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Chema Vera

Las fronteras de la desigualdad

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La economía del 'donut'. Un espacio seguro y justo para todos

La situación de rotura social se agrava por la emergencia climática provocada por el calentamiento global, que acentúa la escasez de algunos recursos vitales

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Centrada ahora en la pandemia, la humanidad se enfrenta a dos crisis mayores en extensión e impacto: la emergencia climática y la crisis de desigualdad. Pocos dementes dudan ya de la primera, aunque sigamos sin alcanzar el sentido de urgencia necesario para enfrentarla con opciones de éxito. También hay un consenso notable en relación con el incremento de la desigualdad económica, incluso en Davos o en el FMI. Los datos cantan, y su impacto en la pobreza y la inestabilidad democrática apenas se cuestiona. Por desgracia, más si cabe que en el caso del clima, ese consenso se diluye al abordar las causas y soluciones a las brechas económicas. Y es que cuesta mucho renunciar.

A lo largo de la historia, los periodos de mayor desigualdad económica han coincidido con aquellos en los que menos se redujo la pobreza

Estos dos retos gigantes están conectados y se retroalimentan. A lo largo de la historia, los periodos de mayor desigualdad económica han coincidido con aquellos en los que menos se redujo la pobreza. La teoría del goteo ('trickle down economics') no solo ha dejado de ser válida hoy, tampoco lo fue en otros tiempos. Crear riqueza no implica que esta acabe alcanzando a todos. Sin una intervención decidida, la riqueza se concentrará en lo alto de la pirámide de copas de champán, donde también se ubicará el poder para diseñar los sistemas económicos, de forma que el rebalse solo se produzca del lado voluntario y filantrópico.

Escasez de recursos vitales

Esta situación de rotura social se agrava por la emergencia climática provocada por el calentamiento global, que acentúa la escasez de algunos recursos vitales como el agua potable o la tierra productiva. El sobreconsumo y la emisión descontrolada de gases de efecto invernadero por una parte de la humanidad, tienen un impacto directo sobre quienes sufren los efectos devastadores de un clima enloquecido y carecen de los recursos para adaptarse y buscar vías alternativas para vivir con dignidad.

El gran dilema que enfrenta la humanidad hoy y en los próximos años, entre estos dos muros, lo resume muy bien la académica británica Kate Raworth en su teoría de la Economía del Donut. Raworth apunta al objetivo de que toda la humanidad se ubique en un “espacio seguro y justo”. Por encima del suelo de la pobreza, el hambre y la inseguridad. Y por debajo de un techo de emisiones excesivas y consumo desbocado de recursos que el planeta no tiene para todos. Ese espacio seguro y justo no es una fina línea igualitaria, es un espacio ancho donde hay lugar y necesidad para la innovación, el emprendimiento, la diferencia y el crecimiento personal. Lo que ocurre es que tiene límites por arriba. A los ecológicos que Raworth plantea, yo le sumo los económicos asociados con el acaparamiento de rentas, recursos naturales y, en definitiva, privilegios.

Foto: Nieve acumulada en el tejado de una vivienda de Toledo. (EFE)

De hecho, es precisamente la desigualdad la que “rompe el donut”. Si el techo se sigue estirando por la vía de las emisiones ilimitadas y la concentración de riqueza, será imposible traer al espacio seguro y justo a esa mitad de la humanidad que vive con menos de 5,5 dólares diarios. Los 500 nuevos milmillonarios surgidos durante la pandemia, mientras millones eran arrojados al hambre y el desempleo, son la mejor prueba de la capacidad del sistema económico para concentrar la riqueza, sobre todo cuando un evento disruptivo, como el virus, abate las escasas defensas con las que cuenta la protección social.

En España, la pobreza crónica se agudiza desde ese 22-25% que afecta sobre todo a hogares jóvenes con niños. La desigualdad ha crecido sobre todo en las épocas de crisis, sin volver a su origen en las de recuperación. El límite de sostenibilidad se rompe por el techo cuando los beneficios siguen comiendo terreno a los salarios, las diferencias salariales alcanzan los cientos de veces en una misma empresa y los miles en una cadena de valor global, y el capitalismo extractivo y de plataforma arrasa con la competencia y el empleo, desplegando su ingeniería fiscal para no pagar impuestos. Habrá que ir más allá del reciente acuerdo de mínimos en la OCDE para financiar las transiciones y la protección de los más vulnerables, de quienes están bajo el suelo.

Poblar el espacio intermedio, justo y seguro, exige transformaciones profundas del sistema productivo y de protección

Poblar el espacio intermedio, justo y seguro, exige transformaciones profundas del sistema productivo y de protección. En España tenemos una oportunidad con los fondos europeos para fortalecer la educación de quienes están más alejados de un empleo de calidad y mejorar la competitividad de las pymes, para que a su vez mejoren la calidad de su empleo. Con casi un 20% de los trabajadores, sobre todo mujeres, en la temporalidad encadenada, cobrando por debajo del salario mínimo entre empleo parcial y explotación laboral, hay mucho camino para elevar los salarios bajos, cuidar la economía de los cuidados y equilibrar brechas por el techo. Los sistemas de protección no contributivos deberán expandirse y abarcar bienes vitales como la vivienda. Condiciones para proteger el espacio intermedio, que acabará sino poblado por los actuales sesentones que resistan tras la extracción de sus rentas y patrimonios para sostener a unos hijos que no pueden solos. Que es imposible.

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En el lado ecológico, sabemos que no bastará con las innovaciones tecnológicas, aunque estas sean indispensables. El tiempo se acorta cada verano y tendremos que acometer una reducción de emisiones mucho más drástica y urgente, que afecte a gobiernos, empresas y personas. La transición, para ser efectiva y no arrojar a más personas bajo el suelo de la pobreza, exigirá recursos que compensen a los cientos de millones de perdedores. Y que al tiempo hagan accesible un modo de vida sostenible para todos, no solo a quien pueda pagar el coste actual de lo verde, orgánico y sostenible. Quien no sabe si comerá mañana no puede preocuparse del futuro del planeta.

Foto: Una actriz que acostumbra a actuar en las calles de Toledo. (EFE)

El espacio intermedio entre el suelo de la miseria y el techo del acaparamiento, es más que una clase media a recuperar y proteger. Que también. Requiere de más que un nuevo contrato social. Que también. Exige cambios en el estilo de vida, la cultura y el valor que damos a las cosas. Es un buen lugar donde la gente puede crecer y vivir con dignidad y alegría. Poblarlo es indispensable para la supervivencia de la especie humana en sociedades estables y cohesionadas. Para lograrlo hay que escuchar al feminismo y recuperar valores como la frugalidad y la fraternidad. No hay otra.

Centrada ahora en la pandemia, la humanidad se enfrenta a dos crisis mayores en extensión e impacto: la emergencia climática y la crisis de desigualdad. Pocos dementes dudan ya de la primera, aunque sigamos sin alcanzar el sentido de urgencia necesario para enfrentarla con opciones de éxito. También hay un consenso notable en relación con el incremento de la desigualdad económica, incluso en Davos o en el FMI. Los datos cantan, y su impacto en la pobreza y la inestabilidad democrática apenas se cuestiona. Por desgracia, más si cabe que en el caso del clima, ese consenso se diluye al abordar las causas y soluciones a las brechas económicas. Y es que cuesta mucho renunciar.

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