Mondo Cane
Por
Tarde o temprano, la OTAN y la UE tendrán que hacer frente a la 'cuestión Erdogan'
El Presidente turco ya no es solo una molestia para sus aliados, sino un serio problema que, con la actual política del avestruz, no dejará de crecer
Ya era suficientemente malo cuando se detenía a periodistas críticos simplemente por hacer su trabajo. Pero cuando el arrestado es nada menos que el representante de Reporteros Sin Fronteras en el país, es una señal clara de que la cosa ha ido demasiado lejos.
Erol Önderoglu fue detenido ayer junto a otras dos figuras prominentes, el periodista Ahmet Nesin y la académica Sebnem Korur Fincanci, acusados de “propaganda terrorista” por participar en una campaña contra el cierre del periódico kurdo “Özgür Gündem”. El mismo delito que se utiliza para juzgar a cuatro académicos que organizaron una recogida de firmas en el ámbito académico para protestar contra las operaciones militares en las regiones kurdas del sureste de Turquía. La lista de ataques a la prensa libre va desde la expulsión de periodistas extranjeros molestos hasta el encarcelamiento de dos periodistas por haber reproducido la portada del primer número de 'Charlie Hebdo' tras el atentado contra esta publicación, en la que aparecía la figura del Profeta Mahoma.
Y si no es el “terrorismo”, las autoridades turcas se apresuran a utilizar la acusación de “insultos al Presidente” a la hora de silenciar a los críticos: entre agosto de 2014 y marzo de este año se llevaron a cabo un total de 1.845 procesos judiciales por este motivo, según datos del Ministro de Justicia. En la Turquía actual, incluso compartir un texto satírico en las redes sociales puede llevarle a uno a la cárcel, como ha descubierto amargamente la modelo Merve Büyüksaraç, Miss Turquía 2006, este mismo mes.
Entre agosto de 2014 y marzo de 2016 se llevaron a cabo 1.845 procesos judiciales por "insultos al Presidente", según el Ministerio de Justicia
En el pasado ya ha habido ya algunos signos alarmantes: por ejemplo, el intento de Erdogan de llevar ese mismo tipo de censura a Alemania, exigiendo que se juzgue a varios humoristas que osaron “insultarle”. Pero ya va siendo hora de que EEUU y sus socios transatlánticos abran los ojos respecto a quién es su aliado turco.
A Erdogan solo le interesa una cosa: el poder absoluto, y pasar a la historia como el hombre que transformó Turquía de arriba abajo (convirtiéndola, de paso, en una sociedad islámica modelo). Lleva años tratando de sacar adelante un cambio de modelo político para el país, de la actual república parlamentaria a un sistema presidencialista “fuerte” que, según los críticos, supondría la culminación de la transición hacia la dictadura. Todos aquellos que se han opuesto a este proyecto han acabado defenestrados. El último, su Primer Ministro Ahmet Davutoglu, hasta el mes pasado su hombre de confianza, quien al parecer no era lo suficientemente dócil. Lo primero que hizo su sustituto, el hasta entonces Ministro de Transporte Binali Yildirim, fue pedir una nueva constitución que convierta “la situación 'de facto'”, en la que es Erdogan quien manda, en una “legal”.
Técnicamente, en Turquía sigue existiendo una separación de poderes. Sin embargo, en la práctica la situación es muy distinta. Cuando el Tribunal Constitucional determinó que el encarcelamiento preventivo de los periodistas Can Dündar y Erdem Gül era ilegal y ordenó su puesta en libertad, Erdogan declaró: “No concuerdo con la decisión. Ni la obedezco ni la respeto”. Días después añadió: “Soy el jefe del cuerpo ejecutivo, legislativo y judicial. Aún no se han acostumbrado, pero lo harán”.
Dündar y Gül estaban encarcelados por haber publicado un video que demostraba el envío de armamento por parte del servicio de inteligencia turco a grupos yihadistas en Siria. Han sido condenados a cinco años de cárcel por “revelación de secretos de estado”.
