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Cerco a gandules y discotequeros: la otra 'guerra' de Duterte en Filipinas
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Cerco a gandules y discotequeros: la otra 'guerra' de Duterte en Filipinas

Manila ha sido tradicionalmente una de las capitales más canallas de Asia. Ahora la policía hostiga a quienes se dediquen a actividades 'ociosas', sea por el día o, especialmente, durante la noche

Foto: Una animada calle de Manila. (L. Garrido-Julve)
Una animada calle de Manila. (L. Garrido-Julve)

Manila es una ciudad que lleva bastante bien lo de ser citada por muchos como una de las capitales más canallas de Asia al caer la noche. Igual que por otro lado gusta de hacer gala de su cristianismo tradicionalista y vitaminado hasta en la mesa del bar. Sin pudor. Quizás por eso la cerveza con la que los locales se emborrachan tiene nombre de santo y la calle donde se alojan los prostíbulos más populares de la ciudad fue bautizada en honor a un párroco.

Esa es, por lo menos, la doble moral que señalan muchos de los que se refugian del caos de la mayor ciudad de Filipinas en los pocos (muy pocos) barrios pudientes de la ciudad. Solo que en Manila, esa urbe donde el taxista puede llamarse Ezequiel y la recepcionista es la señorita Encarnación, los refugios, incluso para los privilegiados, duran lo que duran.

Foto: Un grupo de bailarinas espera a que lleguen clientes en un bar de Bangkok, en octubre de 2016. (Reuters)

Uno de esos supuestos refugios es Time, un antro cuyo nombre no está escogido al azar, ya que es por excelencia el local nocturno -de los conocidos- cuyo horario de apertura empieza cuando el resto de discotecas ha cerrado. Allí se juntan extranjeros que harían estallar el alcoholímetro, discotequeros con las pupilas dilatadas y chicas que han acabado de trabajar en los bares de Padre Burgos -la calle con nombre de párroco- en busca de algún turista despistado.

Sin embargo, Rodrigo Duterte, el populista presidente de Filipinas -si bien cuestionado internacionalmente pero aún respetado en su país-, parece ser que también ha puesto su punto de mira en el patio de recreo de algunos extranjeros en Manila. Eso se huele hasta en Time. Y es que durante este otoño muchos han evitado ir a dicho after-hours a según qué horas. ¿El motivo? Que no les resulta fácil acostumbrarse a escuchar disparos al lado suyo y que no suele ser plato de buen gusto lo de visitar comisarías en países subdesarrollados.

placeholder Un guardia de seguridad custodia la entrada de un local en Makati, Metro Manila, en septiembre de 2017. (Reuters)
Un guardia de seguridad custodia la entrada de un local en Makati, Metro Manila, en septiembre de 2017. (Reuters)

Cerco a los ‘nocturnos’

Un ejemplo lo pone Marcus, quien estaba de vacaciones en Manila hace algo más de un mes. Era sábado noche y el europeo, que reside en otro país del sureste asiático desde hace casi una década, acabó en Time con una amiga filipina. Serían las siete de la mañana y, de repente, la música se apagó y se encendieron las luces de la sala. Y se hizo un estruendo. Luego otro. Seguido de alguno más que hizo temblar el techo.

—Tranquilo, solo son disparos —c omentó la filipina con tranquilidad al ver que Marcus temblaba como un flan—, es la policía.

—¿Cómo que la policía entra disparando? — Marcus vio cómo los mismos agentes que habían disparado al aire acordonaban la discoteca y empezaban a pedir documentos de identidad.

—Pasa a veces estos días, no te preocupes, solo serán un par de horas en comisaría.

Al final fue algo más de dos horas. Los agentes filipinos metieron a todo el mundo en furgonetas y los llevaron a comisaría. ¿El motivo? Tenerlos fichados. A la mayoría ni los registraron, tampoco se esmeraron en buscar drogas. La única intención fue retenerlos unas horas hasta que saliera el sol y preguntarles qué hacían allí. Les tomaron huellas dactilares, les hicieron las fotos de rigor y apuntaron sus nombres.

