Las manillas del Big -Ben
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La hija de un tendero que renunció a todo por gobernar… menos a sus perlas
Sacrificó su vida personal. Se enfrentó a todos los que se interpusieron en su camino. Apenas dormía. Jamás leyó novela de ficción, porque no quería evadirse
Sacrificó su vida personal. Se enfrentó a todos los que se interpusieron en su camino. Apenas dormía. Jamás leyó novela de ficción, porque no quería evadirse en ningún momento del cargo al que se entregó en cuerpo y alma. Margaret Thatcher siempre estuvo dispuesta a hacer cualquier cosa por la política. Cualquier cosa… menos desprenderse del collar de perlas que su amado Denis le regaló cuando dio a luz a sus mellizos. Conservarlas fue el único requisito que impuso durante el increíble cambio de imagen al que fue sometida para conseguir que ganara las elecciones. Pionera en todo, la Dama de Hierro también fue la primera en adaptar la imagen de un político a la era de los medios, una técnica que llevó luego a su máximo esplendor Tony Blair. ¿Cómo fue la transformación de la hija de un tendero de Grantham en primera ministra del Reino Unido?
Gordon Reece fue uno de los primeros asesores de imagen que entró en la vida de Thacher, cuando esta era aún líder de la oposición. Le aconsejó un cambio de peinado más suave, le obligó a deshacerse de su ropa de chica de provincias para ponerle trajes con algo de escote y tonos pastel y le enseñó a bajar el tono de su voz y hablar más despacio y más cerca del micrófono para transmitir un tono menos intimidante. Con su ayuda, Thatcher, una mujer de carrera educada en Oxford, se presentó, en primer lugar, como un ama de casa claramente no feminista.
Pionera en todo, la Dama de Hierro también fue la primera en adaptar la imagen de un político a la era de los medios, una técnica que llevó luego a su máximo esplendor Tony Blair
Además de contratar a un especialista del Teatro Nacional para enseñarle a respirar correctamente y hablar más despacio, Reece le organizó una reunión con Laurence Olivier, quien le enseñó la importancia de proyectar su propia personalidad en sus discursos en vez de repetir como un loro el guión escrito por otros.
El gurú de la publicidad Lord Bell, quien trabajaba en Saatchi y Saatchi -la firma de relaciones públicas que llevó que a la gloria al Partido Conservador en 1979- fue también un agente clave en esta metamorfosis, la persona que descubrió que, si le daban un vaso de agua caliente con limón y miel antes de sus discursos, el tono de su voz se hacía más grave porque la miel relajaba la tensión de sus cuerdas vocales.
Del vestuario, en un principio, se encargó Dame Ginebra Tilney, la mujer del John Tilney, el exdiputado conservador de Liverpool Wavertree. Le aconsejó llevar “algo elegante y funcional". Tenía que mostrarse femenina, pero a la vez segura de sí misma y seria para gobernar; tenía que hacerse respetar en un mundo de hombres. Thatcher era, al fin y al cabo, hija de una costurera, por lo que sabía el poder que transmitía un buen traje.
Férrea oposición al comunismo
Aunque luego fue Margaret King, exdirectora de Aquascutum, la que se convirtió en la verdadera reina de su armario. Fue ella quien se encargó de sus looks poco antes del su histórico viaje a Moscú en 1987, donde se reunió con Mijaíl Gorbachov. En los medios soviéticos por aquel entonces ya la conocían como la Dama de Hierro por su férrea oposición al comunismo.
"Quería que los británicos estuvieran orgullosos de ella y quería que todos sus trajes fueran de firmas nacionales”, explicó hace tiempo King en una entrevista con The Telegraph. “Recuerdo que una pieza importante era un gran sombrero de piel de zorro, que tuvo una acogida tremenda. Ella me llamó a las dos horas de haber regresado a Londres para decir que la ropa era sensacional. Margaret estaba en un mundo de hombres. No podía vestirse de una manera frívola, pero sabía que la mirarían con lupa para sacar sus imperfecciones. No es que tuviera muchas, hay que decirlo. Tenía, por ejemplo, unas piernas maravillosas”, recalcó. Fue King también la responsable de convencerla de que debía deshacerse de su amado bolso, accesorio que despertaba grandes críticas entre sus oponentes.
Cynthia Crawford fue la modista que, una vez Thatcher se había mudado a Downing Street, recibió instrucciones para archivar detalladamente todo lo que llevaba, cuándo lo había utilizado y cuántas veces había salido en televisión con el atuendo. Durante la década de los 80, Thatcher se convirtió en sinónimo de elegancia y buen gusto.
‘Todo político tiene que decidir cuánto está dispuesto a cambiar de apariencia para ganarse a los medios. Puede parecer honorable negarse a hacer concesiones, pero tal actitud, en una figura pública, delata una falta de seriedad por ganar el poder’
La ropa fue fundamental, pero, sin duda, uno de los emblemas de su cuidada imagen fue su peinado. El responsable de esa cabellera meticulosamente estudiada era un “set de rulos calientes Carmen” -hoy aún disponibles de Argos por 60 euros- que la primera ministra llevaba a todas partes. Desde los años 70, siempre conservó su peinado, hasta el día de su muerte. Tan sólo varió el color. En los salones de belleza Mayfair Leonard Lewis, Daniel Galvin le dio un rubio más sutil. En alguna ocasión el estilista confesó que Thatcher entendió rápidamente que no podía ir por ahí con el mismo tono que Marilyn Monroe o Jayne Mansfield si quería mudarse al número 10.
En sus memorias, Thatcher agradeció a su equipo la labor de transformación. Llegó a referirse a Gordon Reece como un “regalo caído del cielo”. “Todo político tiene que decidir cuánto está dispuesto a cambiar en forma y apariencia para ganarse a los medios de comunicación. Puede parecer honorable negarse a hacer concesiones, pero tal actitud, en una figura pública, delata una falta de seriedad por ganar el poder”, recalcó. Ella estuvo dispuesta a renunciar a todo… a todo, menos a su collar de perlas.