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José Zorrilla

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Brexit y el nuevo liderazgo global

El Brexit ha sido, sobre todo, el clarinazo de alarma para los grandes países industrializados. La globalización genera perdedores

Foto: La torre del Big Ben, en el Parlamento británico, visible tras una bandera de la UE durante una protesta en Londres (Reuters).
La torre del Big Ben, en el Parlamento británico, visible tras una bandera de la UE durante una protesta en Londres (Reuters).

La reunión del G20 en Hangzhou, preciosa ciudad del Sur de China, sirvió para aclarar algunas cuestiones clave sobre el desarrollo de los acontecimientos en el planeta. La primera constatación fue que el Brexit dista mucho de ser una patada del Reino Unido a Europa. Es, más bien, una patada al paradigma de la globalidad. Los partidarios de la ruptura decían que iban a separarse de Bruselas como en su dia se separaron de Roma. Pero estaban equivocados. Cuando Inglaterra eligió romper con el Papa siguió el ejemplo de Alemania y de todo el Norte europeo. Digamos que estaba en buena compañía. Ahora, de compañía más bien poca.

Inglaterra está sola y sus modelos son -han de ser- Singapur y otros paraísos fiscales desregulados. Es elemental. Visto que los planes de inversión keynesianos tienen poco futuro, diga lo que diga el Canciller del Exchequer Hammond, no queda más que atacar el problema por el lado contrario. Favorecer la inversión como sea, esto es, desregular todo lo que se pueda.

El problema es que el Sistema (por llamarlo de alguna manera) encajaba a Inglaterra en el mundo por la vía de la relación especial con EEUU y por la UE con Europa. Esa ausencia de socialización en el espacio institucional occidental (UE, relación especial) genera problemas, primero y principal para el propio Reino, sin que se vea con claridad quién podría ser el ganador de ese empobrecimiento. La Isla cumple una función comercial muy importante para un gran número de países. Estos confían en Reino Unido para que sus productos terminen en Europa, algo que casi con seguridad ya no va a ser así en el futuro.

Otrosí, está el tema del acceso al mercado europeo para los propios bienes ingleses, cerca del 44% del total de las exportaciones de la Isla. Eso en cuanto a bienes porque el apartado servicios, la 'City', se presenta todavía más espinoso. Los órganos reguladores europeos han sido los primeros en irse, la banca de Singapur no concede ya hipotecas para inmuebles en Londres por riesgo sistémico, y la inversión en algunos actores relevantes del sector (Financial Times, por ejemplo) ha caído considerablemente. Al otro lado del charco, ha sido revelador que en apenas tres meses se hayan producido hechos estratégicos negativos debidos a la ausencia de Inglaterra. El primero la multa de 13.000 millones a Apple. El segundo, la paralización de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP) y, el tercero, el acuerdo sobre un embrión de fuerzas armadas europeas.

Ya se ve que cuando Obama decía: "lo que más valoramos de la relación especial es que Inglaterra defiende nuestros puntos de vista en el Continente", sabía de lo que hablaba. La réplica americana en Hangzhou ha sido propia del amor severo ("tough love"). No va a haber tratado de libre cambio con Inglaterra, viejo mantra de los 'Brexiters'. Primero viene el TTIP, luego el Transpacífico (TTP) y en tercer lugar, Japón. Y ahí se acaba el calendario. Véase como sigue actuando el viejo dicho de Palmerston. "Inglaterra no tiene amigos, sino intereses". Cambien Inglaterra por EEUU. Japón se ha subido al carro de los duros y le ha pedido a Londres dos cosas. Primero, que defina su posición con claridad. Es justo lo que Inglaterra, al menos por ahora, no quiere hacer y no ha aclarado, incluso después del discurso de Theresa May que solo ha avanzado el principio del calendario. Y, segundo, garantía de acceso de bienes al Continente. Si no sigue como hasta ahora, su industria farmaceutica se irá. Peor aún. Si la Agencia Europea de Medicamentos se va se irán las inversiones japonesas en Inglaterra. Y que se vaya es solo cosa de tiempo, según parece a Estocolmo.

Pero el Brexit ha sido también y sobre todo, el clarinazo de alarma para los grandes países industrializados. La globalización genera perdedores y a éstos les queda como arma el sufragio universal... y la usan. Si al Brexit se añade Trump se entiende la alarma de los gestores globales. De hecho, la principal conclusión del encuentro es que la primera tarea de los líderes políticos va a ser convencer a sus electores de las bondades de la globalización. Veo difícil que puedan conseguirlo. El índice global de desigualdad ha pasado del 0,6% al 0,7%, por ejemplo. Pero lo consigan o no, lo cierto es que Obama no es el comandante en jefe de los factores productivos globales, sino el de un país con unas fronteras territoriales definidas. Lo mismo les sucede a los otros líderes del G20. Ese intento de transformación del liderazgo nacional soberano en eficiencia macro global es, a mi juicio, una de las principales consecuencias del encuentro de Hangzhou, ciudad a la que alaba el viejo proverbio chino con estas palabras: "Allá arriba, el cielo, aquí en la tierra Hangzhou y Shouzhou". Veremos.

La reunión del G20 en Hangzhou, preciosa ciudad del Sur de China, sirvió para aclarar algunas cuestiones clave sobre el desarrollo de los acontecimientos en el planeta. La primera constatación fue que el Brexit dista mucho de ser una patada del Reino Unido a Europa. Es, más bien, una patada al paradigma de la globalidad. Los partidarios de la ruptura decían que iban a separarse de Bruselas como en su dia se separaron de Roma. Pero estaban equivocados. Cuando Inglaterra eligió romper con el Papa siguió el ejemplo de Alemania y de todo el Norte europeo. Digamos que estaba en buena compañía. Ahora, de compañía más bien poca.

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