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Uruguay, el país menos corrupto de Latam, superará la crisis del covid antes que sus vecinos
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Mauricio Hernández Cervantes

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Mauricio Hdez. Cervantes

Uruguay, el país menos corrupto de Latam, superará la crisis del covid antes que sus vecinos

Unas bases democráticas más sólidas, la menor corrupción, el mejor sistema sanitario y el menor índice de pobreza han sido los apoyos de Uruguay para combatir el coronavirus

Foto: La bandera de Uruguay, junto a la de Brasil, en la frontera entre ambos países. (Reuters)
La bandera de Uruguay, junto a la de Brasil, en la frontera entre ambos países. (Reuters)

El periodista y escritor argentino Martín Caparrós escribía hace tres años: “En Montevideo me siento tan en casa: Uruguay es Argentina sin delirios de grandeza; o sea, no es Argentina. Por eso, supongo, me siento como en casa”. Sus palabras —puestas al servicio de la crónica sobre el partido entre Uruguay y Rusia en el pasado Mundial de fútbol—, publicadas en su entonces columna de opinión en 'The New York Times', revelaban la misma impresión que tantos argentinos y uruguayos tienen sobre sí mismos y respecto al vecino del otro lado del Río de la Plata: es como estar en casa, pero —por muchas razones— no es casa.

Uruguay es diferente. Y lo es, notablemente, al resto de los países de la región. Incluso de Argentina, con quien comparte incontables elementos culturales (ser ‘hijos de los barcos’, la disputa por Carlos Gardel, el asado, la herencia culinaria italiana y la furibunda pasión por el fútbol, entre otros tantos lugares comunes). Y por supuesto, también de Brasil, un gigante ahora sumergido en una profunda crisis (pese a haber sido de los BRICS: las cinco economías emergentes más prometedoras durante la década 2000-2010). Para empezar, cuando hablamos de ‘la Suiza americana’, lo hacemos de una ‘islita’ de tres millones y medio de habitantes encerrada entre esos dos gigantes, Brasil y Argentina: con 211 millones el primero y 45 millones el segundo.

Foto: Una boda en Uruguay, hace unos meses. (Reuters)

Sin duda, gestionar un país con una población 15 veces menor (comparada con la argentina) resultaría, en teoría, más sencillo. No obstante, los últimos meses han sido muy complicados para los uruguayos, debido a que han vivido el pico de la pandemia mucho más tarde que el resto. Y las recientes cifras demuestran que, pese a su robusto sistema sanitario, en este azote inesperado ningún Gobierno ha tenido una fórmula perfecta para librarse del virus (durante, por lo menos, 20 días consecutivos entre abril y mayo, tuvieron la tasa de fallecimientos per cápita más alta del mundo). Pero en el país charrúa, a diferencia de México y de Perú, el sistema de salud jamás colapsó. Y durante todo el año pasado y el primer trimestre de este 2021, estuvieron considerados como un ejemplo de prevención y gestión respecto a la emergencia sanitaria global.

¿Cómo sucedió eso? Una razón, de tantas, es que Uruguay es el país que más invierte en salud pública en la región (en el mundo, ocupa el lugar 34, de 192). Allí, el gasto por persona es de 998 euros, casi 150 más que Argentina (que gasta 849). Esa cifra, en Brasil, por ejemplo, es de 349 euros. En México, 246. Perú gasta 186. En Bolivia, 134. Y Venezuela apenas llega a los 13 euros por cada habitante.

Foto: Uruguay, el primer país de Latinoamérica que retornó a clases presenciales. (EFE/Raúl Martínez)

La forma en la que Uruguay ha hecho frente a la pandemia muestra que detrás de esa política hay muchas razones estructurales que lo distinguen de sus vecinos. La confianza en las instituciones es una de ellas. ¿Y la corrupción? De acuerdo con la ONG Transparencia Internacional hay un abismo al respecto con Venezuela. Uruguay (con una calificación de 71 sobre 100 puntos en el Índice de la Percepción de la Corrupción de esa ONG) es el país menos corrupto de la región, mientras que Venezuela es el que más (con 15 puntos en ese 'ranking'). Este es uno de los puntos clave que los expertos consultados por El Confidencial consideran como determinantes durante la gestión pandémica.

