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El camino de España para reparar la relación con "sus judíos"
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Elías Cohen

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El camino de España para reparar la relación con "sus judíos"

En un proceso que ha durado más de dos años, el Parlamento español ha cerrado el ciclo que se abrió aquel 31 de marzo de 1492 con la promulgación del Edicto de Expulsión. El camino ha sido muy largo

Foto: Funeral del rabino Ovadia Yosef, mentor religioso de los judíos sefardíes en todo el mundo (Efe).
Funeral del rabino Ovadia Yosef, mentor religioso de los judíos sefardíes en todo el mundo (Efe).

“Españoles fuimos, españoles somos y españoles seremos”

Isaac Alschen Saporta, representante de los judíos sefardíes de Grecia, Ateneo de Madrid (2 de diciembre de 1916)

El pasado 19 de junio el Congreso de los Diputados aprobó finalmente el Proyecto de Ley en materia de concesión de la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España. En un proceso que ha durado más de dos años, el Parlamento español ha cerrado el ciclo que se abrió aquel 31 de marzo de 1492 con la promulgación del Edicto de Expulsión, conocido como Edicto de Granada; y así, estas palabras, han quedado definitivamente relegadas a los libros de historia:

“Acordamos de mandar salir todos los judíos y judías de nuestros reinos y que jamás tornen ni vuelvan a ellos ni alguno de ellos”.

Un tema perenne en la agenda de los sucesivos gobiernos

Ciertamente, esta Ley no es la primera iniciativa que España lleva a cabo para reparar la relación con “sus judíos”. Durante los dos últimos siglos, la voluntad de la mayoría de los gobiernos españoles, independientemente de su forma o signo político, ha sido acercarse, con mayor o menor intensidad, hacia el momento actual.

Ya en las últimas décadas del siglo XIX, el embajador español en Estambul, el conde de Rascón, debido a la oleada de pogromos en Rusia y en la región de los Balcanes, advirtió al Gobierno de que había, repartidas por el Imperio Otomano, comunidades sefardíes que hablaban español. El diplomático sugirió al Ejecutivo que acogiera los sefardíes que desearan huir y propuso mantener un contacto permanente con los que allí permanecieran, y así poder utilizar estas comunidades como puente entre España y Oriente Medio.

En la misma época, concretamente en 1869, cuando el Congreso debatía sobre la libertad de cultos y la separación de la Iglesia y el Estado, Emilio Castelar le espetó al eclesiástico Vicente Manterola que:

"Al quitarnos a los judíos nos habéis quitado infinidad de nombres que hubieran sido una gloria para la patria".

Más tarde, como leemos en la Exposición de Motivos de la recién aprobada Ley, en 1886 Práxedes Mateo Sagasta inició un acercamiento a los sefardíes, posteriormente continuado por el senador Ángel Pulido, que propició la autorización gubernamental para la apertura de sinagogas en España, la creación de la Alianza Hispano-Hebrea en Madrid en 1910 y el establecimiento de la Casa Universal de los Sefardíes en 1920.

A principios del siglo XX, la Institución Libre de Enseñanza fue, según el historiador Isidro González, la primera entidad que se ocupó de reivindicar a los sefardíes y derribar los prejuicios antijudíos que la Inquisición había grabado a fuego en el imaginario español. A este respecto, en la revista de la Institución, el polifacético historiador y jurista Rafael Altamira y Crevea publicó artículos criticando con dureza la herencia de la Inquisición y desmontando mitos antisemitas como el asesinato ritual del Niño de la Guardia.

El decreto que sirvió para salvar a miles de judíos

Estos primeros pasos seguían siendo tibios y lentos, sin embargo, uno de los más grandes momentos históricos de la relación entre España y los sefardíes se produce el día 20 de noviembre de 1924, cuando el dictador Miguel Primo de Rivera publica un Real Decreto que, sin mencionarlos específicamente, reconoce a los sefardíes protección especial y derecho a obtener la nacionalidad española. Así se expresaba el texto:

“(...) individuos pertenecientes a familias de origen español (...) con sentimientos arraigados de amor a España, [que] por desconocimiento de la ley y por otras causas ajenas a su voluntad de ser españoles, no han logrado obtener nuestra nacionalidad (…).”

