Las fronteras de la desigualdad
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75 años de Unicef: avances y retrocesos en los derechos de la infancia
La pandemia, la crisis económica que ha traído consigo y la forma de abordar ambas están arrojando a millones de niños a la pobreza y la violencia
En una clínica de Kabul apoyada por Unicef, que también respalda escuelas en la capital afgana, se realiza un chequeo de salud a una niña. A 1.000 kilómetros de allí, en Jaipur, docenas de niñas y niños llevan pancartas por la calle al inicio de una campaña de vacunación contra la tuberculosis impulsada por Unicef y organizaciones aliadas.
Estos hechos tuvieron lugar en los años 50. Unicef ya estaba allí y sigue estándolo hoy. La fundación de esta organización de Naciones Unidas tuvo lugar en 1946, con el objetivo primero de enfrentar la crisis humanitaria que sufría la infancia europea tras la devastación causada por la II Guerra Mundial. A lo largo de su historia, Unicef ha estado en todos los lugares y momentos donde se ponía en juego el bienestar de niñas y niños, luchando contra la mortalidad materno-infantil, el hambre, la falta de acceso a la educación o la violencia contra quienes tienen menos poder para enfrentarla. A partir de la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño en 1989, la organización redobló y renovó su trabajo desde un enfoque de derechos de la infancia, tantas veces vulnerados de forma injusta.
En estos 75 años, Unicef ha liderado una inmensa movilización global contra la pobreza y la desigualdad, en defensa de las niñas y niños de todo el mundo. Y lo ha hecho junto con la infancia y a través de miles de personas comprometidas: trabajadores humanitarios en las fronteras de los conflictos, equipos de voluntariado en ciudades españolas, expertas en políticas de infancia abogando por cambios en los sistemas que perpetúan la desigualdad, jóvenes que han reclamado protagonismo y ganado espacios de participación donde hacer oír su voz y sus propuestas. La organización cuenta con millones de personas asociadas que aportan financiación y aliento, y ha construido alianzas con gobiernos, empresas, ONG, organizaciones religiosas y toda gente de bien que sienta la incuestionable causa de la infancia como una obligación de la humanidad.
Los logros han sido muchos y profundos, se miden en cifras y datos de escolarización, reducción de la pobreza y acceso a la salud y al agua potable. Se constatan sobre todo en esperanza, la que se refleja en el rostro de cada niña que vive y sueña con su futuro, de cada niño que vive e imagina el mundo al que contribuirá.
Sin embargo, por más que sea un momento de conmemorar y honrar la memoria de quienes se dejaron la piel en esta causa, hay poco que celebrar. La pandemia, la crisis económica que ha traído consigo y la forma de abordar ambas están destrozando buena parte de estos logros y arrojando a millones de niños a la pobreza y la violencia.
El informe publicado por Unicef en su aniversario ahonda en esta situación, la mayor crisis sufrida por la infancia en la historia reciente, tan profunda y extendida que exige una respuesta semejante a la dada tras las guerras mundiales.
A casi dos años del inicio de la pandemia, 100 millones más de niñas y niños viven en la pobreza. En el mejor de los casos, se tardaría siete u ocho años en volver a la situación prepandemia en relación con la pobreza infantil multidimensional. El desborde de los sistemas de salud primaria, especialmente en los países más vulnerables, tiene como consecuencia que 23 millones de niños no hayan recibido las vacunas esenciales. Sistemas rotos que apenas pueden responder a ese 13% de quienes tienen entre 10 y 19 años y han visto afectada su salud mental. A las más pobres de los 1.600 millones de niñas y niños cuyas escuelas cerraron durante las fases más duras de la pandemia, este hecho, unido a las desigualdades en el acceso virtual a la educación, limitará sus oportunidades en su vida adulta. La malnutrición severa afecta a 50 millones, una cifra a la que se podrían sumar otros nueve millones de niñas y niños en 2022 debido al impacto de la pandemia en los sistemas y hábitos de alimentación.
Al igual que con la violencia de género, los niños y, sobre todo, las niñas están sufriendo abusos mayores y más violentos en este tiempo. La infancia que vive en los 104 países donde los servicios de prevención de la violencia han sufrido disrupciones tiene un riesgo mayor de ser víctimas. 10 millones de niñas más podrían verse forzadas a contraer matrimonio durante esta década por los efectos de la pandemia.
En este mundo de brechas, el impacto de la pandemia sobre la infancia es fuertemente desigual. La crisis económica se ceba más sobre los países a quienes se les ha hurtado el acceso a las vacunas contra el covid-19, quienes a su vez tienen una capacidad mucho menor de proteger a su población con recursos extraordinarios. Ser niña en un país pobre, durante una crisis como la del covid-19, es tan difícil.
Salvando las diferencias de renta y capacidad institucional con los países del sur, la pandemia también ha supuesto un fuerte retroceso en los derechos de la infancia en España. Con unos niveles de pobreza infantil ya inaceptables antes de la crisis, esta la ha acentuado al producirse un empobrecimiento acelerado de muchas familias donde el empleo se perdió o el salario se volvió más miserable, mientras la protección social llegaba tarde y de forma insuficiente. Salud mental de adolescentes, mayores brechas educativas y violencia infantil son otros de los impactos negativos de la crisis que se abate sobre un país fuertemente desigual.
La respuesta a esta crisis de derechos de la infancia tiene que ser equiparable a su impacto. O sea, contundente, global y urgente. Más inversión en políticas de infancia con una ambición universal y un acento en las situaciones de mayor vulneración, donde el virus del hambre y la pobreza marca los primeros años de la vida. Revertir la injusta distribución de vacunas contra el covid-19 y asegurar que se retoma la senda de vacunación esencial de cada niña y niño reforzando los sistemas primarios de salud. Debemos construir un presente más justo para la infancia, protegida en los conflictos, con acceso a una educación de calidad y capaz de adaptarse a la crisis climática. Con espacios de participación genuinos para hacer oír su voz.
Unicef lleva 75 años en esa tarea, apasionante e indispensable. Un minuto para recordar y luego a seguir en la defensa de los derechos de la infancia. Con cada niña, con cada niño. Por su presente y su esperanza en el futuro.
En una clínica de Kabul apoyada por Unicef, que también respalda escuelas en la capital afgana, se realiza un chequeo de salud a una niña. A 1.000 kilómetros de allí, en Jaipur, docenas de niñas y niños llevan pancartas por la calle al inicio de una campaña de vacunación contra la tuberculosis impulsada por Unicef y organizaciones aliadas.