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Ángel Villarino

Ratas de dos patas

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¿Quién no necesita un avión oficial?

En algunos países el poder político está renunciando a disponer de aviones privados, un privilegio cada vez más extendido entre la élite económica

Foto: El serbio Tomislav Nikolic con otros jefes de Estado (Reuters)
El serbio Tomislav Nikolic con otros jefes de Estado (Reuters)

El presidente, Tomislav Nikolic, salió despedido como un pelele haciael techo. Dos de sus asesores, Ivan Mrkic y Stanislava Pak Stankovic, rodabany se deshuesaban contra los asientos, mientras intentaban agarrarse a algo. Tardaron 60 segundos en recuperar el equilibrio y algo más en recomponer el nudo de lacorbata. “Pasamos casi un minuto cayendo a plomo, como una piedra. Literalmente, estuvimos volando de un lado a otro del avión. Creíamos que era el final”.

La escena, recreada por la prensa serbia para disfrute de la sufrida población local, es verídica yocurrió la semana pasada. En la imaginación de muchos, el aparato, con el excolaborador de Milosevic a bordo,acababa perdido en el Adriático. O mejor:en el Índico. Y con su caja negra desaparecían para siempre los problemas de un país castigado por la corrupción y el mal gobierno.

Pero no fue así. El modesto Dassault Falcon 50 a disposición del primer ministro, un avión con menos lujos que cualquier jet privado de medio pelo, sólo sufrió un “grave problema”. El único contratiempo importante, a la postre, fue tener que cancelar una visita al Vaticano, donde el Papa Francisco tampoco es que los estuviese esperando con mariposasen el estómago. Si se suspendía la cita, casi mejor, debió de pensar el cardenal Pariolin.

Se supo después que el responsablefue el copiloto, que derramó una taza de café sobre el cuadro de mandos y, al tratar de limpiarlo, apagó la direcciónautomática. Pero ni siquieraeste “error humano”, tan de comedia balcánica, sirve de consuelo. Porque falló lo único que no había fallado hasta entonces, ya queel aparato había tenido cinco incidencias técnicas graves en pleno vuelo en los últimos años. “Se acabó. A partir de ahora volaremosen aviones comerciales”, declaró Nikolic en un consejo de ministros convocado ese mismo día.

El “incidente del café” se siguió con interés en Polonia, donde nadie olvida lo que ocurrió el 10 de abril de 2010, cuando un Tupolev de diseño soviético dedicado al transporte presidencial se precipitó sobre la ciudad rusa de Smolensk (al tratar de aterrizar por cuarta vez en medio de la niebla), acabando con la vida de sus 96 pasajeros, incluido el presidente, Lech Kaczynski, 18 miembros del parlamento y media comitiva gubernamental. “Se acabó”, dijeron entonces los pocos que quedaban en el Gobierno polaco, “a partir de ahora volaremos en aviones comerciales”.

Cada uno por sus motivos, ambos países se han unido a un club que empieza a sernumeroso: el de los jefes de Estado (sobre todo en países del entorno exsoviético) que han renunciado a disponer de un avión propio por cuestiones de presupuesto y/o de seguridad.

Es verdad que otros líderes mundiales se han mantenido siempre en esa línea. Por principios, por pragmatismoo por lo que sea,lo han hecho por ejemplo los Papas de la era de la aviación, que se sienten más cómodos descansando el palio sobre los asientos de las líneas comerciales (generalmente de Air Italia) que pagando el mantenimiento de un avión privado.

Otros se resisten, como es el caso del venezolano Nicolás Maduro, que incluso se arriesgó a ser sostenido en el airesobre el latón de un Ilyushin cubano hace un par de años, mientras le reparaban en Francia el Airbus ACJ-319 presidencial, un capricho que Hugo Chávez se hizo a medida, pintando el fuselaje con diseños bolivarianos y convirtiéndolo en una ambulancia móvil en los últimos coletazos del cáncer.

Lejos quedan Saint-Exupéry y Franklin D. Roosevelt, el presidente que lo inventó casi todo, incluido el concepto Air Force One, aunque al principio no se llamase así. La idea se intentó copiar después, por etapas, en las capitales de todo el planeta y en la Guerra Fría alcanzó el cénit. Durante la descolonización formaba parte delsueño húmedo de la nueva élite: un país, unpalacio, una flota de coches y un avión oficial.

Para el poder político se trata hoy de una prioridad en barbecho ante problemas más acuciantes y sociedades mejor informadas y más dispuestas a auditar (al presidentemexicano Enrique Peña Nieto le costó un escándalo la adquisición de su flamante Dreamliner 787). Porque loque de verdadproliferan hoy son los jets privados, una industriamultimillonaria y con buena salud. Solo en China, donde hasta 2003 no había ninguno, se contabilizan ya cerca de 500.

En la reunión de Davos (Suiza) de principios de 2015, aterrizaron 1.700VIPs, dejando en el aire la estela de otra paradoja: entre las prioridades de la cita estaba encontrarsoluciones al cambio climático.

El presidente, Tomislav Nikolic, salió despedido como un pelele haciael techo. Dos de sus asesores, Ivan Mrkic y Stanislava Pak Stankovic, rodabany se deshuesaban contra los asientos, mientras intentaban agarrarse a algo. Tardaron 60 segundos en recuperar el equilibrio y algo más en recomponer el nudo de lacorbata. “Pasamos casi un minuto cayendo a plomo, como una piedra. Literalmente, estuvimos volando de un lado a otro del avión. Creíamos que era el final”.

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