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Camino Mortera-Martínez

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Lorazepán y Putin

Yo tengo un plan B que no os voy a contar para que no me lo gentrifiquéis. También tengo unas pastillas de yodo anticrisis nuclear que dan en las farmacias belgas gratis

Foto: Un grafiti de Putin en Belgrado. (Reuters/Antonio Bronic)
Un grafiti de Putin en Belgrado. (Reuters/Antonio Bronic)
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Yo pensaba que había controlado mi problema de ansiedad hasta que, de repente, un señor amenazó con matarnos a todos. Que igual no me pasa sólo a mí. Pero bueno. Imaginaos a María Barranco, con su gazpacho y sus pendientes de cafetera italiana, pero con una guerra nuclear.

Leí en una entrevista hace muchos años una frase de Rubalcaba que se me quedó grabada, no sé por qué. Igual porque yo como él, pero con mucha menos responsabilidad, vuelo mucho, pero tengo miedo a volar. Decía Rubalcaba, profesor universitario de Química e hijo de un piloto de Iberia, que su miedo al avión se debía a que "sé lo suficiente como para asustarme, pero no lo bastante para tranquilizarme". Eso me pasa a mí con Putin. Claro que un avión y Vladímir Putin se parecen tanto como un huevo a una castaña pilonga, que decimos en Asturias. El primero es un aparato de ingeniería precisa, ergonómicamente diseñado para poder despegar y mantenerse en el aire aún en el caso de fallos parciales. El segundo es un aparato de ingeniería imprecisa de la KGB, luego llamado el FSB, ahora conocido como el Kremlin.

Foto: El vicepresidente económico del Ejecutivo comunitario, Valdis Dombrovskis. (Reuters/ Yves Herman)

Lo único que tienen en común es que, para entender cómo funcionan —o al menos intentarlo— hay que pasarse mucho tiempo estudiándolos. Tras años de práctica, si uno es bueno y no es miope, puede acabar pilotando un avión. Yo llevo años siguiendo la influencia rusa en la Unión Europea y no llego ni al nivel simulador. Sé lo suficiente como para no dormir, pero no lo bastante como para poner la mano en el fuego de que el presidente ruso no se va a levantar un día e invadirme Bélgica, por disfuncional y anarco-comunista.

Escribo esto en un concierto de Vetusta Morla porque no puedo dormir y ya qué más da. El cantante nunca ha oído hablar del 'instrumento europeo para la paz', que es el nombre horrible que le han puesto los franceses al fondo que permite a la Unión Europea comprar y enviar armas a todo el mundo, y me da mucha envidia. El cantante, digo. Él dice que quiere paz en Ucrania y yo pienso "si tú supieras" y luego intento seguir una canción sobre flores marchitas o algo así. ¿Cuándo se volvió Vetusta Morla tan plasta? Cuando Putin se volvió loco del todo, supongo. Me bebo otra cerveza y al día siguiente a la resaca le acompaña un Consejo Europeo extraordinario sobre inmigración en el que, súbitamente, todos se ponen de acuerdo y la UE se convierte en algo parecido a un espacio sin fronteras y con políticas comunes de inmigración y seguridad, pero de verdad.

Foto: Imagen satelital de Bucha, en la región de Kiev. (Reuters/Maxar Technologies)

Ya hace un mes desde el concierto de Vetusta Morla, pero aún me cuesta dormir. Por lo menos ahora no me siento tan gilipollas por las noches que pasé dándole vueltas a qué haríamos si, de la noche a la mañana, no hay gas, ni agua caliente, ni gasolina. Bueno, lo de la gasolina me da igual, yo voy en bici. Por quemar las calorías del vino y ahorrarme el bus 60, que lo mismo tarda media hora que tres en recorrer los 3,7 kilómetros que hay entre mi oficina y mi casa. Ahora a todo el mundo le preocupa la energía, y con razón. Debería haber sido de lo primero que no nos dejara dormir. Las sanciones europeas no significan nada si seguimos enviándole a Moscú hasta 800 millones de euros al día a cambio de gas. En 2021, las exportaciones de combustibles fósiles supusieron el 35% de los ingresos totales de las arcas públicas rusas. Que no podemos quitarnos, dice Alemania. Como un adicto al Lorazepán. Sus economistas dicen que claro que se puede. Que va a costar, pero que posible, es. Como la rehabilitación, o el mono.

