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Bruselas llamando a Erdogan: ¿Sigue habiendo un futuro europeo para Turquía?
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Bruselas llamando a Erdogan: ¿Sigue habiendo un futuro europeo para Turquía?

¿Nos acercamos hacia un escenario de choque tras la victoria de Erdogan o hacia uno en que la necesidad de cooperar amortigüe la tensión?

Foto: Un votante de Erdogan sostiene una imagen del presidente ante una bandera turca, en Estambul. (Reuters)
Un votante de Erdogan sostiene una imagen del presidente ante una bandera turca, en Estambul. (Reuters)

Les costó un poco, pero la mayoría de líderes europeos descolgaron el teléfono o enviaron mensajes para felicitar a Erdogan tras su victoria en las elecciones del 24 de junio. Pocos días después, el Consejo de Asuntos Generales de la UE -órgano en que reúnen los ministros de Asuntos Exteriores- afirmó que Turquía se estaba alejando de la Unión Europea y que no se daban las condiciones para avanzar ni en las negociaciones de adhesión ni en la modernización de la Unión Aduanera. Eso sí, apostaban por continuar trabajando en temas como las migraciones, la energía o la seguridad. La reacción turca fue la esperable: no hubo portazo pero calificó la actitud europea de hipócrita, inconsistente e injusta. ¿Nos acercamos hacia un escenario de choque o hacia uno en que la necesidad de cooperar amortigüe la tensión? Para responder a este pregunta hay que tener en cuenta estos diez elementos:

Se ha evitado el peor escenario

Nadie se atrevió a expresarlo abiertamente pero de todos los escenarios posibles había uno que era una pesadilla, no sólo para Turquía sino también para sus socios y aliados. Era aquel en que el perdedor hubiera cuestionado los resultados en las calles. Vista la polarización del país, esto habría desembocado en graves incidentes. La Unión Europea se habría visto forzada a posicionarse, poniendo en riesgo o bien su credibilidad o bien la continuidad de su cooperación con las autoridades turcas.

Erdogan, una interlocución obligada

Tras estas elecciones entra en vigor la reforma constitucional que consagra un sistema presidencialista. La toma de decisiones será todavía más jerárquica y quedará en manos de un grupo reducido de personas. Hasta ahora, cuando las relaciones con Erdogan no pasaban por un buen momento podían explorarse canales alternativos con el Primer Ministro. En el nuevo sistema desaparece esta figura y no queda otra que hablar con el Presidente. El factor Erdogan siempre ha sido un elemento de peso en las relaciones con Turquía pero a partir de ahora lo será todavía más.

Surgirán crisis pero habrá voluntad para mantenerlas bajo control

La historia de las relaciones entre Turquía y la Unión Europea está salpicada de crisis, también durante los 16 años que Erdogan lleva en el poder. Las acusaciones y reproches mutuos son habituales y suelen hacerse buscando un rédito político. Por eso han sido más frecuentas si hay elecciones a la vista, bien en Turquía o en los países de la UE. Hasta ahora siempre se ha encontrado la forma de rebajar la tensión y reconducir la situación y esto no tiene por qué cambiar. Seguro que estallarán nuevas crisis o se abrirán viejas heridas pero antes de poner en peligro la cooperación en materia de seguridad o los intereses económicos, ambas partes explorarán vías para rebajar la tensión.

Unas relaciones con una fuerte carga emocional

En Turquía -y eso es algo que va más allá de Erdogan y sus votantes– ha arraigado un fuerte sentimiento de agravio y discriminación cuando miran hacia Europa. Se sienten tratados como un país de segunda y acusan a la Unión Europea de no cumplir las promesas. Los partidarios de fuerzas de la oposición también acusan a la UE de no hacer suficiente y muchos se sienten abandonados. En la Unión Europea la carga emocional no es tan fuerte pero algunos de los gestos y discursos de Erdogan han herido sensibilidades. El caso más notorio es cuando acusó a las autoridades holandesas de ser unos remanentes nazis. Hay, a un lado y otro, desconfianza y resentimiento. Gestos, símbolos y emociones seguirán siendo un factor irritante durante los próximos años.

placeholder Erdogan y su esposa, Emine Erdogan, abandonan su residencia en Estambul. (Reuters)
Erdogan y su esposa, Emine Erdogan, abandonan su residencia en Estambul. (Reuters)

El nacionalismo gana influencia en Turquía

La principal sorpresa de estas elecciones son los resultados del MHP, un partido ultraderechista y nacionalista turco. El MHP se presentó en coalición con el AKP en las elecciones parlamentarias y sus diputados tienen la llave de la mayoría parlamentaria. El MHP buscará hacerse con una pequeña parcela de poder pero también intentará condicionar, desde una lógica nacionalista, la acción gubernamental. Intentará, por ejemplo, impedir cualquier apertura en relación al tema kurdo. En clave europea preocupa que su renovada influencia comporte una actitud más beligerante en temas sensibles como todo lo vinculado con Grecia y Chipre.

Los refugiados seguirán en la agenda

Muchos europeos, también los jefes de estado y de gobierno, asocian Turquía a la agenda migratoria. Cualquier decisión respecto a Turquía se tomará pensando en si compromete o no su colaboración en este área. Hasta aquí el elemento de continuidad. Lo que podría cambiar es que Erdogan aumentase sus exigencias, consciente de que la UE vuelve a sentirse vulnerable. También habrá que estar muy atento a si él y sus socios parlamentarios cumplen las promesas electorales de retornar a parte de los refugiados sirios que hasta ahora han encontrado cobijo en Turquía. Si el retorno no fuera voluntario y se hiciera a zonas en conflicto, la UE tendría que decidir si lo denuncia abiertamente, asumiendo posibles represalias y que Ankara pueda echarle en cara que ese es un ámbito en el que no puede dar lecciones.

