; de los coreanos en la gestión de los supermercados; de los chinoamericanos en el sector de la hostelería, o de los afroamericanos en el mundo de la música y el deporte.

La última crítica, la más genérica, es que esta perspectiva contradice uno de los pilares básicos de la mitología estadounidense: la meritocracia. Si la plantilla de una empresa, de una fundación o de una obra de teatro está fijada en función de parámetros raciales, el margen de maniobra para el esfuerzo o la excelencia individual queda mucho más reducido.

Foto: Reparto de comida a personas necesitadas en Valencia (EFE) Opinión

Una manera clara de entenderlo es con el ejemplo de las audiciones para seleccionar a los miembros de una orquesta. Desde los años setenta, en Estados Unidos, estos procesos de selección se hacen a ciegas. El candidato o candidata al puesto de trombonista, por ejemplo, realiza su prueba detrás de una cortina negra. Los examinadores no tienen ni idea de si se trata de un hombre, una mujer, joven o viejo, latino, asiático, blanco o nativo americano. Se juzga la calidad de su música y fin de la historia. Pocos métodos hay más meritocráticos que este.

El problema, desde el punto de vista de la equidad racial, es que, si bien las audiciones a ciegas aumentaron enormemente la presencia de mujeres en las orquestas, por ejemplo, todavía no hacen lo suficiente: no hay suficientes afroamericanos y latinos en las orquestas americanas (aunque se da la situación de que hay una 'sobreabundancia' de asiáticos).

"Abordar el espantoso desequilibrio racial"

Es aquí donde entra Anthony Tommasini, principal crítico musical del 'New York Times', y pide públicamente que las orquestas “acaben con las audiciones a ciegas” para volverse así más diversas. “El 'statu quo' no está funcionando”, escribió Tomassini hace un año, en plenas protestas que siguieron al asesinato de George Floyd. “Si hay que cambiar las cosas, los grupos tienen que poder tomar pasos proactivos para abordar el espantoso desequilibrio racial que permanece en sus rangos. Las audiciones a ciegas ya no son sostenibles”.

Como sucede con las otras vertientes de la doctrina antirracista, ha sido en la educación primaria y secundaria donde se ha formado un mayor revuelo contra la sustitución de los estándares meritocráticos por las cuotas raciales.

Foto: Foto: Guillermo Riveros. (Farrar, Straus and Giroux)

No es algo reciente. El periodista George Packer escribió un largo ensayo en 2019 sobre su experiencia como padre de un niño y una niña en las escuelas públicas de Brooklyn. En su artículo, hace una detallada descripción, ya que sufrió en sus carnes (y en las de sus hijos) tanto la meritocracia enfermiza neoyorquina, capaz de ahogar la vida de un niño en draconianas exigencias y actividades extraescolares, como su reverso: la obsesión con las cuotas raciales.

Allá por 2015, escribe Packer, se extendió rápidamente el rechazo de los colegios a que los niños se presentaran al examen estandarizado que ofrece el Gobierno: una herramienta tradicional tanto para medir la competencia y el esfuerzo de cada alumno como para saber qué grado medio de preparación ofrecía el colegio. Packer se encontró, de la noche a la mañana, conspirando a hurtadillas con un puñado de padres para esquivar los dictados de la dirección del centro y hacer que su hijo cursara ese examen, más que nada, para ver cómo estaba de preparado.

¿Y por qué, de un curso para otro, ese interés del colegio en que los alumnos dejaran de hacer su examen estatal? Resulta que los estudiantes blancos tendían a sacar mejores notas, de media, que los estudiantes negros o latinos. Sus resultados eran diferentes. En otras palabras: no eran equitativos. La visión 'woke' consideraba esto un claro síntoma de racismo. Dado que los niños afroamericanos suelen criarse, en mayor medida, en hogares monoparentales y con menos recursos, carecen de las mismas oportunidades para estudiar y prepararse para estos examenes. La solución aportada por estos nuevos profesores activistas era que ningún alumno hiciera el examen, de manera que todo el mundo llegase a la vez a la línea de meta.

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Lo que vio Packer en 2015 se extiende hoy por todo Estados Unidos. Desde Boston y Nueva York a San Diego y San Francisco, numerosos institutos están reemplazando las pruebas de acceso en función de la nota, como ha solido ser desde siempre, por sistemas de lotería por grupos raciales. Este fue uno de los cambios que desataron la rebelión de los padres del distrito escolar de Loudoun, en Virginia, convertido en la zona cero del rechazo a la racialización de la enseñanza primaria y secundaria.

El distrito escolar de Boston, por ejemplo, ha eliminado los exámenes de admisión para los institutos y ha establecido cuotas por código postal, de manera que se aceptarán alumnos igualitariamente de los distintos barrios (dando así una oportunidad a todos los segmentos poblacionales).

En Harvard, uno de cada cuatro estudiantes es asiático-americano, pese a que solo son un 5,7% de la población de EEUU

Desde hace unos años, el principal rechazo a esta filosofía proviene de la comunidad asiático-americana, conocida por arrasar en el mundo académico. En California, por ejemplo, los asiáticos representan el 13% de la población, pero seis de cada 10 semifinalistas en los premios al Mérito Nacional del Estado (el 0,5% que saca la mejor nota) son asiáticos. En Harvard, uno de cada cuatro estudiantes son asiático-americanos, pese a que solo son un 5,7% de la población de EEUU.

Como consecuencia, cualquier medida que prime la pertenencia a un grupo en detrimento del esfuerzo individual va en contra de los esforzados asiático-americanos. Y es precisamente en torno a este premisa, como vimos en El Confidencial, donde se estructura el conservadurismo asiático en EEUU. Una premisa que parece haber atravesado las líneas raciales para convertirse en un asunto nacional, capaz de definir los ciclos electorales que tenemos por delante.

El país de la meritocracia, Estados Unidos, ya no lo es tanto. La facción más activista de la izquierda considera que las historias del esfuerzo individual y de los millonarios hechos a sí mismos son un mito: una ristra de de fábulas infantiles que nos contamos el 4 de julio y que solo servirían para taparnos los ojos frente a las más crudas e insalvables desigualdades sistémicas. Esta visión crítica gana cada vez más fuerza en la sociedad estadounidense, en su relato y en sus instituciones, hasta el punto de que ya ha empezado a reescribir algunas esencias del 'American way of life'.

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