Lo malo de ser una mujer al borde de un ataque de nervios constante es que tengo que restringir el consumo de información sobre la parte humana de la guerra porque me afecta demasiado. La otra parte, la técnica, no la puedo evitar porque es, literalmente, mi trabajo; pero voy aprendiendo a gestionarla. Lo bueno de ser analista y no parte de un gobierno es que me puedo dar el lujo de cerrar un periódico y salir a correr cuando las cosas me superan. Mi sueldo no me dará para un entrenador personal, pero por lo menos no me toca negociar cada dos semanas con gente como Orbán. Porque ese es otro problema que se le ha abierto en el flanco este a la Unión Europea, por si tenía pocos.

El húngaro Viktor Orbán, líder corrupto y putinesco donde los haya, ha ganado las elecciones de este domingo con una mayoría arrasadora. En un mundo de cuerdos, Orbán, que lleva enfrentado con Bruselas unos siete años, celebraría su victoria y luego haría mutis por el foro, teniendo en cuenta lo que le va en ello (unos fondos europeos bloqueados por Bruselas desde hace meses a cuenta de la corrupción del Gobierno húngaro) y la invasión rusa a un país vecino, con todo lo que eso conlleva, no sólo en términos de refugiados, sino económicos.

Foto: Reunión de los líderes del Grupo de Visegrado en noviembre de 2021, cuando Babis todavía era primer ministro checo. (EFE/Vivien Cher Benko)

Pero hace tiempo que aquí nadie está cuerdo y que una opción política sea la más racional no significa que sea la más probable. Más bien al contrario. Por eso, Bruselas se prepara para un Orbán envalentonado, enfrentado a sus propios socios del llamado Grupo de Visegrado (Polonia, Chequia y Eslovaquia) y haciéndole el juego a Putin desde dentro. Para poder ampliar las sanciones al régimen de Putin —incluido un potencial embargo de gas y petróleo— hace falta una unanimidad europea que es hoy menos predecible que hace unas semanas, pese a las imágenes que nos llegan de Ucrania.

Yo tengo un Plan B que no os voy a contar para que no me lo gentrifiquéis. También tengo unas pastillas de yodo anticrisis nuclear que dan en las farmacias belgas gratis. Pero yo no soy política. Puedo no contaros cosas. Nuestros gobiernos no deberían mentirnos o tratarnos como yo trato a mis hijos cuando pasa algo que no tengo ni idea de cómo gestionar, que es la mayor parte del tiempo. No les pido mucho a nuestros líderes. Que nos digan poco, pero que nos lo digan bien. Igual vale con una simple frase: de esta guerra vamos a salir todos más pobres. Y va a hacer falta mucho dinero para gestionar cosas aparentemente contradictorias: la subida del petróleo y el cambio climático; un aumento en el presupuesto de defensa para proteger la paz de Europa; y acoger e integrar a millones de refugiados que esperamos, por su bien, que puedan irse lo antes posible.

Foto: Michel Eltchaninoff, autor de 'En la cabeza de Putin'. (Manon Jalibert)

No hay, en la cabeza de esta analista exagerada y ansiosa, una buena salida a esta crisis. Mis predicciones van, de más a menos mala, de la catástrofe nuclear a un conflicto prolongado y enquistado que nos obligará a mantener una presencia militar permanente en la frontera este de la UE y nos hará a todos más vulnerables y más pobres. Hay gente más optimista que yo, claro. Los hay que piensan que Putin se rendirá, o que se conformará con tomar el este y el sur de Ucrania (asumiendo que los Ucranianos le dejen). Yo creo que los optimistas lo son porque no conocen a Putin. Yo tampoco, pero le sigo en Twitter.

Calamaro, cuando no estaba pasado de todo, escribió una canción que se llama Clonazepán y Circo, que no tiene nada que ver con esto, pero que menciono para que no me demande por derechos de autor. Calamaro le cantaba a la Argentina inflacionaria, caótica e imprevisible de los años 90. Yo le escribo a… espera. Lorazepán y Putin. Ojalá supiera cantar. Me haría rica.

Yo pensaba que había controlado mi problema de ansiedad hasta que, de repente, un señor amenazó con matarnos a todos. Que igual no me pasa sólo a mí. Pero bueno. Imaginaos a María Barranco, con su gazpacho y sus pendientes de cafetera italiana, pero con una guerra nuclear.

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