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La guerra que Trump no quiere

Trump, que antes del ataque amagaba con retirar a las tropas de Siria, puede acabar en un ciclo de escalada que meta más a EEUU en la guerra de lo que pretende su Administración

Foto: Un bombardeo B-1B estadounidense se prepara para participar en la operación de castigo contra Asad, en la base de Udeid, Doha. (Reuters)
Un bombardeo B-1B estadounidense se prepara para participar en la operación de castigo contra Asad, en la base de Udeid, Doha. (Reuters)

Tras una semana de tensión entre potencias que por momentos parecía dirigirnos hacia un conflicto a gran escala, Donald Trump ha lanzado finalmente la operación de castigo contra Bashar al Asad. Una calculada intervención de mínimos, sin víctimas y mucho más limitada de lo que parecía probable tras el fracaso del anterior ataque contra el armamento químico del régimen. Un "completo éxito", como asegura Washington, si se trataba de enviar un mensaje a Asad y evitar una peligrosa escalada con Rusia o Irán, aliados militares de Damasco.

A simple vista, todos ganan. Trump salva la cara al 'cumplir' su promesa de castigar el uso de armas químicas (aunque el ataque evidencia la debilidad de EEUU en Oriente Medio y la ausencia de una estrategia en Siria), Rusia demuestra su capacidad de disuasión y Asad conserva intacta su capacidad ofensiva ahora que ya acaricia la victoria tras ocho años de guerra.

El régimen de Damasco tomó estos días el control de uno de los últimos bastiones de la oposición, Guta, el foco de insurgencia más próximo a su capital, tras varias semanas de intensa campaña de bombardeos. Ahora, el ejército sirio y sus aliados (la fuerza aérea rusa, Hezbolá y milicias de iraníes y extranjeros) se preparan para invadir los territorios donde resisten los opositores. Tras la definitiva caída de Guta, el régimen puede centrar sus esfuerzos en la última provincia de los rebeldes: Idlib (donde el Organismo de Liberación del Levante, la alianza de la exfilial siria de Al Qaeda, ha arrebatado el control de 13 localidades a otras facciones salafistas-yihadistas).

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habla con los medios antes de una reunión con la alta cúpula militar en la Casa Blanca. (EFE)
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La escalada en Siria, prototipo desde hace años de la 'proxy war' —un conflicto en el que las potencias combaten a través de terceros actores—, ha encendido el debate sobre el verdadero riesgo de una catástrofe. Hay quien incluso establece paralelismos con los momentos anteriores a la I Guerra Mundial. El viernes, cuando la intervención de EEUU parecía inminente y Rusia amenazaba con represalias, el secretario general de la ONU, António Guterres, alertaba del "regreso de la Guerra Fría" y del riesgo de llegar a "una total escalada militar". "La Guerra Fría ha vuelto con una venganza y una diferencia", dijo.

"La diferencia es que dicha guerra ya no es fría. Las tropas estadounidenses están a tiro de lanzagranadas de los efectivos rusos e iraníes desplegados en Siria y, este fin de semana, misiles y aviones de combate de EEUU, RU y Francia han atacado al régimen sirio", opina en 'The Guardian' Julian Borger, quien destaca ciertas amenazas de la crisis actual. En primer lugar, hay menos comunicación entre Washington y Moscú y el partido ya no se circunscribe a dos jugadores, sino a una melé de grandes potencias en declive y poderes regionales emergentes, como Irán. El riesgo de que los intereses de cada país choquen en un campo de batalla atestado es inmenso.

placeholder Donald Trump antes del anuncio de la intervención militar contra Bashar al Assad, en la Casa Blanca. (Reuters)
Donald Trump antes del anuncio de la intervención militar contra Bashar al Assad, en la Casa Blanca. (Reuters)

La operación de castigo fue diseñada precisamente para evitar esta confrontación, aunque el secretario de Defensa, James Mattis, y sus generales fueron presionados para que utilizasen los ataques como una oportunidad para golpear Irán. El riesgo es que Trump termine metiéndose en un ciclo de escalada que introduzca más a EEUU en la guerra de lo que pretende su Administración. Días antes de ordenar el ataque, el presidente de EEUU amagaba con retirar a los 2.000 militares estadounidenses presentes en Siria, un despliegue que comenzó a finales de 2015 en el marco de la operación internacional contra Daesh.

Ahora que el 'Califato' ha caído —y que algunas voces en el Senado estadounidense cuestionan el despliegue—, la misión ha mutado en "una competición de potencias", como reconoció el jefe del mando central militar, el general Joseph Votel. Una competición que sobre todo pretende socavar las ambiciones de Irán en Siria.

"Dados los vínculos entre Rusia, Irán y Asad, un ataque que EEUU podría considerar limitado y preciso podría ser malinterpretado por uno o más de estos tres actores y justificar, desde su perspectiva, un ataque de respuesta. ¿Qué haríamos entonces?", declara el general retirado James M. Dubik, del Institute for the Study of War, al 'Washington Post'.

Foto: Efectivos de la milicia Basij durante un desfile para conmemorar el aniversario de la guerra Irán-Irak, en Teherán. (Reuters)

La localización principal de EEUU en el noreste del país es en Al Tabqa, cercana a la ciudad de Raqqa —antigua 'capital' del 'Califato'—, desde donde apoya a su aliado táctico en el avispero sirio: las milicias kurdas de las FDS (Fuerzas Democráticas Sirias). No obstante, las bases militares del Pentágono tienen presencia en toda la franja nororiental de la frontera con Turquía.

Los aliados de Damasco han lanzado varias operaciones para recuperar el territorio que cuenta con presencia y mando de los soldados estadounidenses. El pasado 7 de febrero, cientos de tropas pro-régimen atacaron una posición de EEUU en el norte de Siria. Se trató de un intento de tomar la planta de gas Conoco, en la rica región de Deir ez Zor. El contraataque estadounidense mediante bombardeos dejó al menos 100 combatientes muertos, entre los que había varios mercenarios de Rusia. Fue el enfrentamiento más grave entre Washington y Moscú desde la Guerra Fría.

Tras una semana de tensión entre potencias que por momentos parecía dirigirnos hacia un conflicto a gran escala, Donald Trump ha lanzado finalmente la operación de castigo contra Bashar al Asad. Una calculada intervención de mínimos, sin víctimas y mucho más limitada de lo que parecía probable tras el fracaso del anterior ataque contra el armamento químico del régimen. Un "completo éxito", como asegura Washington, si se trataba de enviar un mensaje a Asad y evitar una peligrosa escalada con Rusia o Irán, aliados militares de Damasco.

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