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Las fronteras de la desigualdad
Por
Ya se te pasará
¿Quién no tiene en su entorno familiar o laboral al menos una persona joven o adolescente que está pasando por algún problema de salud mental?
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Cuatro de cada 10 adolescentes han tenido o sienten que han tenido un problema de salud mental en los últimos 12 meses. De estos, la mitad no ha pedido ayuda porque no quieren que sus familias y su entorno se entere. Estos datos y otros de parecida gravedad se desprenden del último Barómetro de Infancia y Adolescencia que ha publicado UNICEF junto con la Universidad de Sevilla, tras entrevistar a casi 5.000 chicos y chicas.
Llevado a la situación más extrema, el suicidio es ya la principal causa de muerte entre adolescentes y jóvenes de entre 12 y 29 años, con crecimientos de hasta el 8% anual en los últimos años. Cifras que reflejan duras historias de vida agravadas con depresiones, angustias, trastornos alimentarios y otras enfermedades. Más allá de las estadísticas, ¿quién no tiene en su entorno familiar o laboral al menos una persona joven o adolescente que está pasando por algún problema de salud mental?
En el lado positivo hay que destacar que se habla más, que hay una conversación en la sociedad liderada por los propios adolescentes, que ya no es un tabú, como lo ha sido a lo largo de la historia. Esto es así especialmente entre los propios chicos y chicas, que han normalizado el abordaje de estas situaciones sin por ello quitarles la gravedad que merezcan según el caso. De hecho, solo el 16% considera que los adolescentes con problemas de salud mental se comportan en clase peor que el resto.
Dicho esto, los adolescentes sí sienten que la percepción de los adultos hacia las enfermedades mentales sigue siendo negativa y llena de prejuicios. De ahí que no siempre quieran buscar ayuda. Para la mitad de los adolescentes, muchos adultos opinan que los jóvenes aprovechan los problemas de salud mental para justificar comportamientos que no están bien y para recibir un mejor trato. Adultos que banalizan el malestar emocional y los problemas de salud mental, o que consideran que “ahora todo es una enfermedad mental”, o que, al final, miran hacia otro lado con un displicente, y peligroso, “ya se le pasará”.
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Pues no, no se pasa solo, sin hacer nada. Sobre todo, si la enfermedad no se detecta a tiempo, si no se consulta si no se trata. Como cualquier otra enfermedad vaya, una fractura de fémur o una apendicitis.
¿Hay ahora más situaciones duras de salud mental? Sí. Cualquier estudio lo muestra. Hay más y también han aflorado más casos. Situaciones que hace años estaban escondidas en el dormitorio de una adolescente angustiada, rota.
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Es arriesgado opinar sobre las causas y sobre todo indicar cuáles tienen un peso mayor. Escuchando a los propios chicos y chicas, cabe apuntar a las exigencias múltiples, en casa, la escuela, los amigos y las redes. A la incertidumbre sobre el futuro, incluyendo la sucesión de crisis y las perspectivas sombrías en aspectos cruciales para su desarrollo como son un medio ambiente saludable o el acceso a un empleo y una vivienda dignos. Derechos fundamentales, por cierto.
Preguntadas, las personas jóvenes y adolescentes son claras en lo que les ayuda. Dormir bien, una dieta sana, hacer ejercicio y, especialmente, una buena relación en casa y con sus amigos. También apuntan lo que sienta las bases y agrava los problemas de salud mental. La baja autoestima, el consumo de alcohol o drogas, y tener dificultades económicas. Ser víctima de cualquier tipo de acoso o problemas familiares serios, son caldo de cultivo de enfermedades severas.
Es frecuente culpar solo a las redes sociales del crecimiento del malestar emocional y los problemas de salud mental. Me temo que la respuesta es más compleja, siendo las causas y determinantes, como hemos indicado, diversas y de diferente peso según la persona. Dicho esto, las redes sociales tienen un impacto evidente. Positivo, por un lado, ya que es en las redes donde está más accesible la información sobre salud mental y también donde se da una parte importante de la conversación entre los chicos. Muchos se pueden expresar ahí.
