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Por qué China no es un socio comercial fiable para España

Diversos informes demuestran que detrás de los lazos económicos con el Gigante Asiático se ocultan intenciones de dominio político y de influencia geoestratégica global

Foto: El presidente del Gobierno Pedro Sánchez, y el presidente chino Xi Jinping, durante su reunión en el Palacio de la Moncloa. (EFE)
El presidente del Gobierno Pedro Sánchez, y el presidente chino Xi Jinping, durante su reunión en el Palacio de la Moncloa. (EFE)

El presidente chino, Xi Jinping, se encuentra de visita oficial en nuestro país para estrechar relaciones económicas y estratégicas, con la vista puesta en la incorporación de España a la nueva Ruta de la Seda (Belt & Road Initiative, BRI). El objetivo de este macroproyecto es expandir la influencia global de China y controlar las principales rutas del comercio mundial, ligando Oriente y Occidente a través de la más amplia red de infraestructuras terrestres y marítimas impulsadas por un Estado en todos los tiempos.

A pesar de haberse asegurado su permanencia vitalicia en el poder, de penetrar en los medios de comunicación nacionales e internacionales, de sofocar la libertad de expresión en la red a través de métodos totalitarios, de asfixiar el activismo prodemocracia dentro y fuera del continente, de mantener un sistema de detención extrajudicial que incluye la desaparición y la tortura de disidentes, de desobedecer las sentencias de los tribunales sobre el Mar de China meridional, y de violar flagrantemente sus compromisos internacionales en Hong Kong, el presidente Xi ha sido recibido con agasajos. Sólo la ignorancia del grueso de la sociedad española y los intereses de las élites económico-políticas pueden explicar tal recibimiento.

El elegante aplomo de quien poco a poco se va perfilando como el nuevo líder de la globalización contrasta tanto con los vulgares modales de Donald Trump y su viraje proteccionista, que gran parte del mundo se está dejando seducir. En un planeta despedazado por populismos, radicalismos y fanatismos de toda índole, la figura de Xi parece el principal baluarte mundial de la estabilidad política y la solvencia económica.

China obtiene acceso a instituciones educativas, medios y recursos estratégicos a través de la cooptación de las élites en los países sobre los que ejerce influencia

Ahora bien, conviene preguntarse si China es un socio comercial fiable. Y saber que tras sus inversiones se ocultan intenciones de dominio político y de influencia geoestratégica global, lo que explica la renuencia de países como Alemania, Reino Unido, Australia y Japón a incorporarse de lleno a la Road & Belt Initiative. Numerosas investigaciones académicas y varios recientes informes internacionales corroboran con evidencias tal suspicacia.

En junio de 2016, la Comisión de Derechos Humanos del partido conservador británico daba a conocer un dossier titulado "El momento más oscuro: la represión de los derechos humanos en China 2013-2016". Para sorpresa de los votantes de izquierdas, los 'tories' lamentaban aquí que el Reino Unido hubiera priorizado los intereses económicos frente a las consideraciones éticas durante la visita de Xi Jinping en octubre de 2015, cuando se firmaron acuerdos comerciales por valor de 40.000 millones de libras: “Somos conscientes de la importancia que tiene la relación con China (…), pero para ser un socio fiable, el país debe convertirse en un auténtico Estado de Derecho y someterse al imperio de la Ley. (…) Las violaciones de derechos fundamentales no constituyen un tema menor. Discrepamos profundamente de quienes anteponen los intereses económicos y la creación de empleo a otro tipo de consideraciones”.

Lo más interesante de esta argumentación es que arroja luz sobre la escasa fiabilidad comercial de un país como China, que no respeta los tratados internacionales y que vulnera los derechos más básicos de sus ciudadanos a pesar de reconocerlos formalmente en su propia constitución.

Un año después del informe británico, en diciembre de 2017, se publicaron dos documentos significativos. El primero de ellos, a cargo de la Comisión Ejecutiva del Congreso de Estados Unidos, recaba testimonios de expertos y protagonistas directos de lo que significa El largo brazo de China: La exportación del autoritarismo con características chinas. “El Gobierno chino está desplegando operaciones de influencia en el extranjero, en sociedades libres de todo el mundo, con el fin de censurar los debates y silenciar las críticas sobre la historia de China y su política de derechos humanos, intimidando a quienes se oponen a sus medidas represivas” –afirma el senador Marco Rubio en el prólogo.