La importancia de este Real Decreto se mide por sus éxitos: durante la Segunda Guerra Mundial, diplomáticos españoles como Ángel Sanz Briz, conocido como “el ángel de Budapest”, Julio Palencia Álvarez, Sebastián Radigales, Bernardo Roldán, José de Rojas y Moreno, Bernardo Rolland de Miotta, Javier Martínez de Bedoya, Eduardo Propper, Eduardo Gasset o Ginés Vidal, jugándose la vida y la carrera profesional, y gastando su propio dinero para sobornar a oficiales nazis, utilizaron el Real Decreto de Primo de Rivera como justificación legal para acoger a judíos sefardíes como protegidos de España, salvando, según las cifras más consensuadas, a unos 40.000 judíos del exterminio nazi.

La utilización del Real Decreto propició la creación de salvoconductos legales, como este que Sanz Briz extendió en la legación española de Budapest a la familia Mannheim:

“Certifico que Mor Mannheim, nacido en 1907, residente en Budapest, calle de Katona Jozsef, 41, ha solicitado, a través de sus parientes en España, la adquisición de la nacionalidad española. La legación de España ha sido autorizada a extenderle un visado de entrada en España antes de que se concluyan los trámites que dicha solicitud debe seguir.”

Sanz Briz siempre le confesó a su hijo que “lo que tuve el privilegio de hacer en Budapest es lo más importante que he hecho en mi vida”.

La gesta de estos diplomáticos otorgó cierto reconocimiento internacional a la entonces aislada dictadura franquista -de hecho, Arcadi Espada, en su libro sobre Sanz Briz, En nombre de Franco, sostiene que fue el Caudillo quien, ante la inminente victoria de los aliados, ordena que el rescate de judíos; aunque en estas páginas el Dr. Bernd Rother afirmó lo contrario-. En este sentido, en 1956 Golda Meir, histórica socialista israelí, y a quien no creemos muy cercana al franquismo, agradeció públicamente al régimen sus esfuerzos en el rescate de judíos durante el Holocausto.

También la Segunda República llevó a cabo iniciativas para reconstruir el lazo de España con sus antiguos súbditos. Aunque no se consiguió dar luz verde a la Ley que iba a desarrollar el artículo 23 de la Constitución de 1931 por el que se iba a facilitar el acceso a la nacionalidad "a las personas de origen español que residan en el extranjero", tras aprobarse la libertad religiosa, el ministro Lerroux hizo un llamamiento a todos los judíos para venir libremente a España -aunque más tarde su Gobierno revocó una circular impulsada por Azaña que permitía a los “antiguos protegidos sefardíes” obtener la nacionalidad española. Durante los tres meses que fue ministro de Estado Fernando de los Ríos en 1933, planteó la concesión de la nacionalidad española a todos los sefardíes de Marruecos -en donde se encontraba toda mi ascendencia-; una idea que se posteriormente se abandonó.

El 29 de diciembre de 1948, Franco publica un Decreto-ley por el que extiende el proceso de confección de una lista de familias sefardíes de Grecia y de Egipto, que gozarían del “patrocinio” de España y por el que se establecía un proceso para su futura condición de “súbditos españoles”. Como menciona el texto legal, es un proceso iniciado anteriormente, en plena Guerra Civil española, entre 1935 y 1936. Esta protección a las comunidades sefardíes asentadas en Egipto y en Grecia, y también en la región de los Balcanes, se hace efectiva en dos ocasiones durante la segunda mitad del siglo XX. La primera, tiene lugar en 1968: tras la Guerra de los Seis Días, España concedió la nacionalidad española a 110 sefardíes egipcios que habían sido apresados bajo las órdenes de Gamal Abdel Nasser; la segunda, durante la guerra de los Balcanes, cuando España otorga la nacionalidad a 59 sefardíes de Bosnia-Herzegovina.

Más tarde, el 21 de diciembre de 1969, se deroga por Decreto el Edicto de Granada, aunque en el BOE de aquel día no se publica. Durante la Transición hay un cierto impasse con el asunto, y en los años ochenta, el gobierno de Felipe González da preferencia al establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel, que tiene lugar en 1986 -el mismo año en que España entra en la UE-.

