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Deja de hablar de la izquierda: la crisis más amenazante está en el centroderecha
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Ramón González Férriz

Deja de hablar de la izquierda: la crisis más amenazante está en el centroderecha

Con demasiada frecuencia hemos tendido a culpar del auge de la derecha autoritaria a la desorientación de la izquierda. Pero la derecha tradicional ha dado paso a fuerzas más peligrosas

Foto: Angela Merkel. (Reuters)
Angela Merkel. (Reuters)

Desde hace más de una década, nos hemos acostumbrado a darle vueltas a la crisis de la izquierda tradicional europea. Con razón. La crisis financiera de 2008 hizo evidente hasta qué punto muchas de las cosas que, desde la tercera vía de Blair y Schroder, había abrazado la socialdemocracia ―la globalización, la financiarización de la economía, las reglas fiscales del euro― podían salir mal.

Hay centenares de libros y miles de artículos que, incluso desde la propia izquierda moderada, afirman que el viejo credo obrerista europeo está en crisis y que debe renovarse antes de que, desde fuera de la izquierda, se le encuentre un sustituto. O incluso desde dentro, mediante el nuevo énfasis identitario que tienta a unas izquierdas que han perdido la capacidad de desarrollar políticas económicas con un impacto equivalente a las que llevaron a cabo hace medio siglo.

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Pero, en este tiempo, ¿qué ha pasado con la derecha europea? Aunque le hayamos prestado mucha menos atención, su crisis es de unas proporciones comparables a la de los socialdemócratas. Podemos llamar a su ideología democracia cristiana, conservadurismo, ordoliberalismo ―la doctrina económica alemana que, a mediados del siglo XX, defendió una economía social de mercado con fuertes elementos morales― o de cualquier otra forma más imaginativa, pero es un hecho que hoy se encuentra amenazada.

Podemos llamar a su ideología democracia cristiana, conservadurismo, ordoliberalismo, pero es un hecho que hoy se encuentra amenazada

La derecha sufre una decadencia sostenida y, aparentemente, sus ideas tradicionales ―una mezcla de mercado y estado del bienestar, cristianismo pragmático y cierto cosmopolitismo apegado al humanismo europeo― y sus formas relativamente moderadas ya no resultan convincentes en los nuevos tiempos de la poscrisis financiera y de los refugiados.

En Alemania sigue gobernando la derecha tradicional mediante una gran coalición con los socialdemócratas, que tiene precedentes en los años sesenta del siglo pasado, y que la ancla al centrismo. Mientras, Alternativa para Alemania, una fuerza de derecha dura cuyo origen se encuentra en la oposición a la mutualización de la deuda europea y el rescate de Grecia, la empuja hacia la derecha.

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En Austria, el tradicional partido conservador gobierna con la derecha autoritaria, aunque eso no sea una novedad, sino la repetición de un pacto que ya se produjo en los años noventa. Hungría y Polonia, dos países en los que la tensión entre el liberalismo y el nacionalismo se remonta a la caída del comunismo, siguen caminando hacia una democracia iliberal cuyos elementos representativos carecen de verdaderos contrapesos.

A tal punto, que el Partido Popular Europeo está planteándose expulsar de la familia democristiana europea a Fidesz, el partido gobernante en Hungría, por sus excesos antiliberales. En Italia, la derecha tradicional ―la política italiana es tan extraña que Berlusconi representa a la derecha tradicional― es ya un testigo en declive del auge de la Liga. En Reino Unido, el partido conservador está incubando en su interior un nuevo partido, el de los brexiters radicales que se reúnen en un supuesto grupo de estudios, el European Research Group.

En Reino Unido, el partido conservador está incubando en su interior una nueva formación, la de los brexiters radicales

De ellos, decía el 'The Economist' de esta semana que “afirman ser conservadores, pero de hecho son lo más parecido a los ‘sans culottes’ que ha producido jamás Reino Unido”; unos rebeldes nacionalistas que ven el Brexit como la oportunidad ideal para bajar los impuestos a las finanzas y hacer de Londres la Singapur de Occidente. En España, veremos en qué medida el tosco conservadurismo a caballo de Vox atrae al PP, al tiempo que aleja a Ciudadanos de la posibilidad de pactar con el centro izquierda. En el caso francés, les reto a que nombren al líder de los Republicanos, el viejo partido gaullista, sin recurrir a Google.

Todo esto es la señal de que los viejos alineamientos ideológicos conservadores han dejado de funcionar. La amalgama de políticas económicas promercado y una retórica meritocrática pero con un fuerte instinto estatalista, junto con el voto rural, el patriotismo constitucional con leves dejes nacionalistas, un europeísmo que no es ajeno al cristianismo, la disciplina fiscal y un cierto liberalismo moral resignado a las victorias de la izquierda en ese campo, puede llegar a convertirse en una opción residual ante nuevas opciones que, por ejemplo, vuelvan a la vieja derecha antimercado.

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Con demasiada frecuencia, hemos tendido a culpar del auge de la derecha autoritaria a la desorientación de la izquierda, y sin duda hay datos que refrendan cómo ―por ejemplo, en zonas desindustrializadas de Francia― muchos antiguos votantes de izquierdas se han pasado a opciones antisistema, como Agrupación Nacional (nombre que adoptó el Frente Nacional de Marine Le Pen el año pasado). Pero ha sido también la derecha tradicional quien, ante la progresiva inadecuación de sus bases ideológicas, ha dado paso a fuerzas y tendencias mucho más desestabilizadoras y peligrosas para las libertades individuales, a las que ahora parece tentada de emular.

Ha sido también la derecha tradicional quien, ante la inadecuación de sus bases ideológicas, ha dado paso a fuerzas más desestabilizadoras

La pregunta es, ¿no hay más opción de reforma para la derecha que virar hacia el nacionalismo? ¿Volverse hacia el proteccionismo, el rechazo frontal a la inmigración y la adopción de unas políticas de la identidad basadas en la supuesta amenaza al cristianismo, la masculinidad y la cultura nacional? Lamentablemente, por el momento no se ve la manera de reconstruir la derecha sin todo eso.

Pero no queda otra opción que insistirle a la vieja democracia cristiana, al viejo liberalismo conservador, que intenten no renunciar a su apertura y pragmatismo tradicionales, a su capacidad de hibridación y de tolerancia a la influencia, si no queremos que la crisis de la socialdemocracia parezca poca cosa comparada con esta.

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Quizá la expulsión de Fidesz del Partido Popular Europeo sea la señal de que la vieja derecha continuará fiel a sus principios. También será una pista saber si, después de las elecciones de mayo al Parlamento Europeo, el centro derecha mantiene su alianza con los socialdemócratas o la abandona para probar nuevos acuerdos. Sea como sea, será imposible no escuchar los crujidos que hará la derecha tradicional mientras intenta encontrar una nueva y necesaria configuración.

Desde hace más de una década, nos hemos acostumbrado a darle vueltas a la crisis de la izquierda tradicional europea. Con razón. La crisis financiera de 2008 hizo evidente hasta qué punto muchas de las cosas que, desde la tercera vía de Blair y Schroder, había abrazado la socialdemocracia ―la globalización, la financiarización de la economía, las reglas fiscales del euro― podían salir mal.

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