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Al tiempo las pantallas en general, y las redes sociales en particular, impactan negativamente en la salud mental de millones de adolescentes. Un tercio hace un uso problemático, que comienza por un tiempo excesivo conectado. Esto es grave teniendo en cuenta que la edad media para tener un móvil en España son 10,9 años. El ciberacoso afecta a decenas de miles y un 32% afirma que debe mostrar una vida perfecta en sus redes. Un hecho, la presión por la perfección de vida y de físico, que afecta sobre todo a las chicas.
Y bien, ¿qué hacemos? Porque no, no “se pasará” simplemente dejando que el tiempo pase. Lo que está en juego es la salud, el futuro, de una generación y de las que la siguen.
Es indispensable incrementar los recursos asistenciales en los sistemas públicos de salud. No hay psicólogos suficientes, tampoco con la especialidad en infancia y adolescencia. No puede ser que pasen meses hasta la primera cita con un psicólogo y que las siguientes se espacien semanas. La atención psicológica representa la mayor desigualdad en relación con el derecho a la salud. Quien puede pagar recibe atención. Quien no puede, se come solo su enfermedad, con el serio riesgo de que se agrave y deje secuelas de por vida. Como cualquier enfermedad mal atendida o no atendida.
No, no "se pasará" simplemente dejando que el tiempo pase. Lo que está en juego es la salud, el futuro, de una generación y de las que la siguen
Tan importante como la asistencia es la prevención y la detección temprana, empezando por la dotación adecuada de los servicios sanitarios de atención primaria. Los centros escolares pueden ser un infierno o un lugar seguro en el que un adolescente pueda compartir su situación, sabiendo que va a encontrar un hombro comprensivo y, además, una guía para buscar la ayuda necesaria. Hay que dotar de capacidades a todo el personal de los centros para manejar estas situaciones, y es esencial que se despliegue la figura del Coordinador de Bienestar y Protección previsto en la LOPIVI (Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia y Adolescencia contra la Violencia). Una persona formada, que además de detectar y prevenir violencias, ayude a la detección precoz y sepa cómo actuar.
Al igual que los profesionales de la educación, las familias y personas con responsabilidad sobre los cuidados necesitan recursos, guías para saber cómo actuar y relacionarse. También hay que mantener campañas de sensibilización, que sigan incidiendo en evitar el estigma y que den información fiable.
La responsabilidad de la política pública es central para afrontar esta crisis de salud mental, como también lo es la del sector privado. Empresas en el terreno de la salud y en otros, de forma especial en el digital, donde las grandes tecnológicas, plataformas y operadores, deben hacer mucho más para garantizar un entorno digital sano y seguro para nuestros adolescentes.
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Finalmente, los adultos tenemos que escuchar más, mucho más, a las niñas, niños y adolescentes cuando explican, que lo hacen, lo que les pasa. Al preguntarles o conversar con ellos desde UNICEF, la salud mental aparece como una de las primeras preocupaciones. Estamos en una “olla a presión” concluían en un encuentro. Escuchar y dejarles espacio para que sean los protagonistas de la conversación y de las medidas a aplicar para abordar el desafío de la salud mental con expectativas de éxito.
Todo menos la esperanza ingenua o interesada del “ya se le pasará”.
Cuatro de cada 10 adolescentes han tenido o sienten que han tenido un problema de salud mental en los últimos 12 meses. De estos, la mitad no ha pedido ayuda porque no quieren que sus familias y su entorno se entere. Estos datos y otros de parecida gravedad se desprenden del último Barómetro de Infancia y Adolescencia que ha publicado UNICEF junto con la Universidad de Sevilla, tras entrevistar a casi 5.000 chicos y chicas.