En 1990, las comunidades sefardíes del mundo reciben el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, y exactamente 500 años después de su promulgación, el 31 de marzo de 1992, el entonces rey de España Juan Carlos I, deroga definitivamente el Edicto de Granada.

Un vínculo que no se ha roto

Max Luria, profesor del Brooklyn College, se maravillaba en 1965 sobre el anhelo milenario de los sefardíes por su añorada España:

“Casi no se puede creer que los descendientes de los expulsados de España hace varios siglos sigan conservando por ella un amor tan profundo y desinteresado (…)”

Verdaderamente, los sefardíes, descendientes de los judíos expulsados en 1492, han conservado unas tradiciones, un idioma y, sobre todo, una eterna nostalgia por la que fue su casa: Sefarad, que en hebreo significa España.

No sabemos la cifra exacta de los expulsados en 1492. El historiador Miguel Ángel Motis ha señalado que solo 100.000 judíos practicantes vivían en España en 1492 y que la mitad se quedaron, convirtiéndose al cristianismo- una cifra que también sostiene Joseph Pérez. Una de la eminencias más reconocidas en la historia de Sefarad, el profesor Haim Beinart, sostiene en cambio que fueron 200.000 los sefardíes que salieron de la Península Ibérica -la expulsión de Portugal se produjo en 1497-.

Sea como fuere, y de acuerdo con Sergio della Pergola, la autoridad más respetada en cuestiones de demografía judía, actualmente hay 2.200.000 sefardíes en todo el mundo. Un gran porcentaje de ellos, por más de 500 años, han seguido hablando el dialecto que mezcla castellano antiguo y hebreo: el ladino, o en su vertiente de los sefardíes asentados en Marruecos, el haketía; y sobre todo, han mantenido en su memoria el recuerdo de un hogar perdido.

¿Por qué ahora?

La deuda histórica con los sefardíes ha sido saldada, pero ha mediado un dilatado lapso de tiempo. Las razones son varias, y comprensibles.

En primer lugar, a pesar de haber sido una cuestión de Estado, no ha revestido ninguna urgencia. No obstante, cuando los sefardíes han estado en peligro, o cuando era necesario hacer efectiva la responsabilidad que España tenía para con sus antiguos súbditos, todos los gobiernos actuaron en consecuencia.

En segundo lugar, sin estar en el top de prioridades de los sucesivos gobiernos, siempre fueron dándose pasos legislativos en torno a facilitar a los sefardíes su reconocimiento legal como españoles. La primeras Cortes democráticas aprobaron en 1978 una proposición de ley, presentada por los socialistas catalanes, por la cual los sefardíes obtenían el beneficio de solo dos años de residencia legal efectiva en España para obtener la nacionalidad por esta vía -como sucede con los naturales de países iberoamericanos-.

De hecho, hasta hoy, los sefardíes podían obtener la nacionalidad española mediante la carta de naturaleza, aquella por la cual el gobierno concede la nacionalidad española a los solicitantes si estos aducen “circunstancias excepcionales”, entre ellas, la de ser sefardí.

En tercer lugar, otra de las razones de que esta Ley haya sido elaborada en un proceso tan largo, es que aunque las cifras ya comentadas de sefardíes son millonarias, no es tan fácil determinar quién es sefardí descendiente de los expulsados, ni quiénes son los que siguen conservando el idioma, las costumbres y la vinculación a España. En el texto final establece pues un proceso detallado por el que determinar fehacientemente la condición sefardí.

Los judíos han tenido muchas casas en su vagar de más de 2.000 años. Sefarad, España, fue una de las más queridas. Entre los siglos VII y XII fue el refugio de los judíos tras la destrucción de Jerusalén, y un lugar en donde florecieron como pueblo y dieron lo mejor de sí. Las figuras universales de Maimónides, Najmánides o Ibn Gabirol son testigos de ello.

En suma, la semana pasada, se consumó lo que, tras vicisitudes y demoras, llevaba más de dos siglos gestándose: los sefardíes tienen derecho a ser españoles.

“Españoles fuimos, españoles somos y españoles seremos”

Judaísmo Israel Holocausto