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Cómo conseguí (a duras penas) antibióticos en la Venezuela de Maduro
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Cómo conseguí (a duras penas) antibióticos en la Venezuela de Maduro

En el contexto venezolano actual, curarse una simple otitis significa un difícil periplo para obtener las medicinas necesarias. Incluso cuando se tienen el dinero y los contactos

Foto: Un hombre sostiene un cartón con la silueta de Venezuela durante una protesta por la falta de medicinas en Caracas, en abril de 2016. (Reuters)
Un hombre sostiene un cartón con la silueta de Venezuela durante una protesta por la falta de medicinas en Caracas, en abril de 2016. (Reuters)

Cuando tenía siete años, fui con mi familia a las cuevas de Nerja, en Málaga. Apenas recuerdo mucho de ese viaje, salvo una imagen y una historia breve. La de Pepita, los restos encerrados en una urna de cristal de una mujer de 20 años fallecida hace 18.000. Me llamó la atención su tamaño, parecía una niña de mi edad. Y por qué falleció: una otitis. Recuerdo haber pensado con alivio y con la inocencia que da la niñez, que por suerte esas cosas ya no pasaban y que nadie se moría de algo tan tonto y con tan fácil solución. No había vuelto a recordar la historia de Pepita hasta ahora que, por primera vez en seis años, me tocó recorrer gran parte de Caracas para encontrar los medicamentos para una infección de oído.

Foto: Refrigeradores rotos tras el saqueo de una carnicería en el barrio de Petare, Caracas, el 10 de junio de 2016 (Reuters)
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Acudí al otorrino. Diagnóstico: infección y una rinitis alérgica de caballo. El doctor me dice que primero tome antibiótico y que vuelva en una semana para ver cómo va y analizar si se puede sacar el tapón. “Cuando vengas, por favor, trae una pequeña toalla y servilletas, o gasas, lo que tengas en casa. Aquí no tenemos. Ya sabes, está complicado conseguir y se lo pedimos a los pacientes. De verdad, qué pena [vergüenza] contigo, que eres de fuera y estás viendo esto, y viviendo los peores años de este país que fue tanto”, dice el médico, que después de pronunciar mi nombre con esa c-z inconfundible, me preguntó de dónde era.

Me dio la receta acompañada de la explicación que tantas veces he escuchado de otros médicos y pacientes a los que he entrevistado. “Allega, Rinolast, Fexoril, Desalex, Deslorat, Clarityne, Ebastel, Zyrtec, Cetimer o Cenaret. Esos son los antialérgicos. Si no encuentras uno, preguntas por el otro, y el otro, y así hasta que encuentres alguno de ellos. Te doy todos los que te pueden servir para que sea más sencillo dentro de este caos”. Y así con el resto, toda una lista de 31 medicamentos de los que solo necesitaba ocho.

Las recetas incluyen largas listas de posibles medicamentos, por si no se encuentran. En mi caso, 31, cuando solo necesitaba ocho

La ministra de Salud, Luisana Melo, dijo hace unas semanas que la distribución de medicamentos se incrementó un 52% respecto a 2015, cuando “se distribuyeron 121 millones de unidades”. No especificó unidades de qué medicamentos, ni cuáles habían aumentado en concreto este año, pero añadió que “posiblemente falta la gama de nombres comerciales, tenemos el principio activo”.

Desde mis tiempos de estudiante, tengo siempre conmigo un pequeño botiquín en el que se incluye un antialérgico, omeprazol y algún analgésico. Así que esa parte de la lista estaba cubierta. También tenía las gotas de la nariz, así que la lista para buscar se redujo a la mitad.

Gotas para los oídos. Hace tres meses que las tengo porque tuve una pequeña molestia. Ya entonces fue un calvario buscar. En la primera farmacia me recibieron con un “no hay”. En la segunda se rieron en mi cara. Literalmente. En la tercera, y ante mi cara de desespero, me dijeron “no lo vas a encontrar”. Acudí a una conocida que, como ella dice, se mueve en los altos-bajos fondos. Me lo consiguió y me lo vendió a precio de farmacia. “Porque yo no estoy para hacer negocio, sino para ayudar”, me dijo. Hasta en eso tuve suerte y compré sin sobreprecio.

