Las fronteras de la desigualdad
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El racismo de los mensajes: Monasterio y Vox, una forma de deshumanización
Sembrar el odio es la mejor forma de desgarrar la sociedad e impedir la consideración de medidas humanas y lógicas frente a desafíos, como el migratorio, que no tienen respuestas sencillas
Tengo relación con 'menas' y 'pos-menas'. O sea, con chavales, personas con nombres e historias, que huyen de su país con la esperanza en su mirada. Es más, admiro la capacidad de los que conozco para resistir y sobreponerse a unas condiciones duras, tanto en su país como en España, frente a muros y vallas. Conocí a varios en las calles de Melilla, donde conversé con chicos y algunas chicas, menores o que acababan de cumplir los 18 años, algunos muy tocados ya por la dureza del abandono. A esa edad, dejan de estar tutelados y con frecuencia los ponen en la calle sin nada, sin siquiera un mal papel que les permita estudiar o engancharse a una oportunidad laboral para sobrevivir a la intemperie.
Con algunos ya no se puede conversar, han muerto. No pudieron volver atrás, ya que su país solo les ofrecía miseria y opresión. Como tampoco les dejaban viajar a la Península, no les quedó otra alternativa que hacer 'risky'. Meterse en los bajos de un camión o nadar desde un extremo del puerto hasta el ferry, para acceder al mismo por un cable. 'Risky' significa riesgo de perder la vida. Como le pasó al chaval de la foto y a otros cuatro en los últimos meses. Riesgo de quedarse tetrapléjico, como le ocurrió a otro joven al saltar la valla del puerto.
"La diferencia con Vox es para qué lo hace: criminalizar a un grupo, los migrantes"
Conocer personalmente a estos chicos cambia la perspectiva, al cambiar la mirada. Es tan fácil e inhumano tratarles como bandas, como números, así sean falsos, señalarles como atacantes, invasores de una España pura, que se protege del mal detrás de muros y cuchillas. Todo cambia en el encuentro. Sin ingenuidades, sin barreras ni prejuicios, una relación entre personas. Lo hablaba con mi hijo, que ha pasado unas horas a la semana durante años en un piso de chavales extutelados de Cáritas, que ahora se aferran a un futuro laboral prometedor. Cuando pones el afecto en juego, la mirada cambia, salvo que el corazón ya esté congelado.
Por eso hacen tanto daño los mensajes de odio. No solo por razones mayores, que también. Es porque ponen en la picota a chavales que conocemos, rompiendo lazos, destrozando el sentido de prójimo, deshumanizando. Salvando distancias, me imagino que algo similar ocurrió en Alemania antes de la guerra.
Cuando visité la exposición 'Auschwitz, no hace mucho, no muy lejos', lo que más me angustió tras cinco horas de sobrecogedor recorrido fue la etapa previa al inicio de la persecución de los judíos. La combinación de maldad e inteligencia usada por los nazis para convencer a todo un pueblo, el alemán, de que un grupo de seres humanos parte del mismo, los judíos, era responsable de su situación de postración y protagonista de robos, extorsiones y todo tipo de crímenes.
La manipulación propagandística y la mentira repetida alentaron el miedo y la victimización, el mejor caldo de cultivo para el odio que todo lo justifica. Hasta las cámaras de gas masivas. Hasta el asesinato de niñas y niños.
Las tácticas que usa Vox, llevadas al extremo en esta campaña, son las mismas en su base. Manipula datos y diseña imágenes y mensajes influyentes en los corazones y las mentes. No es el único partido, grupo o institución que lo hace, por desgracia. Dicho esto, la diferencia crucial en el caso de Vox, además de la tosquedad de la mentira, es para qué lo hace: criminalizar a un grupo de población, los migrantes, apuntando el disparo a los menores no acompañados. Para ello les responsabiliza de grandes males: se llevan la pensión de nuestros abuelos. Y les acusa de crímenes brutales: violan a nuestras hijas.
No les importa que lo primero sea una combinación de datos falsos y números manipulados: 269 niños en Madrid no pueden ser los responsables de las pensiones miserables de ancianas, fruto de la débil protección social en España. Tampoco les importa que lo segundo sea una combinación de datos falsos y una generalización inaceptable de un grupo. Los que violan son hombres, no un colectivo u otro.
Confío en las instituciones, en los controles sociales y en la madurez de la mayoría de la población para que no se avance en la criminalización de los migrantes. Lo que me aterra es pensar que había gente en Alemania que confiaba y pensaba lo mismo que yo, en este momento inicial, también en medio de una dura crisis económica.
Sembrar el odio en una sociedad es la mejor forma de desgarrarla y de impedir la consideración de medidas razonadas, humanas y lógicas frente a desafíos, como el migratorio, que no tienen respuestas sencillas. Mientras tanto, recomiendo a los sembradores que se abran a conversar un rato con uno de estos chavales. Tal vez les haga cambiar su sentir, del odio a la empatía.
Tengo relación con 'menas' y 'pos-menas'. O sea, con chavales, personas con nombres e historias, que huyen de su país con la esperanza en su mirada. Es más, admiro la capacidad de los que conozco para resistir y sobreponerse a unas condiciones duras, tanto en su país como en España, frente a muros y vallas. Conocí a varios en las calles de Melilla, donde conversé con chicos y algunas chicas, menores o que acababan de cumplir los 18 años, algunos muy tocados ya por la dureza del abandono. A esa edad, dejan de estar tutelados y con frecuencia los ponen en la calle sin nada, sin siquiera un mal papel que les permita estudiar o engancharse a una oportunidad laboral para sobrevivir a la intemperie.
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