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Antonio García Maldonado

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El factor Johnson

Boris Johnson, actual primer ministro de Reino Unido, obcecado contra su propio Parlamento en sacar a cualquier precio a su país de la UE, es un caso digno de estudio

Foto: El primer ministro británico, Boris Johnson. (EFE)
El primer ministro británico, Boris Johnson. (EFE)

La reciente cumbre del G7 en Biarritz, Francia, nos ha dejado un importante recordatorio. El éxito de lo que, hasta hace apenas unos días, se tenía como un inútil aquelarre de melancólicos del poder del siglo XX, se ha debido a muchas razones, pero ha destacado una: la inteligencia con la que Macron y su equipo han sabido interpretar la psicología de Trump y amoldar a ella los objetivos que Francia se había marcado. Más allá de los resultados a medio y largo plazo de esta cumbre en relación al cambio climático, el acuerdo nuclear con Irán o las guerras comerciales, el mero hecho de que se hable de éxito francés es, en diplomacia —donde la imagen del poder que se proyecta es casi igual de importante que el poder real que se tiene—, suficiente para que lo sea.

Foto: El primer ministro británico, Boris Johnson. (Reuters)

La psicología del 'dramatis personae' de la política ha sido un asunto aparentemente secundario en el análisis público e inmediato de la realidad, aunque estuviera más presente en las interpretaciones retrospectivas en forma de ensayos o biografías. Por supuesto, ni la diplomacia ni otros organismos de los Estados han dejado nunca de tener en cuenta los perfiles personales del poder, pero ha tendido a primar la mirada estructural. Y es lógico que así fuera, porque desde el final de la Segunda Guerra Mundial nos sentíamos razonablemente confortados por un andamiaje institucional sólido y razonablemente eficaz, llamado a poner límites a los caprichos personalistas. Confiábamos en que había movimientos de fondo —intereses, ideologías, religiones, etc.— mucho más preponderantes que el libro rojo, verde o azul de cualquier líder inspirado.

La faceta de periodista y escritor del actual 'premier' puede servir para interpretar mejor al líder conservador

Pero con la crisis económica primero y de la democracia liberal después, y tras la llegada de los así llamados "hombres fuertes", parece haber vuelto la importancia de la interpretación del carácter en el análisis político. Con Trump en la Casa Blanca, confiar en los legendarios 'checks and balances' de su sistema institucional es importante, pero claramente insuficiente. Qué decir de Putin, Erdogan y tantos otros, sin contrapesos libres para ejercer de tales.

Boris Johnson, actual primer ministro de Reino Unido, obcecado contra su propio Parlamento en sacar a cualquier precio a su país de la UE, es un caso digno de estudio.

Ya se ha hablado mucho de la psicología de la élite británica, de esos hijos de acaudalados lores, terratenientes o empresarios que estudian en Eton, Oxford o Cambridge y juegan a sentirse heterodoxos en su forma 'old fashion' de vestir o peinarse, en su imprevisibilidad política, en sus excentricidades públicas. Johnson o su compañero Jacob Rees-Mogg son claros exponentes de este grupo.

placeholder El 'premier' británico, Boris Johnson. (EFE)
El 'premier' británico, Boris Johnson. (EFE)

La faceta de periodista y escritor del actual 'premier' puede servir para interpretar mejor al líder conservador. La inmediatez del periodismo está más condicionada por los humores cotidianos, pero los libros —donde uno revela y vuelca sus intereses más profundos— nos pueden dar mejores pistas sobre quién es realmente. Y volver a la biografía que Johnson escribió de su predecesor Winston Churchill —publicada en 2014, cuando era alcalde de Londres— quizá nos diga algo importante de la persona con la que negocian nuestros representantes para evitar males mayores. Y es que, a lo largo del libro, es difícil no sentir que Johnson no solo se siente reconocido en Churchill, sino que lo tiene, de alguna forma, como espejo. Cuesta creer que no está aquí describiéndose a sí mismo, o a quien quisiera llegar a ser algún día: "Era un tipo excéntrico, excesivo, anticuado, exagerado, vestía ropa de su propia marca y era un genio total".

Johnson también defiende en el libro algo muy arraigado en el pensamiento anglosajón, la meritocracia y los esfuerzos individuales: "Él es el resonante mentís humano a todos los historiadores marxistas para quienes la Historia es un relato de vastas e impersonales fuerzas económicas. Lo que plantea el factor Churchill es que un solo hombre puede marcar toda la diferencia". Por eso, han abundado en la historiografía británica de la Segunda Guerra Mundial libros que sobredimensionaban las gestas individuales frente al esfuerzo colectivo. El subtítulo del libro de Johnson es elocuente: "Un solo hombre cambió el rumbo de la historia". Similar al enfoque y las tesis defendidas, entre otros, por el historiador británico Paul Kennedy en 'Ingenieros de la victoria: los hombres que cambiaron el destino de la Segunda Guerra Mundial'.

Johnson parece horrorizado ante la idea de que el día de mañana algún británico pregunte por él y le hablen de un champú o de un jugador de baloncesto

Dice Johnson que "Churchill sigue contando para nosotros porque fue quien salvó nuestra civilización. Y lo más importante es que solo él pudo hacerlo". (Y en la cabeza del lector resuena un "Johnson sigue contando para nosotros porque fue quien salvó nuestra civilización de los males de la burocracia comunitaria. Y lo más importante es que solo él pudo hacerlo") Porque "contra viento y marea, había llevado a mi país a la victoria sobre una de las tiranías más repugnantes que el mundo había visto". La UE no es una tiranía, pero igualmente les resulta repugnante a los 'brexiteers'.

Cuenta el actual primer ministro en la introducción que se decidió a escribir el libro cuando (en un aeropuerto situado en Oriente Próximo que no llega a identificar) probó a ver si el tendero que le atendía conocía a Churchill y este le respondió con un gesto de ignorarlo diciendo: "¿Chárchal?". Johnson parece horrorizado ante la posibilidad de que el día de mañana, algún británico hoy infante o no nacido aún, llegue a una estación de tren, pregunte por Johnson y le hablen de un champú o de un mítico jugador de baloncesto. A todos nos importa el qué dirán y lo que se dirá, y nadie ignora el papel que esto juega en la política. Pero en la dosis está el veneno, como nos recuerda Paracelso. Escribe Johnson: "El carácter es el destino, dijeron los griegos, y estoy de acuerdo. Si ello es así, entonces lo más profundo y fascinante será averiguar qué constituye el carácter". Él lo hizo con Churchill, y a los demás nos va a tocar hacerlo con él.

La reciente cumbre del G7 en Biarritz, Francia, nos ha dejado un importante recordatorio. El éxito de lo que, hasta hace apenas unos días, se tenía como un inútil aquelarre de melancólicos del poder del siglo XX, se ha debido a muchas razones, pero ha destacado una: la inteligencia con la que Macron y su equipo han sabido interpretar la psicología de Trump y amoldar a ella los objetivos que Francia se había marcado. Más allá de los resultados a medio y largo plazo de esta cumbre en relación al cambio climático, el acuerdo nuclear con Irán o las guerras comerciales, el mero hecho de que se hable de éxito francés es, en diplomacia —donde la imagen del poder que se proyecta es casi igual de importante que el poder real que se tiene—, suficiente para que lo sea.

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