Por otra parte, en lo económico, Argentina es un ejemplo de cómo una crisis política (arrastrada desde hace décadas) se puede convertir en económica. Los críticos números de la gestión de Alberto Fernández, sumados al incremento en la deuda contraído durante el final del macrismo, son escalofriantes porque exhiben que la Argentina de hoy no es tan distinta de la de hace 20 años, cuando ocurrió el ‘corralito’. La contracción económica en 2020 fue del 10%, la peor en Sudamérica junto a Perú (exceptuando a Venezuela); en 2002, cuando la economía argentina, literalmente, se cayó a pedazos, fue de un 10,9%. Allí, cada vez que se pronuncian las siglas FMI, alguien pierde la respiración. La deuda total de argentina hoy es de 358.052 millones de euros, y el miedo a la suspensión de pagos nunca termina de alejarse del todo. Argentina, desde 1980, ha caído en esa situación en cinco ocasiones, una marca inigualable.

Foto:

Lo cierto es que el efecto ‘corralito’ también golpeó a Uruguay hace 20 años, pero la crisis se fue superando poco a poco y de manera sostenida desde el primer mandato de Tabaré Vázquez (el primer presidente de izquierda en el país, y el que rompió la hegemonía de décadas de los dos partidos tradicionales —Blancos y Colorados—, cuando llegó al poder, por primera vez, en 2005), y a lo largo del gobierno del popular José Mujica. Eso no sucedió en Argentina durante el kirchnerismo. Tabaré y ‘el Pepe’ fueron, incluso, reconocidos y admirados por sus rivales y detractores políticos: una situación inimaginable en el escenario político argentino.

Y es que por muy parecidos que sean ambos pueblos rioplatenses, las bases del estado uruguayo lo hacen diametralmente distinto al argentino. Uruguay se constituyó como un país liberal en un pacto entre los partidos políticos, mientras que Argentina nació de la militarización. Eso, para los charrúas, resultó en un estado pluralista, con una visión interna más integradora, y con el reconocimiento generalizado hacia las instituciones. Al otro lado del río, en Argentina, el discurso nacionalista y patriótico (desde Perón hasta Alberto Fernández, hasta los Kirchner) siempre caló más hondo: uno que hoy es, sencillamente, populismo. Y ese guion de confrontación, de ‘patriotas‘ contra ‘enemigos de la patria‘, ha fomentado el desgaste institucional, algo que sin duda ha evidenciado las grandes carencias económicas y políticas de un país que durante la primera mitad del siglo XX lo tuvo todo para erguirse como uno de los diez más ricos del mundo (y lo fue: primero en 1921, y luego en 1962 y entre 1964 y 1967).

Foto: EC.

Pero Uruguay no es como Argentina. Es tan distinto a ella como lo es a Brasil, a Bolivia, a México, y a Venezuela. A continuación, académicos, representantes de colectivos uruguayos en España, y voces de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), nos dan las claves de por qué los uruguayos están en una situación menos vulnerable que el resto de los países de la región (la más afectada por la pandemia en el mundo), y con miras a una más pronta recuperación económica. Según la OCDE, Argentina no recuperará los niveles económicos prepandémicos hasta 2026, Brasil lo haría hacia finales del 2022 y México en 2023. Sobre Venezuela, cualquier pronóstico resulta irresponsable. ¿Y Uruguay? Las estimaciones del Fondo Monetario Internacional indican que la recuperación será gradual entre 2021 y 2022. Es decir, antes que sus vecinos. Eso sí, siempre y cuando la situación pandémica no empeore.

