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Argentina, ¿otra vez?

Si quienes rigen los destinos del país siguen comportándose de la misma forma, lógicamente la crisis no dejará de visitarnos, y cada vez más seguido

Foto: Manifestación contra las medidas económicas del Gobierno en Buenos Aires. (Reuters)
Manifestación contra las medidas económicas del Gobierno en Buenos Aires. (Reuters)

Desde finales del mes de agosto, Argentina parece haber vuelto a un viejo amor: la crisis económica. Es como un tango que se repite una y otra vez. El país parece no escarmentar. Aun cuando se cambien los gobiernos, la crisis siempre regresa. Esto no sucede por casualidad; si quienes rigen los destinos del país siguen comportándose de la misma forma, lógicamente la crisis no dejará de visitarnos, y cada vez más seguido.

La pregunta que todos nos hacemos es: ¿por qué? Cómo puede ser que un país que no sufre catástrofes naturales, no tiene guerras civiles ni grandes conflictos raciales, sociales o religiosos, sufra cada 10 años (o menos, últimamente) crisis económicas que parecen sumirlo en una profunda incertidumbre con respecto a su viabilidad.

El cambio de Gobierno a finales de 2015, que terminó con 12 años de kirchnerismo, hizo que muchos vieran en la figura del presidente Mauricio Macri el aire fresco que necesitaba el país para dejar atrás el populismo. Pero casi tres años después, estamos igual o peor. Y siempre surge la misma pregunta: ¿por qué? Y la respuesta también es la misma: porque nada cambió. El Gobierno de Macri pensó que con algunas modificaciones graduales o gradualismo, como les gusta llamarlo, las cosas se irían encaminando solas. Al asumir la presidencia, el presidente prefirió no hablar de la pesada herencia que recibía para no desanimar a la población, algo así como que el médico no le diga al paciente un diagnóstico negativo para que no se deprima.

Foto: Mauricio Macri a su llegada a un colegio electoral en Buenos Aires el día en que ganó las elecciones. (Reuters)

El Gobierno pensó que con el cambio de aire los capitales extranjeros llegarían masivamente al país, con el fin de ser invertidos en proyectos de infraestructura de largo aliento, lo cual sería suficiente para que se produjera un efecto derrame hacia el resto de la economía y la población. Esto nunca sucedió porque todo lo demás siguió como estaba hasta ese momento, es decir, un enorme gasto público, una presión impositiva agobiante y un déficit fiscal gigante. Dadas estas circunstancias, la crisis no solo no debería sorprendernos sino que es el resultado lógico de la acción o falta de acción del Gobierno.

La economía no se mueve bajo el influjo de las buenas intenciones y las buenas ondas, sino por los incentivos económicos precisos que generen confianza a largo plazo. Así como se destruyó el país en medio siglo, también tomará muchos años recuperarlo. La decadencia no es solo económica, sino social y política. El desapego a las normas es quizás el principal flagelo que sufre la república.

Dadas estas circunstancias, la crisis no solo no debería sorprendernos sino que es el resultado lógico de la acción o falta de acción del Gobierno

Las causas del fracaso argentino no son producto de este Gobierno, en todo caso lo que hizo Macri fue haber dejado todo como estaba cuando asumió la presidencia. Ya a mediados del siglo XIX, el pensador liberal Juan Bautista Alberdi decía que los argentinos producíamos como africanos y consumíamos como europeos. Y si bien gracias al influjo de las ideas liberales el país logró convertirse en uno de los más prósperos del mundo a comienzos del siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial decidió alejarse de ese modelo creador de riqueza para adoptar uno de corte nacionalista-estatista, el cual nos sumergió en siete décadas de decadencia.

Foto: La cotización del dólar en Argentina cede tras la fuerte subida del jueves. (EFE)

Para poner en números el andar errático del país, veamos qué nos dice en su última columna de 'La Nación' Jorge Fernández Díaz, quien señala que desde 1960 en adelante Argentina fue uno de los países que menos crecieron en el mundo, además de tener al menos 10 grandes crisis económicas, con un promedio de inflación en los últimos 50 años del 173% anual. Todo esto se debió a que la economía argentina está entre las más cerradas y reguladas del planeta; con un gasto público que pasó de un promedio del 26% de su PIB en las últimas seis décadas a un 42% en la década kirchnerista. Todo este despilfarro se financió con deuda, emisión monetaria y una creciente presión tributaria. Eso sí, el consumo de los argentinos se mantuvo en niveles porcentuales más altos que el de los europeos, si lo comparamos con lo que produce cada sociedad.

La crisis de agosto

Teniendo en cuenta estos antecedentes y el gradualismo empleado por el Gobierno de Macri, no es de extrañar que más temprano que tarde estallara la crisis cambiaria, esta vez impulsada por los acontecimientos internacionales que afectaron a algunos países de Europa y de América, así como la guerra comercial desatada entre Estados Unidos, China y Rusia. Claro que esto último vendría a ser solo un condimento para el caso argentino.