El segundo documento, publicado por la National Endowment for Democracy en las mismas fechas trata sobre ‘Sharp Power’: El ascenso de la influencia autoritaria. En él se examina el ascendiente chino y ruso sobre las jóvenes democracias en Europa oriental y Latinoamérica, con el propósito de “horadar, penetrar o perforar los ámbitos de la información y la política”, manipulando y distorsionando las narrativas públicas a favor de sus intereses. Esta nueva expresión de poder, que va más allá del tradicional soft power, incluye injerencias ilegítimas en los sistemas parlamentarios -como las recientemente vividas en Hong Kong, Australia y Nueva Zelanda-, campañas propagandísticas coordinadas desde el poder –como las que realiza el United Front-, la vigilancia y amenazas a periodistas críticos –como el fundador de Hong Kong Watch, Benedict Rogers-, y la cooptación de las elites intelectuales, empresariales y políticas a través del denominado “China Factor”.

placeholder El presidente chino Xi Jinping, recibe de mano de la alcaldesa Manuela Carmena la Llave de Oro de Madrid. (EFE)
El presidente chino Xi Jinping, recibe de mano de la alcaldesa Manuela Carmena la Llave de Oro de Madrid. (EFE)

Durante los últimos años, el impacto del factor China en la ecuación española no sólo se ha traducido en la fiebre inversora del Gigante Asiático –particularmente en Madrid, Cataluña y Galicia-, sino también en otras evidencias que confirman nuestros temores. Entre ellas, la reciente censura de una actividad académica sobre Taiwán en la Universidad de Salamanca, la suspensión de una rueda de prensa en Sevilla ante una pregunta incómoda para el embajador chino, o el seminario que ha antecedido a la actual visita del presidente Xi. Basta conocer su temática y saber que al evento han sido invitadas 200 figuras políticas y económicas –entre ellas Javier Solana, prologuista de los sucesivos informes de ESADE sobre la inversión china en España-, para ver justificadas nuestras sospechas. Éstas se intensifican al leer que los medios pro-régimen 'Xinhua' y 'Global Times' han valorado positivamente la iniciativa.

Es cada vez más patente que detrás de las inversiones del Gigante Oriental se encuentra mucho más que intereses económicos. China trata de ganar apoyo para la agenda política y las ambiciones materiales del régimen y del partido que lo controla, obteniendo acceso a instituciones educativas, medios de información y recursos estratégicos a través de la cooptación de las élites en los países sobre los que ejerce influencia.

El pasado mes de mayo, los servicios canadienses de inteligencia y seguridad publicaban al respecto un elocuente informe. Bajo el lema 'Repensar la seguridad: China y la era de la rivalidad estratégica', se denuncia la creciente opacidad de la potencia oriental, sus ambiciones extrarregionales a través de la nueva Ruta de la Seda, el diseño de una nueva arquitectura financiera global favorable a sus intereses y el despliegue de un sofisticado instrumental tecnológico destinado a la ciberguerra y el control de los big data.

Además se analizan las injerencias de China sobre los sistemas democráticos, profundizando en el ya mencionado caso de Nueva Zelanda, donde Pekín ha llevado a cabo una agresiva estrategia dirigida a influir en la toma de decisiones políticas, lograr ventajas comerciales y empresariales de modo ilícito, suprimir las críticas, facilitar el espionaje y ejercer poder sobre los migrantes de origen chino. “Los esfuerzos de China menoscaban la integridad del sistema político neozelandés, amenazan su soberanía nacional y afectan directamente a los derechos de su ciudadanía en materia de libertad de expresión, asociación y religión” –advierten los autores del documento.

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De todos estos elementos de juicio derivan claras enseñanzas para el conjunto de países democráticos, incluida España. A través de sus inversiones y relaciones comerciales China promueve todo un cambio de paradigma que ya ha empezado a afectar a nuestra legislación, a nuestro escenario político, a nuestros derechos y libertades, a nuestro trabajo académico, a nuestra convivencia. El Coloso Oriental antepone la colectividad al individuo, conculca los derechos humanos bajo pretexto del derecho al desarrollo material, aboga por un tipo de “democracia” similar a la que en su tiempo exhibió la llamada República Democrática Alemana, y silencia las voces críticas alegando una diferencia cultural cuya legitimidad se esfuma como una tosca falacia cuando se aprecia la democracia liberal pluripartidista en un país culturalmente chino como es Taiwán.

Si no nos dejamos seducir por la retórica del presidente Xi sobre “el tintineo de campanillas de camellos” para revitalizar la antigua Ruta de la Seda, la Historia nos demostrará que nos encontramos en el umbral de una nueva era “post-occidental” donde no sólo se está desplazando el eje del mundo, sino también los valores ético-políticos que hasta ahora han sustentado su legitimidad.

El presidente chino, Xi Jinping, se encuentra de visita oficial en nuestro país para estrechar relaciones económicas y estratégicas, con la vista puesta en la incorporación de España a la nueva Ruta de la Seda (Belt & Road Initiative, BRI). El objetivo de este macroproyecto es expandir la influencia global de China y controlar las principales rutas del comercio mundial, ligando Oriente y Occidente a través de la más amplia red de infraestructuras terrestres y marítimas impulsadas por un Estado en todos los tiempos.

Xi Jinping