Mondo Cane
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El auge del terrorismo 'low cost'
Matar es muy fácil, y los elementos potencialmente letales están por todas partes. Lo que faltaba era la voluntad y la existencia de una cantera ilimitada de voluntarios. Hasta ahora
Un conocido mío me decía, hace ya bastantes años, que no entendía cómo no se producían más atentados. Cometer actos de terror, al fin y al cabo, está al alcance de cualquiera, y él ponía ejemplos como lo ridículamente fácil que sería envenenar las garrafas de agua de un supermercado con una jeringuilla.
A mí la idea siempre me pareció un poco traída por los pelos. En primer lugar, porque para atentar de forma tan indiscriminada -contaminando un agua que van a beber inocentes, tal vez niños- hace falta una voluntad de la que carecen la mayoría de los grupos organizados. Y en el peor de los casos, incluso si alguien se decide a dar el paso, la experiencia demuestra que las fuerzas de seguridad suelen neutralizar a los autores en pocas horas o días. Para una campaña terrorista sostenida haría falta una cantera ilimitada de voluntarios dispuestos no solo a matar sin escrúpulo alguno, sino también a sacrificarse por la causa.
[Lea aquí el reportaje: "Necesitas un camión lo más robusto posible, con cuchillos en el frontal"]
De ahí la alarma de los servicios de seguridad de Israel cuando surgió precisamente esto: decenas de jóvenes palestinos no fichados ni vinculados a organización alguna que, en un acto de desesperación, atacaban a civiles y militares sin un patrón aparente, utilizando aquellos elementos que tenían a mano: cuchillos, hachas, vehículos.
Esto mismo, precisamente, es lo que viene propugnando desde hace más de una década cierta rama teórica del yihadismo cuyo máximo exponente no es otro que Mustafá Setmarian, alias Abu Musab Al Suri, el viejo conocido de las fuerzas de seguridad españolas como fundador de la primera célula de Al Qaeda en nuestro país. Setmarian es el autor del legendario tratado de 1.600 páginas “Llamamiento a la resistencia islámica global”, en el que propugna que cualquier “musulmán comprometido” atente por sus propios medios contra aquellos objetivos que considere oportunos, en el marco de unas líneas generales señaladas por Al Qaeda. Lo que se viene conociendo como “yihad sin líderes”.
"Cansar al enemigo"
“El terrorismo es un deber y el asesinato una ley. Hacemos un llamamiento para convertir a todos los jóvenes musulmanes en terroristas”, dice en un conocido video filmado en un campo de entrenamiento, probablemente en Afganistán. Allí, Setmarian menciona algunas formas creativas de atentar en territorio enemigo: estrellar una avioneta contra una central nuclear, o provocar incendios forestales. “La base del terror yihadista en solitario o de células, según la guerrilla urbana o suburbana, es cansar al enemigo y llevarle a un estado de colapso y retirada, si Alá quiere”, afirma Setmarian en su tratado, refiriéndose a las acciones terroristas en países occidentales.
“Un musulmán que vive, por ejemplo, en Gran Bretaña, que trabaja y estudia allí, puede golpear al enemigo y luego llamar a una agencia de noticias y reivindicar la acción en nombre de las Brigadas de la Resistencia Islámica Mundial”, sugería el teórico yihadista en el citado video. Eso fue lo que hicieron en 2013, por ejemplo, los asesinos del soldado británico Lee Rigby, atropellado y posteriormente rematado a machetazos en las cercanías de la base militar de Londres en la que trabajaba. Los autores, dos conversos nigerianos, se detuvieron a reivindicar el atentado “en nombre de Alá” ante los teléfonos móviles de unos estupefactos espectadores. Hay más casos similares, en países como Francia, Bélgica o Dinamarca.
Los que se oponen a la regulación del armamento en EEUU sostienen a menudo que prohibir las armas no tiene sentido porque cuando uno está dispuesto a matar, lo hará con cualquier cosa que tenga a mano. El argumento es algo tramposo -la capacidad letal de un hacha jamás será la del fusil de asalto AR-15 como el usado en la matanza del club gay de Orlando-, pero contiene un fondo de verdad. Setmarian lo sabía. Los objetos potencialmente letales están ahí, en todas partes. Lo que hace falta es querer quitar otras vidas, y aceptar dejarse la propia en el intento.
Por desgracia, hoy estamos en ese punto.
Un conocido mío me decía, hace ya bastantes años, que no entendía cómo no se producían más atentados. Cometer actos de terror, al fin y al cabo, está al alcance de cualquiera, y él ponía ejemplos como lo ridículamente fácil que sería envenenar las garrafas de agua de un supermercado con una jeringuilla.