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Dos hombres y dos países: los cubanos y el campeonato de los "desertores"
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Dos hombres y dos países: los cubanos y el campeonato de los "desertores"

Durante 50 años, el béisbol ha sido motivo de controversia entre Cuba y EEUU. En la historia de Yasiel Puig y Yulieski Gourriel se resumen los capítulos más recientes del conflicto político

Foto: Aficionados asisten a un partido de béisbol entre la selección cubana y los MLB Tampa Bay Rays, en La Habana. (Reuters)
Aficionados asisten a un partido de béisbol entre la selección cubana y los MLB Tampa Bay Rays, en La Habana. (Reuters)

Minutos más, minutos menos, el rito se repite cada cuarto de hora. El mesero se acerca con fingida solicitud para preguntarnos si no deseamos “algo más”, y nosotros -intentando mostrar desinterés- le encargamos alguna cerveza, un refresco o cualquier otra cosa de poco valor con que justificar nuestra presencia allí. A fin de cuentas, esta mesa privilegiada, justo frente al televisor de muchas pulgadas donde transcurre en vivo la Serie Mundial de las Grandes Ligas, bien vale el sacrificio.

Cuando concluya la lucha por el título, habremos gastado una parte nada desdeñable de nuestros ingresos mensuales, pero también podremos contarnos entre los privilegiados que en Cuba siguieron de primera mano el desenlace de esta temporada en la mejor liga de béisbol del mundo. El resto, la amplia mayoría de nuestros compatriotas, tendrá que conformarse con las retransmisiones de la televisión estatal, que un día después y tras previsoras sesiones de edición, pone en antena partidos de los que todo el mundo ya conoce el resultado.

Incluso esa posibilidad constituye un “lujo”. Después de casi sesenta años, ha sido 2017 cuando por primera vez se ha vuelto a retransmitir la postemporada de la Gran Carpa. Antes, los residentes en la Isla solo teníamos dos opciones para seguir ese torneo: las antenas ilegales con que algunos captan emisiones de canales extranjeros o los centros recreativos en divisa -como en el que hoy comparto con un par de amigos- donde consumo gastronómico mediante, es posible sentarse a ver en vivo los mejores momentos del béisbol o el baloncesto profesional de los Estados Unidos, e incluso de ligas de fútbol como la española.

No cuenta entre los deseos del Gobierno que sigamos con tamaño interés un campeonato en el que militan tantos “desertores”

Se trata de acuerdo tácito entre la gerencia y los clientes. Oficialmente, la mayoría de esos centros no tiene la función de servir como bares deportivos. Tampoco se cuenta entre los deseos del Gobierno que los cubanos sigamos con tamaño interés las peripecias de un campeonato en el que militan tantos “desertores”. Pero mientras paguemos por nuestra estancia, las inquietudes pueden hacerse a un lado.

En definitiva, no estamos aquí ni por los Dodgers de Los Ángeles ni por los Astros de Houston. Antes de que la ciudad texana se convirtiera en punto de destino para muchos emigrados de la Isla, hace cuatro o cinco años, muy pocos de mis compatriotas eran capaces de ubicarla en el mapa. En cuanto a su homóloga californiana, las referencias no van más allá de Hollywood… cuando mucho.

Quienes en las últimas noches hemos ajustado economías para sentarnos ante esta pantalla de privilegio, no hemos venido por los equipos en lidia sino por dos de los hombres que visten sus camisetas. En las historias de Yasiel Puig (Dodgers) y Yulieski Gourriel (Astros) se resumen los capítulos más recientes del conflicto político entre Washington y La Habana, que en los diamantes beisboleros ha tenido uno de sus escenarios más mediáticos.

placeholder Yasiel Puig, de Los Ángeles Dodgers, celebra la victoria contra los Houston Astros, en Los Ángeles, EEUU. (Reuters)
Yasiel Puig, de Los Ángeles Dodgers, celebra la victoria contra los Houston Astros, en Los Ángeles, EEUU. (Reuters)

El asunto es simple. Para los cubanos la pelota -el béisbol- representa poco más o menos lo mismo que el fútbol para los españoles. Así ha sido desde su introducción en la Isla, allá por la segunda mitad del siglo XIX. Las décadas de la llamada República y luego de la Revolución fueron el contexto en el que el deporte se reafirmó como parte esencial de la identidad nacional, incluso nutriendo su lenguaje con infinidad de modismos incomprensibles para el visitante.

Pero en su “éxito” ha estado también la causa de sus múltiples tropiezos. Durante más de 50 años, el béisbol ha sido motivo de controversia entre Cuba y los Estados Unidos, primero a causa de la prohibición estadounidense de que las Ligas Mayores mantuvieran vínculos con la Isla, más tarde debido a la eliminación del “profesionalismo” por parte del gobierno de Fidel Castro.

