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Boris Johnson vuelve a la carga y prepara su camino para Downing Street
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Celia Maza

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Boris Johnson vuelve a la carga y prepara su camino para Downing Street

"Si votas por un 'tory', tu coche irá más rápido y tu novia tendrá una talla más de sujetador”. Boris Johnson nunca ha sido un

"Si votas por un 'tory', tu coche irá más rápido y tu novia tendrá una talla más de sujetador”. Boris Johnson nunca ha sido un político al uso. Su aspecto desaliñado, su melena albina siempre despeinada, una lengua sin tapujos y una total indiscreción a la hora de mirar a una mujer atractiva, a priori, podrían ser factores más que problemáticos en una campaña electoral. Sus enemigos le llaman “Bufón”. Pero el público le adora y todo hace pensar que el conservador más políticamente “incorrecto” volverá a convertirse en alcalde de Londres.

La batalla por hacerse con la oficina a orillas del Támesis ha comenzado esta semana y Boris ha vuelto a mostrar lo mejor de sí. La cita que menciono la dijo mucho antes de convertirse en alcalde por primera vez, en 2008, cuando consiguió más apoyo que ningún otro político en la historia británica. Y eso que el final no tenía tampoco desperdicio: “Es un hecho probado que bajo gobiernos conservadores, la calidad de vida de los británicos ha mejorado sin medida, algo que ha redundado en mejores dentistas, más consumo de calcio e inexorablemente un desarrollo superior de las glándulas mamarias”. Una perla, como tantas muchas otras que han marcado cada una de sus intervenciones en público.

Antes de ser candidato fue portavoz de educación en la oposición donde, entre otras medidas, se mostró a favor de no hablar de la homosexualidad en las escuelas. A pesar de que su carrera política es escueta, Johnson era ya una persona conocida por el pueblo. Sus ya míticas intervenciones televisivas, su jocosa columna en el Daily Telegraph, sus cargo como director de la revista política The Spectator, su gran habilidad para decir en alto lo primero que se le viene a la cabeza y su ya legendaria “aventura de faldas” con una compañera de trabajo estando casado le habían convertido en un personaje que no pasaba desapercibido.

Sus más devotos dicen que mezcla a la perfección el liderazgo de Margaret Thatcher con la indiscreción del Duque de Edimburgo, el marido de la soberana Isabel II. Y son estas dos facetas con las que Boris quiere llegar a lo más alto, porque la alcaldía en algún momento se le quedará pequeña. Él quiere más, mucho más y las llaves del Número 10 nunca se le han ido de la cabeza. Tiempo al tiempo.

Verle en rueda de prensa constituye toda una experiencia. Su oratoria envuelve, pregunta al público como si fuera uno más de los participantes del Club de la comedia y cuando su jefe de comunicación da por finalizada la sesión, él le corta para saber si alguien tiene alguna cuestión que plantearle. Por muy descabellada que ésta sea, Boris siempre encuentra respuesta. Jamás se quedará sin palabras.

Un mago de la improvisación

De niño, no sólo leía los editoriales de 'The Economist' desde los 10 años, también interpretaba tragedias griegas en un perfecto griego clásico. Ya en Eton, mostró sus dotes para la interpretación y la improvisación, que nunca están de más en política. Tenía que interpretar a Richard II y obviamente no se había aprendido el papel, pero salió adelante. La anécdota me la contó su padre, Stanley Jonhson durante una tarde en la que tuve el placer de tomar un café en su casa. “¿Qué mejor alcalde de Londres se puede tener que a alguien que pueda improvisar al propio Shakespeare?”, me dijo. Cuando uno conoce al progenitor del artista se percata que su éxito no reside en un elaborado plan de marketing, sino en simple cuestión de genética.

Es la personalidad, al fin y al cabo, lo que prima en esta campaña. Porque ni Boris es el típico conservador, ni Ken Livingstone es el típico laborista. Tras ocho años al cargo de la capital británica, el conocido como Ken el rojo perdió ante los encantos de la melena albina de su contrincante, pero ahora vuelve a intentarlo de nuevo.

Aparte de sus carismáticas intervenciones, los más críticos dicen que ni el uno ni el otro tiene una “hoja de ruta”. Las malas lenguas cuentan que cuando el candidato ‘tory’ fue a Downing Street para discutir con David Cameron y George Osborne su programa, el premier se quedó descolocado con las propuestas. Con todo, el primer ministro tiene que hacer todo lo que esté en sus manos para apoyarle. En las elecciones del próximo mes de mayo, no sólo está en juego la alcaldía de Londres sino también la dirección de la sede de los Juegos Olímpicos. Además, los comicios supondrán la prueba de fuego para el partido una vez que se han puesto en marcha los recortes más draconianos desde la II Guerra Mundial para hacer frente al déficit.

Aunque todo el mundo sabe que Cameron y Jonhson no sienten especial simpatía el uno por el otro. Sus desavenencias vienen desde la universidad. Los dos estudiaron en el elitista internado de Eton, pero no se conocieron hasta que llegaron a Oxford. Allí Cameron, Dave para los amigos, no destacó especialmente por ser un líder. Era un joven atractivo, seguro de sí mismo y rodeado de hijas de diplomáticos que bebían los vientos por él. Tenía un discurso elocuente, pero nadie hubiera dicho que estaba interesado en la política. Prefería jugar al tenis, escuchar a Phil Collins y pasarse horas en The Hi-Lo Café, un pub caribeño donde ocasionalmente hacía de babysitter para los dueños.

Boris, por su parte, mostró su ambición desde el primer momento. Era único aludiendo a los clásicos en los improvisados discursos que se montaban en las escaleras. De familia mucho menos pudiente, no tuvo problemas con codearse con los hijos y sobre todo las hijas de la alta sociedad. Pero su ajetreada vida social no le apartó de su gran obsesión, presidir la reputada Oxford Union Society. Se presentó como candidato varias veces, no siempre con los tories, y finalmente consiguió su objetivo en 1985. De ahí que muchos piensen ahora que podría pertenecer a cualquier partido con tal de ganar un puesto con poder.

Ambos eran miembros de la misma hermandad: el Bullingdon Club, una selecta sociedad de la que antaño participaron incluso reyes. Solo un dato, el esmoquin que tenían que llevar sus miembros costaba por aquel entonces 2.000 libras.

Todo hacía pensar que sería Johnson quien se dedicaría a la política, pero al terminar la universidad se fue por la rama del periodismo y fue Cameron quien sorprendió a todo el mundo concertando una cita con el partido Conservador. El mismo día que se presentó a la entrevista, la formación recibió una misteriosa llamada de Buckingham Palace avisando de la visita de un “joven prometedor excepcional”. Nadie sabe a día de hoy quién la hizo. El caso es que, con una brillante intervención en el Congreso de Blackpool, aquel joven se convirtió en 2005 en el líder de la formación y Boris se la tiene desde entonces jurada y algunos dicen que no parará hasta sustituirle como primer ministro.

Los que conocen a Cameron dicen que no querrá estar en Downing Street más de dos legislaturas, pero se antoja complicado que elija a caótico Boris como delfín. Cuando ganó la alcaldía, el rotativo Evening Standard publicó en portada: “La última broma de Boris”. La pregunta es: ¿están los británicos preparados para ver un líder con estilo propio en Downing Street?