Foto: Protesta frente a un retrato de Ferdinand Marcos por el enterramiento del ex dictador en el Cementerio de los Héroes de Manila, en noviembre de 2016. (Reuters)

Durante varias semanas, las redadas en Time fueron tan frecuentes que hasta salieron en la prensa y la policía tuvo que explicar que era parte de la nueva estrategia del presidente Duterte de ir a la caza y captura de aquellos que pudieran cometer ilegalidades. “Muerto el perro se acabó la rabia”, vamos.

Porque esa es precisamente la estrategia del presidente Duterte. El mismo que no ha dudado en admitir en varias ocasiones que ha matado a personas con sus propias manos -incluso saca pecho por ello- ahora asesina a la presunción de inocencia de quienes están en la calle a según qué horas sin hacer nada que, según él, se considere productivo.

Porque no es solo la persecución a clubes de dudosa reputación como Time. Al fin y al cabo, si la policía hace redada allí los nocturnos se refugian en sitios como el vecino Arabian Nights, donde los que no se quieren ir a dormir fuman shisha y toman copas escuchando melodías árabes o jugando al billar hasta entrada la mañana. Más bien, el problema que preocupa más es que se está llevando a comisaría a fichar a aquellos que están en la calle sin hacer nada que parezca productivo a viva luz. Porque si no están atareados en algo, claro, puede ser que les dé por meterse en un lío.

placeholder Un hombre descansa en una tumbona en una calle de Manila. (L. Garrido-Julve)
Un hombre descansa en una tumbona en una calle de Manila. (L. Garrido-Julve)

Los gandules, perseguidos por la policía

La mayoría de los extranjeros en Manila no sale de las zonas de Makati o Fort Benifacio en Manila, los barrios pudientes. Da canguelo irse a las barriadas, dicen muchos. Y es comprensible. Sobre todo si se pasea por Tejeros o cualquiera de los suburbios manileños y uno ve, a través de puertas abiertas, cómo algún vecino ha dejado su escopeta encima de la mesa. A la entrada de su casa, como el que tiene las llaves en su recibidor por si se las olvida.

En dichas barriadas -y que son la mayor parte de Metro Manila, el amasijo de localidades que componen la capital y su extrarradio- lo normal es toparse con muchos tipos cuyos atuendos suelen ser unos pantalones cortos harapientos. Descalzos y a pecho descubierto. Dejando pasar el día o apurando una colilla.

Todos ellos, desde este verano, son sospechosos de delinquir en un futuro. Y en los primeros cinco días del pasado verano tras activarse el protocolo -si bien la Ley es del año pasado- se arrestó a más de 3.000 personas. La gran mayoría de ellos fueron hombres que bebían cerveza o hablaban en la calle. Tal y como dijo Duterte a la policía, “algunos de los que andan por ahí sin hacer nada son potencialmente un problema para el pueblo”. E instó a los agentes a arrestarlos si se resistían. Igual que con los interrogados por bailar a altas horas de la madrugada en discotecas, tras pasar un tiempo en comisaría y ser fichados, todo quedaba en eso.

Foto: El cadáver de un hombre, asesinado por una patrulla ciudadana, en Manila, el 20 de septiembre de 2016 (Reuters).

En realidad todo parte de una Ley filipina contra la “vagancia”. En ella se decía que podía arrestarse a “cualquier individuo [...] que esté deambulando por el país o sus calles sin medios de subsistencia”. Fue abolida hace seis años, pero Duterte quiere perseguir a estos “gandules” -así los denominan- con otras excusas, a veces relacionadas con la moral.

Buena parte de los “gandules” detenidos iban, según la policía, casi desnudos. Otra forma de mostrar la escasez de medios económicos, pero que le funciona a las mil maravillas al presidente filipino, quien a veces hace uso de la moralidad para justificar sus políticas. Si bien, en otras, es incluso capaz de insultar al Dios de los (muy) cristianos filipinos. Los críticos con su Gobierno, cuando menos, se contentan con decir que, mientras se fije en discotequeros o gandules, quizás tarde un poco más en reactivar su guerra contra las drogas.

Manila es una ciudad que lleva bastante bien lo de ser citada por muchos como una de las capitales más canallas de Asia al caer la noche. Igual que por otro lado gusta de hacer gala de su cristianismo tradicionalista y vitaminado hasta en la mesa del bar. Sin pudor. Quizás por eso la cerveza con la que los locales se emborrachan tiene nombre de santo y la calle donde se alojan los prostíbulos más populares de la ciudad fue bautizada en honor a un párroco.

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