Han dejado Cuba más jugadores desde 2014 que en el último medio siglo

Fue un proceso marcadamente político, que comenzó en el verano de 1960 tras el traslado hacia Nueva Jersey de la franquicia de los Cuban Sugan Kings, el equipo de la Liga Internacional -subordinada a la MLB- que hasta entonces había encontrado asiento en La Habana. “Esta maniobra se venía fraguando desde los meses iniciales de la Revolución”, apunta el historiador Félix Julio Alfonso, el más importante investigador local en cuanto a temas del béisbol y sus implicaciones en la identidad nacional.

La Serie del Caribe, el torneo de clubes campeones de la región, sería el otro punto de ruptura, detalla Alfonso en su libro Con las bases llenas. “La sede rotativa de 1961 le correspondía a La Habana y un equipo de la Isla era el defensor del título, pero ello no impidió que el comisionado de las Grandes Ligas, Ford Fricks, decidiera otorgar la competencia a Caracas y excluir el conjunto antillano”.

Desde entonces los caminos del béisbol en ambas orillas del Estrecho de la Florida no han vuelto a encontrarse. Aunque existen negociaciones confirmadas entre la Federación Cubana de Béisbol y la Oficina del Comisionado de las Mayores, la persistencia del embargo estadounidense se presenta como un obstáculo infranqueable para cualquier intento de normalización. Por ello, los jugadores cubanos que pretenden probarse en la Gran Carpa solo tienen ante sí la alternativa de emigrar, casi siempre de forma ilegal, y encontrar un agente que los ayude a colocarse en el punto de atención de algunas de las grandes franquicias o sus subsidiarias en República Dominicana o Venezuela.

“Más peloteros (jugadores) han dejado Cuba desde 2014 que en todos los otros años combinados en los cuales la Isla ha estado bajo los designios de Fidel y Raúl Castro, o sea, más de medio siglo”, resalta el periodista Scott Eden, en un artículo para la cadena televisiva ESPN.

placeholder Barack Obama y Raúl Castro en un partido de béisbol, en el Estadio Latinoamericano, en La Habana. (Reuters)
Barack Obama y Raúl Castro en un partido de béisbol, en el Estadio Latinoamericano, en La Habana. (Reuters)

Según su análisis, tal explosión no solo se explica por el acercamiento entre ambas capitales al impulso de la Administración Obama, también debe atenderse a las excepcionales condiciones del mercado en la actualidad. “Un grupo de virtuosos beisbolistas cubanos han obtenido contratos multimillonarios y cada vez más jugosos. Casi todos fueron sacados de Cuba mediante contrabando. Haciendo un repaso de las contratacionesdesde 2009, vemos pagos a dichos jugadores que totalizan aproximadamente 800 millones. La tarifa promedio en la industria para aquellos que ayudan a la firma de estos cubanos como agentes libres es del 30% del valor total del primer contrato profesional del jugador. En teoría, entonces, estas redes de tráfico han producido más de 240 millones de dólares”.

Suficiente como para “cubrir a plenitud el costo de los prospectos fallidos” e incentivar “la deserción de la mayor cantidad de peloteros posible”,concluye.

No se trata de un fenómeno desconocido para las autoridades norteñas. Ya en marzo de 2015 el artífice de la “fuga” de Yasiel Puig, el cubanoamericano Gilberto Suárez, fue sentenciado en Miami a un mes en prisión, otros cinco de libertad condicional, un año de probatoria y 5.000 dólares de multa, tras declararse culpable del cargo de “conspiración para inducir o ayudar a extranjeros a entrar ilegalmente a Estados Unidos”. En el caso de Yulieski Gourriel y su hermano menor, Lourdes Jr., la ruta comenzó con la deserción del equipo cubano que había viajado a República Dominicana para participar en una nueva edición de la Serie del Caribe. Como era considerado el “mejor prospecto del béisbol en la Isla”, su tránsito hacia la Gran Carpa fue expedito: a los cuatro meses, en julio de 2016, ya había firmado un contrato de 47,5 millones de dólares con los Astros.

“¡A qué jugador no le gustaría jugar en la Gran Carpa!”, exclamaba Lourdes Gourriel en una entrevista para una publicación alternativa en octubre de 2015, cuando junto a Yuliesky aún defendía los colores de la selección de la capital cubana en el campeonato nacional de la Isla. Dos años después, su hermano se luce en la Serie Mundial acompañado por Puig, y millones de cubanos hacemos cuanto está en nuestra mano por seguirlos cada noche. Al margen de posiciones políticas, o de las múltiples sombras que rodean al juego, el béisbol sigue siendo la mejor metáfora que sobre sí misma puede escribir Cuba.

Minutos más, minutos menos, el rito se repite cada cuarto de hora. El mesero se acerca con fingida solicitud para preguntarnos si no deseamos “algo más”, y nosotros -intentando mostrar desinterés- le encargamos alguna cerveza, un refresco o cualquier otra cosa de poco valor con que justificar nuestra presencia allí. A fin de cuentas, esta mesa privilegiada, justo frente al televisor de muchas pulgadas donde transcurre en vivo la Serie Mundial de las Grandes Ligas, bien vale el sacrificio.

Raúl Castro