“Somos adversarios, no enemigos”

Son las 10:15 horas en el Café Comercial, en Madrid. Gustavo Núñez (secretario de cultura) y Juan Sotelo (presidente), del Centro Uruguayo de Madrid —el más antiguo de España, que data de 1977 (aunque consolidado como tal en 2002)—, una de las colectividades uruguayas que más gente mueve, han llegado a la cita con este diario para charlar sobre las particularidades que distinguen a su país del resto de América Latina.

"La migración tiene dos grandes causas: o vienes perseguido o vienes con hambre"

El primero, historiador, tiene 71 años y llegó a Madrid en 1976; el segundo, 66 años, llegó en 1977. “La migración tiene dos grandes causas: o vienes perseguido o vienes con hambre”, dicen. Núñez salió de su natal Montevideo por “cansancio político”; Sotelo, “por… cansancio (risas)”, y después confiesa que entonces llegó a estar detenido. Aquellos años turbulentos eran los de la dictadura cívico-militar de Juan María Bordaberry (1973-1985), un episodio que —a diferencia de Argentina— no cuadraba mucho con la historia de un país pluralista y con una trayectoria de más de medio siglo de solidez democrática. “Entonces, era una situación muy difícil, era crítica”, dice Gustavo. “Llegamos a tener 10.000 presos políticos. Para ellos (el Gobierno militar) era mejor que te fueras”, relata Juan que, pese a haber vivido la mitad de su vida en España, siempre utiliza el “nosotros” para hablar de los uruguayos. Finalmente, sale el tema de la ‘Operación Cóndor’ (la campaña de represión contra la disidencia política en el Cono Sur, respaldada por Estados Unidos en la década de los setenta), y entonces todo cuadra.

Repasan la historia del país que dejaron atrás. Charlamos sobre José Batlle y Ordoñez (un prócer uruguayo, responsable de que sea un país laico y de las bases de la antes mencionada solidez democrática). Y justo después, comienza la interminable lista de diferencias entre uruguayos y argentinos en una conversación que, paradójicamente, inició con: “no somos tan distintos de ellos (los argentinos)”.

Foto: Mauricio Macri. (Reuters)

“¿Sería posible imaginar en Uruguay algo similar al momento en el que Cristina Fernández de Kirchner decidió no asistir a la entrega de la banda presidencial, en la transición de poderes, cuando Mauricio Macri ganó en 2015?”. Ambos, Juan y Gustavo, respondieron con los ojos, la cabeza, cambiando la postura, y con un “¡Nooooo, jamás! Eso no. En Uruguay decimos que somos adversarios, no enemigos”, cierran. “Nosotros somos un país pluralista e integrador”, añaden. Un paréntesis, recordemos que ese no fue el único desplante de la antigua presidenta (y hoy vicepresidenta) argentina hacia Macri: cuando éste dejó el Gobierno en 2019, ella, haciendo un esfuerzo visible, logró un gesto de innegable repulsión mientras le daba la mano. Información adicional, en la presentación de su libro ‘Sinceramente’, en La Habana, Fernández de Kirchner dijo, “No puse esa cara, me salió. Cuando él me extendió la mano, por un momento pensé en no dársela… la verdad, no se la quería dar. No me gusta fingir. No soy hipócrita. Bueno, le di la mano, mientras que la cara se me iba transformando…”, ante un público que aplaudió cada una de sus palabras. Eso, para los uruguayos, sería dantesco. Inimaginable. Contrario a toda lógica y a todo principio de unión y concordia en su país.