El fondo de la cuestión es que Argentina debe hacer una restructuración macroeconómica si quiere salir adelante; de lo contrario, seguirá penando como hasta ahora. ¿En qué consiste la reforma?, en terminar con el déficit presupuestario. Nadie puede vivir gastando más de lo que genera, salvo por un corto periodo. El Gobierno de Macri, en minoría en el Parlamento, consideró que hacer un recorte del gasto público limitaría sus opciones de gobernabilidad, de modo que optó por financiarse con la emisión de títulos públicos que, por la condiciones que mencionamos anteriormente, deben ofrecer una alta tasa de interés para hacerlos atractivos a los posibles compradores. Así, mientras el dinero fluyó hacia esos títulos, el Gobierno pudo mantener el gasto, los subsidios y el asistencialismo. Con esto compró tiempo, pero no hizo ninguna reducción del gasto, ni tampoco bajó la pesada carga impositiva que hace prácticamente inviable cualquier tipo de inversión productiva, razón por la cual solo llegan al país los capitales especulativos destinados a los títulos públicos.

Foto: El presidente de Argentina, Mauricio Macri. (EFE)

La crisis cambiaria de las últimas semanas se disparó por la inestabilidad económica internacional, ante la cual varios tenedores de títulos públicos decidieron resguardarse vendiendo sus títulos para pasarse al, más confiable y seguro, dólar. Cuando llegó el momento de la renovación de estos títulos, los tenedores decidieron venderlos y recibir dólares, lo cual disparó la cotización del dólar contra el peso, pasando de 28 por unidad de la moneda americana a casi 40 en poco más de una semana. Todo esto generó una fuerte incertidumbre en la economía, al tiempo que elevó aún más la tasa de inflación, ya que muchos de los insumos para la industria y el transporte son importados, lo cual lleva la estimación anual de inflación a cerca del 42%.

La salida

El problema que enfrentamos los argentinos no es solo económico, sino que es político y cultural. Para terminar con las crisis recurrentes, hay que ordenar la economía, y, para ello, hay que hacerlo primero con la política y la sociedad. Un país que no reconoce las normas ni los límites nunca podrá estar ordenado, y sin orden no hay posibilidad de crecimiento. Cuando no se reconocen los derechos de propiedad y la libertad individual, no hay inversiones ni proyectos a largo plazo.

Para terminar con las crisis recurrentes, hay que ordenar la economía, y, para ello, hay que hacerlo primero con la política y la sociedad

Los argentinos creen que el Estado debe proveer todo: trabajo, salud, vivienda, entretenimiento, seguridad, etc. No terminamos de entender que hay alguien que siempre debe pagar todo eso. El Estado por sí mismo no crea riqueza, sino que la redistribuye a través de los impuestos y el gasto público (por cierto, de manera muy ineficiente). Cuando los que generan riqueza son cada vez menos y los que piden son cada vez más, el resultado es lo que sucede en Argentina. El artilugio de vivir de los demás, ya sea vía impuestos o deuda, o por medio de emisión descontrolada, nunca lleva a buen puerto; y menos si se hace de manera sistemática durante muchas décadas.

El Estado por sí mismo no crea riqueza, sino que la redistribuye a través de impuestos y gasto público

Ojalá que, como dijo el presidente Macri en su alocución del lunes 3 de septiembre, esta vez hayamos tomado nota y asumamos que para crecer hay que cambiar. No se puede seguir haciendo siempre lo mismo y esperar resultados diferentes, ni mucho menos seguir echándole la culpa al resto del mundo por nuestro fracaso. Un cambio efectivo requiere desarmar el entramado de estatismo, clientelismo y corrupción que se construyó en los últimos 50 años. Esto, lógicamente, no se conseguirá de un día para otro.

Los tiempos políticos y sociales son más largos de los que demandan las circunstancias actuales. De todos modos, no es menos cierto que un día hay que comenzar. Quizás el escándalo de la corrupción del Gobierno kirchnerista desatado en el último mes pueda servir como parteaguas para desandar un camino que nos convierta en país confiable y previsible. Solo así llegarán las inversiones y podremos aspirar a un futuro mejor.

*Alejandro Gómez, profesor de Historia Económica en la Universidad del CEMA.

Desde finales del mes de agosto, Argentina parece haber vuelto a un viejo amor: la crisis económica. Es como un tango que se repite una y otra vez. El país parece no escarmentar. Aun cuando se cambien los gobiernos, la crisis siempre regresa. Esto no sucede por casualidad; si quienes rigen los destinos del país siguen comportándose de la misma forma, lógicamente la crisis no dejará de visitarnos, y cada vez más seguido.

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