La economía será todavía más importante

La economía turca manda señales ambivalentes. Por un lado, exhibe un gran dinamismo, con unas cifras de crecimiento superiores al 7%. Por el otro, aumentan las dudas sobre la sostenibilidad de un modelo que necesita acudir a los mercados internacionales para obtener crédito por el bajo nivel de ahorro interno. El contexto global aumenta su vulnerabilidad: precios del petróleo, fin de la expansión monetaria y dudas generalizadas sobre las economías emergentes. De hecho, el temor a que pudiera estallar una crisis económica fue uno de los factores que llevó a Erdogan a convocar elecciones anticipadas. La Unión Europea en su conjunto es el principal socio económico de Turquía y también el principal inversor. Turquía no puede sortear las dificultades económicas que pueda haber a la vuelta de la esquina si abre una crisis con la UE y si amenaza, como ha hecho alguna vez, con salirse de la Unión Aduanera. La economía puede acabar amortiguando los choques que puedan venir de la política.

Foto: Un hombre abandona una casa de cambio en el centro de Estambul, el 23 de mayo de 2018. (Reuters)

Conocer el coste del divorcio sería saludable

Son tantas las frustraciones acumuladas que es fácil caer en la tentación de dar un golpe sobre la mesa. Erdogan insinuó una vez la posibilidad de convocar un referéndum para que fueran los ciudadanos turcos quienes finiquitasen las negociaciones de adhesión. El Parlamento Europeo pidió, hace un año, que se congelasen las negociaciones. Austria fue más lejos y abogó por una suspensión total, diciendo que todo era una ficción diplomática. Sin embargo, poco sabemos sobre cuáles serían los costes de un divorcio, amigable o no, y qué parte de la factura le correspondería a cada cual. Poner sobre la mesa el coste de no colaborar y desandar el camino recorrido hasta ahora puede ser una forma de hacer aflorar actitudes más conciliadoras.

Hay vida más allá de la adhesión

No todo el mundo se atreva a decirlo pero hay un amplio consenso en que la integración de Turquía en la Unión Europea -al menos a corto y medio plazo- está fuera de la agenda. No es sólo porque Turquía no cumpla con los requisitos, sino que la Unión Europea tampoco está dispuesta a abrir sus puertas. Si esto es así habría que pensar cómo abordar las relaciones sin que la frustración lo contamine todo. Hace unos años la Comisión Europea sugirió en 2012 el concepto de la “agenda positiva”. Es decir, intentar aparcar los temas conflictivos para avanzar donde se comparten intereses y voluntad de cooperación. Esta idea sigue siendo válida pero con tres matices: cualquier oferta que se haga a Turquía no ha de verbalizarse como un premio de consolación, hay que evitar la tentación de caer en una lógica puramente transaccional y asegurarse que los mensajes que se mandan desde Bruselas y desde los estados miembros –interesados en mantener la cooperación bilateral– no sean contradictorios.

Turquía es más que Erdogan

Un 52% de los votantes o, en cifras absolutas, más de 26 millones de personas es muchísimo. ¿Pero qué pasa con el otro 48%? Cuando la UE articule sus políticas hacia Turquía tiene que pensar en todo el país y también en esa otra mitad. ¿Cómo? En vez de dar Turquía por perdida deben mantenerse o incluso reforzar programas o medidas que, por ejemplo, permiten el intercambio de estudiantes o el fortalecimiento de la sociedad civil pero también temas como la facilitación de visados que permiten lanzar mensajes positivos a todo el país. La Unión Europea tiene que poder criticar cualquier decisión que, desde su punto de vista, sea contraria a los valores y normas compartidas y debe invitar al Gobierno turco a hacer lo mismo. Y, sobre todo, debe evitar hacer pagar los platos rotos a todo un país por los desacuerdos que pueda haber con quien lo gobierne o sobre cómo lo haga.

Macron dijo en una polémica entrevista que su trabajo como Presidente no era tan "cool" como algunos podían pensar y puso como ejemplo que tenía que hablar con Erdogan una vez cada diez días. Durante los próximos años, los líderes europeos tendrán que continuar descolgando el teléfono para hablar con Erdogan y ya no será para felicitarle. Lo harán para gestionar la última crisis o para preservar algún espacio de cooperación vital. Las relaciones entre Turquía y la Unión Europea continuarán oscilando entre el conflicto -más o menos teatralizado- y la cooperación. Habrá más frustración pero los costes de un enfrentamiento total seguirán siendo inasumibles.

*Eduard Soler i Lecha es investigador sénior en CIDOB y miembro del proyecto FEUTURE

Les costó un poco, pero la mayoría de líderes europeos descolgaron el teléfono o enviaron mensajes para felicitar a Erdogan tras su victoria en las elecciones del 24 de junio. Pocos días después, el Consejo de Asuntos Generales de la UE -órgano en que reúnen los ministros de Asuntos Exteriores- afirmó que Turquía se estaba alejando de la Unión Europea y que no se daban las condiciones para avanzar ni en las negociaciones de adhesión ni en la modernización de la Unión Aduanera. Eso sí, apostaban por continuar trabajando en temas como las migraciones, la energía o la seguridad. La reacción turca fue la esperable: no hubo portazo pero calificó la actitud europea de hipócrita, inconsistente e injusta. ¿Nos acercamos hacia un escenario de choque o hacia uno en que la necesidad de cooperar amortigüe la tensión? Para responder a este pregunta hay que tener en cuenta estos diez elementos:

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