El jarabe lo encontré en una primera farmacia, “porque esto no lo mandan mucho, no es muy común”. También era, de todos los medicamentos de la lista, el menos importante. Entre las pastillas de Airon y Singulair prefería el segundo, porque hace muchos años ya lo tomé y sé que no me causa ninguna reacción alérgica, hay que disminuir todos los posibles riesgos que puedan derivar en otra búsqueda. Pero 'preferir' o 'elegir' no existe en Venezuela y menos si es con medicamentos. “Airon es lo que tienes. Si lo quieres, te lo llevas. Y si tienes tratamiento largo, aprovecha, que ayer llegaron varias cajas y no sabemos cuándo vuelva”. Hice caso y compré las cajas que necesitaba para tres meses. Aún no me ha dado ninguna mala reacción.

placeholder Venezolanos compran medicamentos en la localidad colombiana de Cucutá tras la reapertura de la frontera.
Venezolanos compran medicamentos en la localidad colombiana de Cucutá tras la reapertura de la frontera.

Negar la escasez

El pasado viernes, la ministra Melo declaró nuevamente sobre el desabastecimiento de medicamentos y reconoció que este existía en un 15%. La Federación Farmacéutica de Venezuela calcula que la escasez está en un 85%. Pero la ministra insiste en que el Gobierno garantiza los principios activos “para tratar las enfermedades de mayor incidencia”. No tengo cifras a mano -porque, de paso, no existen-, pero estoy casi completamente segura de que, tras un resfriado, lo más común entre la población es tener un proceso infeccioso de cualquier tipo en el que se precise de antibióticos.

Justo eso me faltaba a mí, el antibiótico, la parte más importante de mi tratamiento. “Cypral o Ciproxina o Ciprolet o Ciprofloxacina”. Ninguno. Hasta en cuatro farmacias cercanas busqué y no había rastro. Me encontré con un vecino y le conté en qué andaba. “Querida, vas a tener que rodar [caminar] para buscar antibióticos”, y me regaló un dulce para la tarde que me esperaba.

Por si la búsqueda se complicaba mucho, puse sobre aviso a mi familia en España para que, en caso de necesitarlo, me mandaran el antibiótico por correo privado y con una descripción cualquiera, salvo la de “medicamento”. Descarté buscar en otra parte del país, porque desde hace unos meses y por orden presidencial se prohibió en el país el envío de medicinas. En las oficinas postales explican que se puede hacer si van acompañadas de la receta, pero también que no se atreven a realizar estas encomiendas porque la Guardia Nacional Bolivariana decomisa ese tipo de paquetes o simplemente se pierden por el camino, y no quieren hacerse cargo de la indemnización.

Dos grandes farmacias han encontrado una solución en la venta por internet: un buscador en la web indica qué medicamento está en cada sucursal, y en qué cantidad

Antes de seguir caminando infructuosamente y agotarme más -desde la mañana tenía febrícula, que si bien no tumba como una fiebre, da molestia-, busqué en internet. Dos grandes cadenas de farmacias, que además venden otros rubros, como maquillaje, artículos de higiene, refrescos o chucherías varias -cada vez en menor cuantía y variedad, porque la escasez toca todo-, han encontrado en la red la solución a los quebraderos de cabeza de los venezolanos y tienen en sus páginas web un buscador para localizar qué medicamento está en qué sucursal y en qué cuantía mediante un sistema de colores tipo semáforo.

Tecleo mi primera opción. Círculos rojos para decirme que no hay en ningún lugar del país. Segunda opción. Mismo color. Escribo al doctor por WhatsApp, ya que como tantos otros ha optado por dar su número para atender este tipo de dudas. Me da dos nombres nuevos de otros dos antibióticos. “No son la primera opción, pero si no encuentras nada de lo anterior, al menos usa estos. Si los encuentras. Ojalá”.

Con esa nueva prescripción salgo a la calle. Tres farmacias más para mi recorrido. No hay en ninguna. En la cuarta que piso -después de caminar bastante-, me dicen que uno de ellos sí lo tienen, pero que como en la receta aparecen otros nombres, no me lo pueden dar. “Ven en otro momento con la receta, a ver si tienes suerte y queda”. Escribo de nuevo al doctor y me dice que hasta el día siguiente por la tarde no me puede dar la receta con los nuevos nombres. Regreso a casa, más agotada mentalmente que físicamente.

