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Berlín: el muro que terminó siendo puente

Treinta años después de ver caer el muro, y en parte gracias a ello, celebramos que la Unión Europea continúa hoy construyendo puentes

Foto: Imagen del 9 de noviembre de 1989: un grupo de personas cruza el muro de Berlín. (Reuters)
Imagen del 9 de noviembre de 1989: un grupo de personas cruza el muro de Berlín. (Reuters)

Reconozco que he sido una chica con suerte. La que tuvimos todos los del 77 al nacer en un país al tiempo que su democracia. Doce años más tarde, aún transitaba por los últimos senderos de una infancia feliz. No recuerdo haber visto las noticias, pero sí la emoción en la cara de mi profesora Sofía aquel noviembre: "Acordaos bien de este día", insistió. "Figurará en todos los libros de Historia".

Aquel 9 de noviembre de 1989 se puso fin a 28 años, 2 meses y 7 días de un bloqueo que dividía una ciudad —y parte del mundo— en dos mitades: la tierra de la democracia y la libertad de aquella otra región encapsulada donde la mayoría anhelaba no estarlo. El muro fue mucho más que Berlín. Aquella cicatriz de 155 kilómetros y 3,6 metros de alto desfiguró largo tiempo la cara de Europa: por eso la recuperación solo llegó gracias al coraje paralelo de miles de ciudadanos y familias de diferentes países del Este. Antes de que Berlín saltara a los telediarios españoles, vimos irrumpir el movimiento Solidarność en Polonia y asistimos, asombrados, a esa llamada del "picnic paneuropeo" en el borde de Hungría y Austria, aquel 19 de agosto del 89. ¿Quién podía imaginar que la primera grieta en el telón de acero no surgiría de un conflicto armado, sino de una inocente merienda campestre? Pero, precisamente, eso fue lo que pasó hace tres décadas en aquel trozo de frontera, que cedió a las demandas insistentes de la gente y se abrió durante varias horas sin que nadie disparara a los que cruzaban, anunciando la recta final de la Guerra Fría.

La magia del 30 aniversario que conmemoramos, el milagro de aquel 9 de noviembre, no fue comprobar la desintegración de una Unión Soviética en un proceso que ya se antojaba inevitable. Fue ver en la televisión una revolución pacífica donde los que hacían historia en primera línea no eran políticos, ni militares, sino un montón de gente corriente clamando por recuperar su libertad de movimiento.

Después de la caída del muro de Berlín, el reencuentro entre Alemania Oriental y Occidental se convirtió en un obvio siguiente paso. El Parlamento Europeo fue la primera institución internacional en crear un comité especial para analizar el posible impacto de la reunificación. Así, el mundo fue testigo de aquella vibrante sesión formal en la Eurocámara, con la intervención de los presidentes Helmut Kohl y François Mitterrand ese mismo 22 de noviembre. Presidía por cierto la Institución el joven español Enrique Barón.

"Fue uno de esos raros momentos que nos regala la Historia, cuando varias sociedades trabajan codo con codo en un proyecto por la paz y la unidad"

Siguieron semanas difíciles y nada previsibles, que terminaron convirtiéndose en uno de esos raros momentos que nos regala la Historia cuando permite a varias sociedades del mundo trabajar codo con codo en un proyecto por la paz, la unidad y la reconciliación. Europa hoy no se entiende sin aquellos esfuerzos y los que siguieron en las sucesivas ampliaciones al Este de 2004, 2007 y 2013.

Treinta años después de ver caer el muro, y en parte gracias a ello, celebramos que la UE continúa hoy construyendo puentes, financiando carreteras e infraestructuras, permitiendo la movilidad entre Estados sin frontera y defendiendo los derechos y libertades de una ciudadanía de 500 millones de personas.

En pleno siglo XXI, la memoria sigue siendo corta. Y, cuando las crisis económicas y los efectos negativos de una globalización a veces desordenada ha supuesto el caldo de cultivo para populismos y partidos euroescépticos en esos mismos países de Europa, vemos con especial tristeza el primer proceso "a contracorriente" de la unificación europea: el Brexit.

Desde el respeto a una decisión ya asumida, no se me ocurre otro ejemplo en la Historia donde un país se haya autoimpuesto mayor castigo como nación que navegar solo en este mar globalizado. La realidad es que vivimos en un mundo no menos complejo que el que protagonizó la Guerra Fría. Aunque el campo de batalla se desplace al terreno comercial, al juego de aranceles, al tráfico y gestión de datos... Las actuales relaciones entre EEUU, Rusia o China y sus efectos sobre la UE no nos permiten relajarnos. Avancemos, el resto de Europa, en unidad, en paz, en concordia. Con apertura de miras y respuestas aún más concretas a los problemas concretos de la gente. Ese será el próximo reto de Europa: resolver problemas globales (cambio climático, despoblación, gestión de la inmigración, ciberseguridad, empleo) en sociedades que demandan soluciones locales.

*María Andrés Marín es la directora de la Oficina del Parlamento Europeo en España.

Reconozco que he sido una chica con suerte. La que tuvimos todos los del 77 al nacer en un país al tiempo que su democracia. Doce años más tarde, aún transitaba por los últimos senderos de una infancia feliz. No recuerdo haber visto las noticias, pero sí la emoción en la cara de mi profesora Sofía aquel noviembre: "Acordaos bien de este día", insistió. "Figurará en todos los libros de Historia".

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