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Hay que terminar el trabajo

No se me ocurre mejor reconocimiento y homenaje para Jo Cox que animar a todas las británicas a que ejerzan ese derecho con toda su alma el próximo 23 de junio

Foto: Tributo con flores y velas en memoria de la diputada británica Jo Cox. (EFE)
Tributo con flores y velas en memoria de la diputada británica Jo Cox. (EFE)

Les aseguro que este no era el artículo cuyo borrador escribía en el tren de camino a Londres. Yo pensaba escribir sobre la historia común de España y Gran Bretaña. Sobre dos imperios que se disputaron la hegemonía sobre el mundo conocido, sobre su enemistad irreconciliable durante siglos, sobre la derrota, el apartamiento, el lento declive y el ensimismado aislamiento en que acabó sumido mi país, gobernado por una dictadura hasta el último cuarto del siglo pasado. En cómo Reino Unido era aspiración y referencia como encarnación de la libertad y la prosperidad, el progreso y la modernidad.

Pensaba escribir en cómo la transición a la democracia tras la muerte de Franco en 1975 y la incorporación a la Comunidad Económica Europea cambiaron el rumbo de España. En cómo, en apenas una década, mi país logró lo que Gran Bretaña había logrado en siglos: reformas políticas que nos pusieron a la altura de cualquier democracia occidental, crecimiento económico, modernización y apertura hasta niveles insospechados. En cómo he sido europea toda mi vida adulta. Con 19 años, mi humilde DNI español me homologaba en derechos y oportunidades con los europeos a quienes soñábamos en parecernos. Y voté por primera vez acreditada como ciudadana europea. Reincorporados por fin al espacio que nunca debimos dejar.

Pero, cuando salía de mi última reunión, conocí la noticia del asesinato de la diputada laborista Jo Cox. Y todo se ensombreció. Aún más. Bajo el cielo gris de Londres, en medio de la conmoción y la tristeza, apuraba el paso para tomar de vuelta Bruselas el Eurostar, ese colosal abrazo submarino que une la isla con el continente. Con la imagen en mi cabeza de esa mujer joven y valiente comprometida hasta la médula, esa brava diputada reciente que sacudía a los más recios conservadores con su defensa inconmovible de los refugiados... no pude evitar acordarme de Anna Lindh. Hace casi 13 años, en plena campaña del referéndum sobre la adopción del euro en Suecia, Anna, Ministra de Exteriores socialdemócrata y proeuropea, fue apuñalada en los almacenes NK en Estocolmo. Falleció esa madrugada. Se suspendió temporalmente la campaña. Ganó el no.

Y, por encima del abatimiento por el sinsentido y la violencia, pensando en estas dos mujeres y en mí misma, inmersa como estoy en este empeño nuevo y exigente que es la representación política, me di cuenta de algo importante. A nuestro alrededor, existe el odio y el deseo de acabar con todo lo que defendemos. Ésa es una certeza que desasosiega, tanto como tranquiliza la otra certeza inevitable: que no podemos dejar de hacer aquéllo que es necesario. Damos por descontadas tantas cosas... Que podemos presentarnos a las elecciones. Que tenemos protegido nuestro discurso libre. Que debemos animar a las jóvenes como Jo a que participen en la vida pública e institucional. Que podemos elegir y debemos tomar decisiones individuales relevantes para nuestra sociedad, porque podemos votar. Y, sin embargo, hace menos de cien años que nosotras, las mujeres europeas, tenemos ese derecho y asumimos esa responsabilidad: ser elegidas y elegibles.

Por eso, no se me ocurre mejor reconocimiento y homenaje para Jo Cox, y para Anna Lindh, y para Emmeline Pankhurst y Clara Campoamor si me apuran, que animar a todas las británicas a que ejerzan ese derecho con toda su alma el próximo 23 de junio. Que tomen las riendas de su futuro, porque somos 250 millones de europeas empeñadas en sacar adelante este relato común que hemos tardado tanto en componer. No estamos amortizadas ni satisfechas. Y, cuando el trabajo no está terminado, no salimos corriendo: nos quedamos.

Somos mucho, mucho más fuertes cuando estamos unidas. Dejen de lado el griterío de los cierrabares euroescépticos, de las ambiciones rubias desatadas, de los populistas enrabietados, de los intolerantes llenos de odio, de los temerosos de perder su silla, y decidan por su cuenta. Simple y llanamente con la responsabilidad y el criterio que aplican cada día para sacar adelante su casa, su empresa, su proyecto de vida.

*Beatriz Becerra Basterrechea. Eurodiputada - Grupo ALDE

Les aseguro que este no era el artículo cuyo borrador escribía en el tren de camino a Londres. Yo pensaba escribir sobre la historia común de España y Gran Bretaña. Sobre dos imperios que se disputaron la hegemonía sobre el mundo conocido, sobre su enemistad irreconciliable durante siglos, sobre la derrota, el apartamiento, el lento declive y el ensimismado aislamiento en que acabó sumido mi país, gobernado por una dictadura hasta el último cuarto del siglo pasado. En cómo Reino Unido era aspiración y referencia como encarnación de la libertad y la prosperidad, el progreso y la modernidad.

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