“La oposición al Gobierno de Lacalle Pou estuvo con él en todo momento desde que comenzó la emergencia sanitaria”

Y es que si algo destacan Núñez y Sotelo es la confianza de los uruguayos en sus instituciones, amén de las rivalidades políticas y partidistas, propias de una democracia. “Incluso, durante toda la pandemia”, cuenta Sotelo, y agrega, “la oposición al Gobierno de Lacalle Pou estuvo con él en todo momento desde que comenzó la emergencia sanitaria. Nunca estuvo en contra del Gobierno. Allí no se politizó la situación, como sí ocurrió acá (en España)”. Y así fue, en marzo de 2020, dos semanas después de que la OMS declarara al coronavirus una pandemia, el expresidente Tabaré Vázquez y Lacalle Pou se reunieron para unir fuerzas. De aquel encuentro en el que Vázquez (reconocido médico, además de político) presentó un documento con medidas y propuestas para contener los efectos de la crisis sanitaria y el desplome económico, el actual mandatario uruguayo declaró: “De esto salimos entre todos, así que me pareció oportuno venir a charlar con el expresidente”.

Foto: Un trabajador sentado al lado de una imagen de Juan Domingo Perón y su mujer Eva. (Reuters)

La charla continúa (corrupción, nacionalismo, etcétera) y, después de señalar que la estrecha relación entre la iglesia católica y la élite militar argentina es otra de las diferencias entre ambos pueblos, de pronto dan con la que, posiblemente, sea la piedra angular en la brecha que más los separa: la sombra de Perón en la política.

“Uruguay jamás ha tenido una sombra política como la de Perón en Argentina”, afirma Núñez. “¡Allí, todos los presidentes han sido peronistas!”, zanja.

Un problema histórico

Al teléfono está Nicolás Saldias, uruguayo-canadiense, analista de The Economist Intelligence Unit, investigador para la universidad de Toronto, y experto en las diferencias estructurales entre Uruguay y Argentina. Charla con El Confidencial y suelta una comparación sui géneris, pero al parecer bastante atinada, basada en el contraste entre lo que es un país más liberal frente a uno nacionalista: él dice que Uruguay es más parecido a Canadá, así como la Argentina lo es a Estados Unidos.

“En Uruguay no puedo imaginarme a un López Obrador. ¡O a un Juan Domingo Perón! Uruguay es una democracia liberal en un mar de nacionalistas y de autoritarios. Los uruguayos son patrióticos, por supuesto, pero no son ultra nacionalistas. Son más como los canadienses. En cambio, los argentinos sí son muy nacionalistas como lo son los estadounidenses”, dice.

Para Saldias, el gran abismo que divide a los pueblos rioplatenses nació con la composición de cada uno de los estados. “El nacimiento de Uruguay se da con la aparición de los partidos políticos, es decir, con la democracia. En Argentina fue distinto, el estado argentino lo crearon los militares y ellos tenían otra mirada. Ellos, para mantener el poder, utilizaban la fuerza y no la democracia, una situación que fomentó el clientelismo y la corrupción”, asegura.

Foto: Fachada del adosado de Isabelita Perón. (Enrique Villarino)
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Integrismo vs. Nacionalismo. El académico añade que en Uruguay no sucede lo que sí en Argentina, es decir, que siempre hay una batalla entre los dos grandes grupos que pretenden el gobierno, entre las dos miradas totalitarias sobre lo que consideran “la verdad”. “Ya ves el caso del kirchnerismo que es, sin duda alguna, muy autoritario y antipluralista; o estás con ellos, o estás en contra de la Argentina misma”, zanja. Y recuerda, como sus compatriotas antes entrevistados, la anécdota de la discordia, de 2015, entre Cristina Fdez. de Kirchner y Macri.

Saldias, igual que Gustavo Núñez y Juan Sotelo, considera “impensable e inaceptable” un grado de hostilidad política semejante en Uruguay. Y opina que el discurso de Alberto Fernández, exactamente igual que el del mandatario mexicano, Andrés Manuel López Obrador, no es otro que el de la polarización. Es decir, discursos basados en el guion de 'patriotas' (aquellos afines a su Gobierno) contra 'traidores a la patria' (cualquier forma de oposición).

