Es noticia
Violencia, virus y desnutrición se alían contra la infancia
  1. Mundo
  2. Las fronteras de la desigualdad
Chema Vera

Las fronteras de la desigualdad

Por

Violencia, virus y desnutrición se alían contra la infancia

Una misión que se encuentra desafiada como nunca en décadas. Desde la Segunda Guerra Mundial, no había tantos niños y niñas que necesitaran ayuda humanitaria

Foto: Población de Pie de Pató, Colombia. (EFE/Mauricio Dueñas Castañeda)
Población de Pie de Pató, Colombia. (EFE/Mauricio Dueñas Castañeda)

Una de las experiencias más duras que he tenido fue en la orilla chadiana del lago Chad. La retirada del agua por la sequía y el conflicto con Boko Haram habían expulsado a miles de familias desesperadas a la nada, a la tierra árida, en campos de desplazados improvisados, sin nada. Familias olvidadas por el mundo cuya única esperanza de sobrevivir estaba en las organizaciones humanitarias presentes en la región. Vi a niños que estaban al límite, que tal vez no llegarían a superar el hambre y la enfermedad en los días siguientes. Sentí indignación al tiempo que reafirmaba el sentido último de nuestra misión: la defensa del derecho a la vida frente a la muerte prevenible, la mayor de las injusticias.

Una misión que se encuentra desafiada como nunca en décadas. Desde la Segunda Guerra Mundial, no había tantos niños y niñas que necesitaran ayuda humanitaria. Su número se triplicó desde 2015, con especial intensidad estos últimos años. La poli-crisis se abate de forma más severa sobre la población vulnerable, la infancia en particular. Se trata de crisis que se refuerzan al afectar a la misma persona, familia, comunidad o país, debilitando su capacidad para responder.

Foto: Un niño jugando en un columpio. (EFE/Manuel Bruque) Opinión

El covid llegó a un mundo que sufría los coletazos de la crisis financiera de 2008, cuya recuperación fue desigual, rápida en algunos países y segmentos de la población, lenta para quienes estaban al límite. De hecho, buena parte de los indicadores sobre niveles de pobreza, que mostraron avances en las décadas previas, se estancaron a partir de esa fecha en la mayor parte del mundo.

Llegó la pandemia, que no solo golpeó la salud de quienes fueron infectados. Los sistemas sanitarios se resintieron, sobre todo los más frágiles, en países que apenas pueden invertir en su política pública de salud. Las tasas de vacunación han caído para los menores de cinco años y en 2021 hubo 25 millones niños y niñas más que se quedaron sin la inmunización esencial para su protección. Por otro lado, los efectos de la pandemia en las economías que no tienen la capacidad de proteger a su población y sus empresas, con subsidios y ERTE, han sido profundos y se sienten aún, ampliando la informalidad laboral, la pobreza y la desigualdad.

Hay que hablar ya de emergencia climática al referirnos al impacto que los cambios en el clima tienen en la vida humana. Lo hemos visto en las olas de calor de este verano, más frecuentes, largas y mortíferas. En la sed que sufre más del 70% de los hogares afganos. Lo ha sufrido la infancia de Pakistán, arrasado por inundaciones, y se siente de forma especial en el Cuerno de África y el Sahel, afectados por una sequía que solo toca a su fin con aguas torrenciales. Son fenómenos climáticos extremos y, junto con los conflictos, están en la raíz del desplazamiento forzoso de 36,5 millones de niños y niñas que han tenido que abandonar sus hogares para buscar un lugar seguro.

Cada euro invertido en prevención salva vidas y ahorra seis euros cuando la emergencia llega

Las guerras, bajo las cámaras o lejos de ellas, afectan cada vez más a la población civil. No solo a quienes sufren su violencia directamente, también a quienes les impacta una inflación desbocada que lastra sus opciones de calentarse o alimentarse de forma adecuada. La situación de desnutrición en varios países africanos, frontera con la hambruna, es el peor ejemplo de impacto exponencial, al superponerse la violencia, fenómenos climáticos extremos, deuda externa, sistemas alimentarios rotos e inflación. Ocho millones de niños y niñas corren el riesgo de morir por desnutrición severa si no se actúa ya.

Para garantizar el derecho que todo niño tiene a recibir ayuda humanitaria si se encuentra en una situación límite, Unicef ha realizado el mayor llamamiento de su historia: 10.000 millones de euros como parte de los 50.000 millones pedidos por el conjunto de agencias de Naciones Unidas. Parece una cifra gigante, y lo es. Aunque hay que ponerla en su lugar si la comparamos con otros gastos públicos y privados. Y, sobre todo, si la vinculamos con su objetivo: hacer posible que los equipos humanitarios protejan y ayuden a quienes están al límite. Se trata en su mayoría de profesionales locales de cada país afectado, apoyados por expertos internacionales, que trabajan mil horas al día para salvar vidas, a veces arriesgando la propia. Actúan con rapidez cuando las emergencias explotan. También trabajan en la prevención, exigiendo que se invierta en preparar a las comunidades y las infraestructuras para las crisis que pueden venir. Cada euro invertido en prevención salva vidas y ahorra seis euros cuando la emergencia llega.

En este final de año y de cara a 2023, debemos rebelarnos contra esta barbaridad que no nos puede definir como humanidad

Hay esperanza, siempre la hay cuando hablamos de niños y niñas, porque ellos la tienen, luchan por su vida y por sus sueños. La hay también en las organizaciones humanitarias, que responden a su mandato de proteger, asistir y acompañar, al lado de quienes sufren las injusticias del mundo. En 2022, Unicef trató a 2,6 millones de niñas y niños frente a la desnutrición grave y a 13 millones con apoyo psicosocial y de salud mental. Entre otras muchas actuaciones.

El llamamiento a gobiernos, empresas y sociedades es indispensable por el lado financiero, aunque también pretende sacudir a la opinión pública. Tal vez nos hemos acostumbrado a que exista la pobreza infantil, a que haya niñas y niños que sufren la violencia y la vulneración de sus derechos fundamentales. En este final de año y de cara a 2023, debemos rebelarnos contra esta barbaridad que no nos puede definir como humanidad. Siempre hay esperanza, pero agarrarse a ella no es suficiente. Exige acción, determinada y urgente.

Una de las experiencias más duras que he tenido fue en la orilla chadiana del lago Chad. La retirada del agua por la sequía y el conflicto con Boko Haram habían expulsado a miles de familias desesperadas a la nada, a la tierra árida, en campos de desplazados improvisados, sin nada. Familias olvidadas por el mundo cuya única esperanza de sobrevivir estaba en las organizaciones humanitarias presentes en la región. Vi a niños que estaban al límite, que tal vez no llegarían a superar el hambre y la enfermedad en los días siguientes. Sentí indignación al tiempo que reafirmaba el sentido último de nuestra misión: la defensa del derecho a la vida frente a la muerte prevenible, la mayor de las injusticias.

Pobreza
El redactor recomienda