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¿La paz nos hace pobres? EEUU y la guerra ‘económica’
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José Zorrilla

Las tres voces

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¿La paz nos hace pobres? EEUU y la guerra ‘económica’

Dos amigos me mandan el mismo artículo del NYT, “La ausencia de guerra puede estar dañando el desarrollo económico”, en referencia al libro de Ian Morris

Foto: Las tropas estadounidenses se preparan para abandonar la provincia de Helmand (Afganistán) a finales de octubre. (Reuters)
Las tropas estadounidenses se preparan para abandonar la provincia de Helmand (Afganistán) a finales de octubre. (Reuters)

Dos amigos me mandan el mismo artículo del NYT, “La ausencia de guerra puede estar dañando el desarrollo económico”, en referencia al libro de Ian Morris citado más abajo. Y Manu Oquendo lo completa con otro del Washington Post, todavía peor: “A largo plazo las guerras nos hacen más seguros y ricos”.

He tenido que leer dos veces uno de los párrafos del artículo del NYT porque no podía creer lo que veía. Juzguen ustedes mismos: tras decir que, como los europeos no tememos una guerra vivimos en la molicie y el estancamiento económico, añade: “Japón, por el contrario, sufre presiones territoriales y geopolíticas por parte de China y para responder a ellas está intentando una revitalización nacional a través de las políticas económicas del Primer Ministro Shinzo Abe”. Así se describe el rearme japonés, su inicio de carrera de armamentos con China y los manguerazos de yenes siguiendo el ejemplo de las QE de la Fed.

No es casual. Hay un cambio nada sutil de actitud hacia la guerra. Todo se vuelve repetir en medios anglosajones que la guerra es un fenómeno “natural”, que hace ya muchos años la humanidad desconoce ese fenómeno, que ha habido ya al menos dos generaciones sin guerra... el mismo Paul Krugman ya defendió que la mejor manera de acabar con la crisis era una guerra con los marcianos. Teniendo en cuenta los precedentes, marciano podría ser cualquiera, iraquí sin ir más lejos, quizás uno del medio millón de niños que a Madeleine Albright le parecieron un precio razonable para intentar derrocar a Sadam Husein.

Vino la Revolución Francesa e hizo laico todo el paquete. Carnot aseguró: “La guerra es la mejor manera de enriquecer a la República”. Napoleón llevó al extremo la máxima y puso delante de la vida la gloria militar y el provecho propio. ¿Por qué no? La vida ya no era un regalo de Dios ni el amor un reflejo del amor divino que “mueve el mundo y las estrellas”. Se quedaba en un golpe de caderas y un gemido. Frente a los 40.000 caídos de la batalla de Eylau, Napoleon pronunció su famosa frase: “Una noche de París reparará todo esto”. Céline, veterano de la I Guerra Mundial, lo ratificó de manera más cruda cuando aseguró que el amor era “la eternidad al alcance de los perros”.

La guerra ya no era moral, sino política. Así lo había teorizado un teniente coronel de caballería prusiano, Carl von Clausewitz. “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, dijo, con lo que ya no hubo guerras justas ni injustas, sino convenientes, o no, para el soberano.

Tras la I Guerra Mundial parecía que el buen juicio serenaba un poco tanta vesania, pero la II, casi su inmediata sucesora, arrebataba la vida a 50 millones de humanos y coronaba con un Armagedón nuclear todo aquel horror, en el que se incluía el Holocausto. De golpe, toda la humanidad se convirtió en “homo sacer”, personas a los que cualquiera, en cualquier lugar y de cualquier modo, está autorizado a ejecutar sin previo aviso ni consecuencias.

¿Cómo son posible entonces estas voces legitimadoras del horror? Pues porque el sistema se encuentra en una situación gravísima, consecuencia de fijar su atención solo en el beneficio del capital. Ello le ha llevado a externalizar trabajo productivo y recurrir al crédito para inflar la demanda deprimida por esa externalización. Esto ha producido una carrera de burbujas que termina por arruinar las rentas de trabajo, así que trabaja en el sentido de la profecía marxista de que el capital, al ir ocupando cada vez más espacio, acabará por quedarse con todo y derrumbarse.

El último paso en la materia lo tenemos en Foreign Affairs este pasado octubre. La solución es dar dinero directamente a los ciudadanos, algo que ya sugirieron en su día Keynes y Milton Friedman. A todo este caos interno se suma el institucional global. La reorientación USA al Pacífico genera un desorden que nadie tiene modo de controlar. Reclaman entonces su puesto al sol los emergentes y no queremos darles paso. Los emergentes se autoproclaman BRICS y empiezan el desguace por su cuenta.

¿Solución posible a tanto desorden? Solo hay una, la madre de todas las burbujas, la guerra, territorio ya ablandado por la doctrina que hace años aclaró que en 1929 al capitalismo no lo había salvado Roosevelt, sino la II Guerra Mundial. Y a base de becas, patrocinios, conferencias y working papers bien pagados va engordando el soporte doctrinal. Ya se ha teorizado que hay guerras “necesarias” y guerras “de elección”. Y también se ha elaborado el constructo “guerra preventiva”, forma elegante de eliminar la legítima defensa como única causa aceptable de guerra justa. De todas formas, incluso sin guerra total, los USA van a conflicto armado cada año y medio más o menos (excluyamos Somalia, que fue intervención humanitaria).

No sé si el lector español, inmerso en una realidad cultural algo aislada del mundo y de matriz católica, termina de entender el salto cualitativo de lo que está pasando inspirado por el pensamiento único anglosajón. Si sacar a la guerra de la sacralidad y la moral para meterla en la política fue grave, hacerla pasar de la política a la economía puede ser letal. Friedman ya nos vendió que hay una “tasa natural de paro”. Si nos venden -de manera “científica”, claro- que hay una “tasa natural de guerra” estamos perdidos. La idea de que la economía es ciencia y de que por sí misma puede atribuir eficientemente recursos escasos es una alienación tan profunda y extendida que un sujeto como Alan Greenspan, expresidente de la Fed, es decir, la mano física y visible que decidía el tipo de interés del dólar, aseguró al retirarse que lo hacía sin entender cómo es que la mano invisible no había sido capaz de prevenir la crisis de 2008. Resumiendo: la mano visible del sistema aseguraba creer que el fundamento del sistema era una mano invisible (¡!).

¿Saben lo que les digo? Vamos a resucitar a Dios. Era menos peligroso.

Azar Gat, War in Human Civilization. New York: Oxford University Press. 2006. p. 848

Ian Morris, War! What is it good for? Conflict and the Progress of Civilization from Primates to Robots. Farrar, Straus and Giroux. 2014

Dos amigos me mandan el mismo artículo del NYT, “La ausencia de guerra puede estar dañando el desarrollo económico”, en referencia al libro de Ian Morris citado más abajo. Y Manu Oquendo lo completa con otro del Washington Post, todavía peor: “A largo plazo las guerras nos hacen más seguros y ricos”.

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