Y es precisamente esto lo que para el experto en la relación argentino-charrúa ha definido cómo ha sido la gestión pandémica en su país: los uruguayos confían en su Gobierno, pero, sobre todo, en sus instituciones, independientemente del Gobierno en turno. En pocas palabras, todos se saben a bordo del mismo barco. Todo lo contrario a lo que, desde su perspectiva, ocurre en Argentina, donde Fernández, igual que sus predecesores, ha hecho de la improvisación una costumbre política. Todo, evidentemente, porque las fuerzas políticas en ese país (como en la mayor parte de países en la región) no apuestan por un proyecto en común, sino por la apropiación de “la verdad” y del concepto de patria.

"Los uruguayos necesitan tener las cuentas fiscales ordenadas. Sin embargo, en Argentina ni siquiera piensan en eso"

Con Argentina es poco indulgente. “Es un desastre. Las políticas de Alberto Fernández no sirven”, espeta. Saldias ve como inviable e ilógico el camino del actual mandatario argentino de “crear un Estado gigantesco”. Para él, las cosas en Uruguay son diferentes, y agrega: “Lacalle tiene la política de no gastar más de lo necesario. Para él es una prioridad controlar el déficit. Los uruguayos necesitan tener las cuentas fiscales ordenadas. Sin embargo, en Argentina ni siquiera piensan en eso. Ellos van al Banco Central y dicen “necesitamos más pesos”, “ah vale”, responden y es lo que hacen. Por eso su economía está en una situación tan grave”.

¿El futuro para la Argentina? Complicado, así lo augura. “Desde los años 40 están en crisis”, afirma. Y enumera cada una de las turbulencias que han tenido durante cada década. “En Uruguay, la inflación está bajando. Ahora es de un 6%. En Brasil es del 8%. Pero en Argentina es del 48%, ¡¿cómo sales de eso?!”, se pregunta. Y su respuesta no es menos dura y enseguida suelta: “No es un problema económico, únicamente. Tampoco el problema argentino es solo político. ¡Es histórico! No se trata solo de ajustar unas variables, es algo mucho más profundo. El problema es que se ha generado una cultura política de populismo de la cual no pueden salir. En la Argentina, los populistas, como Perón, tenían una política antipluralista. ¡Perón gastaba plata de donde fuese y utilizaba al Banco Central para controlarlo todo! Pero ¿qué pasó cuando se acabó el dinero…? Hiperinflación, crisis política, etcétera”.

Foto: El expresidente del Gobierno Felipe González, el expresidente chileno Ricardo Lagos y la periodista mexicana Carmen Aristegui durante el debate virtual.

De acuerdo con el analista, y las estimaciones de la unidad de inteligencia de 'The Economist', Uruguay tendrá una recuperación económica notable hacia finales de 2022. Sobre Argentina, declara, “nadie sabe qué va a pasar el próximo año. Se estima que no saldrán de la crisis hasta el 2026. Aunque tampoco se puede saber con exactitud, porque si llegaran a sufrir otra devaluación, entonces no me quiero ni imaginar cuál sería su perspectiva”.

La recuperación llegará antes

Uruguay vivió el azote pandémico más tarde que prácticamente todos los países del mundo. Y, paradójicamente, sucedió así cuando ya estaba echada a andar la campaña de vacunación. Resulta que la cepa brasileña se aprovechó de la desescalada y de que los uruguayos habían contenido durante un buen tiempo el número de contagios, y así la crisis sanitaria explotó hacia mediados de marzo y alcanzó su zenit entre mayo y junio. Y, de pronto, Uruguay, de haber sido un ejemplo global, se convirtió en el país con más fallecidos (per cápita —hágase hincapié en ese dato—) en el mundo. Sin embargo, el sistema sanitario nunca se colapsó, como sí sucedió en México, Brasil o Perú.