Erdogan "cree en una solución islámica radical para los problemas de la región", según el rey Abdulá de Jordania
Pero el apoyo a los yihadistas sirios es un hecho, y debería preocuparnos. Aunque no hay pruebas de que Ankara haya ayudado directamente al Estado Islámico, como sostienen algunos, sí las hay de su cooperación abierta con otros grupos considerados terroristas por sus socios occidentales. Erdogan “cree en una solución islámica radical a los problemas en la región”, opina nada menos que el Rey Abdulá de Jordania, según un memorándum diplomático que se filtró a la prensa. “El hecho de que los terroristas estén yendo a Europa es parte de la política turca, y se le sigue dando un cachete en la mano a Turquía, pero se salen con la suya”, declaró el monarca jordano a un grupo de congresistas de EEUU.
Los estadounidenses, de hecho, se hacen pocas ilusiones sobre quién es el Presidente turco. Durante una reciente entrevista con la revista “The Atlantic”, Barack Obama le confesó al reportero Jeffrey Goldberg su opinión sobre el mandatario turco: “Obama reconoció que al principio vio a Erdogan, de forma errónea, como la clase de líder musulmán moderado que tendería puentes entre Oriente y Occidente, pero ahora le considera un autoritario y un fracaso, alguien que se niega a usar su enorme ejército para traer estabilidad a Siria”, escribe Goldberg. Es ante todo Europa quien necesita despertar.
Cierto, la diplomacia europea se ve obligada a veces a tratar con todo tipo de personajes oscuros o regímenes indeseables, como las dictaduras de Azerbaiyán o Arabia Saudí. El reciente plan secreto tramado por Alemania para convertir al presidente genocida sudanés Omar Al Bashir en el nuevo gendarme africano contra la inmigración, revelado por “Der Spiegel” y la cadena alemana ZDF, es el último ejemplo de hasta dónde está dispuesta a rebajarse la Unión Europea para atajar la crisis de los refugiados.
Pero lo de Erdogan es otra cosa. Con la excusa de frenar el flujo de refugiados, se ha firmado un acuerdo con el Gobierno turco que le permite chantajear a Europa a voluntad, como el propio Presidente turco se ha encargado de recordar repetidamente: “Podemos abrir las puertas a Grecia y Bulgaria en cualquier momento, y podemos montar a los refugiados en autobuses”, les espetó Erdogan a unos estupefactos Jean-Claude Juncker y Donald Tusk el pasado noviembre.
"Podemos abrir las puertas de Grecia y Bulgaria en cualquier momento y montar a los refugiados en autobuses", amenazó Erdogan ante Juncker y Tusk
A cambio de este acuerdo, Turquía ha obtenido una concesión fundamental: que dentro de poco los ciudadanos turcos puedan viajar libremente por la Unión Europea sin necesidad de visado. Y esto, que en principio no tiene por qué ser negativo, es un importante triunfo para Erdogan, que probablemente tratará de capitalizar este éxito celebrando un referéndum sobre el modelo presidencialista que él promueve.
Si se lleva a cabo esta consulta y el cambio de sistema político sale adelante, Turquía se encontrará gobernada sin contrapesos por un líder islamista conocido por su desprecio hacia las mujeres y las minorías religiosas, por su corrupción, por su intolerancia hacia la crítica y por el creciente cuestionamiento de su salud mental. Un Presidente que ha llevado al país al borde de la guerra civil para mantenerse en el poder, que se niega a permitir que se usen sus bases aéreas para atacar al Estado Islámico -salvo bajo intensísima presión y a cambio de importantes cotraprestaciones-, que ha contribuido a inflamar la región al convertir el apoyo sectario a otros grupos islamistas en su política exterior. Tarde o temprano, la OTAN y la Unión Europea tendrán que hacer frente al problema, cada vez más serio, en que se está convirtiendo su aliado. Si en lugar de aislarle internacionalmente se le premia con concesiones que puede explotar en el ámbito doméstico, este no dejará de crecer.
A Erdogan le han puesto en el poder los ciudadanos de Turquía, y deben ser los propios turcos quienes decidan si debe salir o no del poder. Pero no tiene por qué gustarnos.
Ya era suficientemente malo cuando se detenía a periodistas críticos simplemente por hacer su trabajo. Pero cuando el arrestado es nada menos que el representante de Reporteros Sin Fronteras en el país, es una señal clara de que la cosa ha ido demasiado lejos.