Por no ceder, busco de nuevo en internet. Primera opción. Hay. ¡Hay! En una farmacia en Caricuao, al otro extremo de la ciudad. Reviso el horario para ir en metro, pero cierran a las seis de la tarde y ya son las seis y cinco. Encuentro otra en La Candelaria, también lejos, aunque algo más accesible, pero también ha cerrado. La tercera opción es en una sede dentro de un centro comercial y aún no ha cerrado. Salgo corriendo, llego a tiempo. Pero no tienen. A veces ocurre que hay una información en la página pero al llegar al establecimiento se agotaron las existencias. Busco de nuevo. Hay en otra farmacia a media hora del sitio donde me encuentro. Cierra a las ocho de la noche, así que me da tiempo a llegar. Metro y caminar. O correr, porque en el desespero una piensa que si llega cinco minutos más tarde, puede que tampoco esté el antibiótico allí.

placeholder Grupos opositores reparten medicamentos en Caracas, en junio de 2016. (EPA/EFE)
Grupos opositores reparten medicamentos en Caracas, en junio de 2016. (EPA/EFE)

Dos tercios del salario mínimo

El local es amplio, las lejas llenas de productos idénticos en fila, y una sección dedicada a artículos ortopédicos, gasas, salvacamas, guantes, alcohol, povidine. Lo que los hospitales públicos no tienen y los familiares tienen que salir a comprar a la desesperada. La entrada está vacía, pero cuando me acerco a la zona de farmacia, hay lleno total. Al menos 30 persona esperan.

Hay una fila exclusiva para la pregunta del millón: “Señor, ¿hay..?”. Y si “no hay", no hay por qué alargar la cola. Después de ver cómo delante de mí cinco personas se van con su receta-lista en la mano y la cabeza gacha, no me quedan muchas esperanzas.

“Señor, cypral, ciproxina, ciprolet o ciprofloxacina”, sale de mi boca como una letanía, cansada de ser tantas veces dicha. “Hay”. Pego un brinco y casi le doy un beso al señor. Hago mi otra cola y, por fin, tengo en mis manos el antibiótico.

La Asamblea Nacional decretó una ley para permitir la entrada de ayuda humanitaria en el país. El Tribunal Constitucional la anuló alegando "usurpación de competencias"

La Asamblea Nacional, de mayoría opositora, aprobó recientemente la Ley Especial para atender la Crisis Nacional de Salud, donde se sugiere al Estado permitir el ingreso de ayuda humanitaria al país. El Tribunal Supremo de Justicia la declaró inconstitucional y alega que usurpa “competencias atribuidas” al jefe del Estado en materia de relaciones exteriores. Añaden que con la ley, las organizaciones internacionales y países que cooperen podrían decidir las condiciones y calidad de envíos, “lo que expondría a grave riesgo a la población”.

El coste de los medicamentos fue de 9.700 bolívares. Al cambio en la tasa de euros en el mercado negro, son apenas nueve euros, pero en Venezuela ese monto se hace inmenso cuando se compara con el salario mínimo, de 15.000 bolívares. Dos tercios del salario mínimo. Sin contar la pérdida de un día entero a la caza de algo tan común que debería estar en cualquier farmacia.

Tengo suerte y sé que tengo que estar agradecida, porque pude encontrar el tratamiento y lo pude pagar, y porque tenía el plan B del envío desde España. Y es solo un antibiótico de una tonta infección de oído. No corrí, ni correré, la suerte de Pepita, pero cada día miles de venezolanos hacen el mismo periplo, más angustioso, con menos suerte, en busca de remedios para ellos y sus familiares que sufren dolencias más graves: epilepsia, párkinson, de la tiroides, del corazón... Cáncer. Y esto no son unas lentejas, no es una barra de pan, no es algo que se puede sustituir con otro alimento. Esto es una única elección. Una elección que puede costar la vida. Y no hay.

Cuando tenía siete años, fui con mi familia a las cuevas de Nerja, en Málaga. Apenas recuerdo mucho de ese viaje, salvo una imagen y una historia breve. La de Pepita, los restos encerrados en una urna de cristal de una mujer de 20 años fallecida hace 18.000. Me llamó la atención su tamaño, parecía una niña de mi edad. Y por qué falleció: una otitis. Recuerdo haber pensado con alivio y con la inocencia que da la niñez, que por suerte esas cosas ya no pasaban y que nadie se moría de algo tan tonto y con tan fácil solución. No había vuelto a recordar la historia de Pepita hasta ahora que, por primera vez en seis años, me tocó recorrer gran parte de Caracas para encontrar los medicamentos para una infección de oído.

Nicolás Maduro