Puesto en perspectiva, el tiempo que ‘el paisito’ ha sufrido el pico de la crisis ha sido mucho menor a, por ejemplo, Argentina. O a México, donde todo, desde el inicio de la irrupción del coronavirus, han sido meras estimaciones, datos que no cuadran, realidades que rebasan a la ficción, padrones incompletos.

Foto: El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. (Foto: Reuters)

Lo cierto es que, a día de hoy, cerca de dos tercios de la población uruguaya ya tienen la pauta completa de vacunación (64%). Y la curva de contagios, pese a lo preocupante de los meses pasados, ya se ha aplanado, según la base de datos Covid-19 Tracker, de la agencia Reuters. Ellos vivieron en tres meses la crisis pandémica que en buena parte del mundo duró, al menos, durante todo 2020 y parte de 2021. Por el contrario, la Argentina (que, recordemos, es 15 veces más grande en población) apenas llega al 15.9% de la población vacunada por completo (con una dosis es el 56%).

De acuerdo con José Porcile, director de la oficina de la Cepal en Montevideo, la recuperación económica de Uruguay comenzó desde finales de 2020. No obstante, señala que el descontrol en los contagios durante el primer semestre de este año sí que ha impactado en la continuidad de los avances económicos. Aun así, cuenta a este diario que hay factores, como el alza de precios en abril de 2020 en los productos agrícolas, (en un país muy enfocado al comercio exterior), que han sido un importante incentivo para salir del estancamiento.

Foto: El símbolo del euro en la sede del Banco Central Europeo, en Fráncfort. (Reuters)

Pero hay datos y realidades que no pueden pasar desapercibidas. Uruguay sigue siendo el país más igualitario de América Latina (según el índice Gini), y el que menos gente tiene viviendo en situación de pobreza (3% en 2019, y 5% en el fatídico 2020). En pocas palabras, es uno que ha apostado —según datos del Instituto de Economía de Uruguay— por el crecimiento económico reduciendo la desigualdad (un lastre que sigue muy presente en Brasil y en Argentina, un país donde el 45% de la población ya vive en el umbral de la pobreza).

La democracia más sólida

Otra característica que destaca Saldias es la solidez democrática de Uruguay. De acuerdo al mapa de niveles democráticos de 2020 de 'The Economist', en el que solo aquellos países que reciben una puntuación entre 8 y 10 están considerados como ‘democracia plena’, hay únicamente tres países latinoamericanos: Uruguay (con una puntuación de 8,61), Chile (8,28) y Costa Rica (8,16).

Por otra parte, están los países considerados como ‘democracias imperfectas’, que obtienen entre 6 y 8 puntos. Argentina se encuentra entre ellas, pues su calificación es de 7,02. También están Brasil y Colombia, con 6,97 y 6,96 respectivamente. México, Ecuador y Paraguay, apenas pasan de los 6 puntos. Y en las antípodas del Uruguay, de nuevo, aparece Venezuela, que, igual que Nicaragua, están considerados como ‘regímenes autoritarios’. ¿Sus puntuaciones? 3,16 y 3,63.

Por lo tanto, Uruguay, el país con las bases democráticas más sólidas, el menos corrupto, el que tiene el sistema sanitario más robusto, y, el que menor índice de pobreza tiene, será el que salga antes de la crisis pospandémica: una que no ha dado tregua en la región, y que amenaza con dejar en el rezago económico a países como México, Perú y Argentina.

El periodista y escritor argentino Martín Caparrós escribía hace tres años: “En Montevideo me siento tan en casa: Uruguay es Argentina sin delirios de grandeza; o sea, no es Argentina. Por eso, supongo, me siento como en casa”. Sus palabras —puestas al servicio de la crónica sobre el partido entre Uruguay y Rusia en el pasado Mundial de fútbol—, publicadas en su entonces columna de opinión en 'The New York Times', revelaban la misma impresión que tantos argentinos y uruguayos tienen sobre sí mismos y respecto al vecino del otro lado del Río de la Plata: es como estar en casa, pero —por muchas razones— no es casa.

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