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El suicidio de Corbyn o por qué radicalizar la izquierda es sinónimo de perder elecciones
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Ramón González Férriz

El suicidio de Corbyn o por qué radicalizar la izquierda es sinónimo de perder elecciones

La historia ya había avisado a los laboristas: radicalizar su programa hacia la izquierda les había dado su peor derrota desde la II Guerra Mundial. Corbyn ha batido el récord

Foto: El candidato laborista Jeremy Corbyn. (Reuters)
El candidato laborista Jeremy Corbyn. (Reuters)

En las elecciones británicas de 1983, el Partido Laborista presentó un largo programa electoral muy virado hacia la izquierda. Afirmaba que, de llegar al poder, eliminaría unilateralmente sus armas nucleares, subiría los impuestos para las rentas medias y altas, sacaría al país de la Comunidad Económica Europea y volvería a nacionalizar empresas ya privatizadas. Como es sabido, Margaret Thatcher ganó con holgura las elecciones. Gerald Kaufman, un diputado laborista que desde el principio pensó que aquello no podía funcionar, declaró más tarde que ese programa electoral había sido "la nota de suicidio más larga de la historia".

El resultado que Jeremy Corbyn logró ayer fue peor que el de 1983. De hecho, obtuvo el peor resultado para el Partido Laborista desde 1935. Su anticapitalismo, antisemitismo y su fascinación por los regímenes antiliberales y el pasado revolucionario han hecho de él un fracaso colosal en unas elecciones en las que un Partido Laborista centrado, que pudiera haber ganado a los conservadores de Boris Johnson, era más necesario que nunca. Frente al asunto político más divisorio en el país desde hace cincuenta años -el Brexit-, su único mensaje fue que, de ganar las elecciones, se repetiría el referéndum, pero el Partido Laborista se mantendría neutral. Él, viejo euroescéptico, se negó a decir en público cuál sería su voto.

Foto: Boris Johnson (Reuters)

Esa mezcla ideológica ha conseguido que incluso el llamado "muro rojo", la zona del norte de Inglaterra fielmente laborista y de añorado pasado industrial, se haya pasado a los conservadores, un partido al que allí se odiaba desde del desmantelamiento de su principal actividad económica en los años de Thatcher. No ha habido un Kaufman que pudiera lamentar la deriva del partido: prácticamente todos los críticos potenciales habían sido purgados, acusados de traidores y acosados en las redes sociales por corbynistas enfurecidos.

Frente a la caída de los laboristas, Boris Johnson obtuvo un resultado histórico. Es un político hábil, guasón, desmañado, que abusa de las mentiras más allá de lo habitual en la política estándar, que ha entendido los tiempos populistas y ha adoptado sus modos. Aunque en términos ideológicos siempre ha sido centrado, liberal y tolerante, y logró ser alcalde de Londres, la ciudad más progresista del país.

Fue un 'brexiter' sobrevenido, pero uno de sus lemas de campaña, 'Gret Brexit Done', algo así como "Acabar de una vez con el Brexit", ha tenido sentido entre una parte de la población que quiere pasar página. Naturalmente, eso no va a suceder: es probable que Reino Unido abandone la Unión Europea el próximo 31 de enero, pero la idea de que pueda tener firmado un acuerdo comercial con la UE el 31 de diciembre es bastante fantasioso, y es posible que las negociaciones duren mucho más.

Estado vasallo de la UE

Durante ese tiempo, Reino Unido sería una especie de Estado vasallo de la UE, que deberá asumir sus reglas pero no tendría derecho a contribuir a su elaboración. Pero con su campaña Johnson ha conseguido enterrar de una vez por todas la posibilidad no ya de que el europeísmo 'remainer' venciera, sino de que pueda continuar mínimamente articulado. Los liberales, el único partido que quería revertir el Brexit, también ha tenido un resultado pésimo. Los independentistas escoceses, partidarios de que Reino Unido siguiera en la UE, han logrado un éxito arrollador y, gracias al sistema electoral británico, han conseguido casi todos los escaños escoceses con algo menos de la mitad de los votos. Ya han afirmado que quieren un segundo referéndum de independencia. Johnson les ha dicho que ya lo celebraron, que lo perdieron y no habrá otro.

El Partido Conservador cambiará definitivamente su configuración ideológica. Ya ha abandonado la austeridad como doctrina económica central

El Partido Conservador, que estará en el poder los próximos cinco años, cambiará definitivamente su configuración ideológica. Ya ha abandonado la austeridad como doctrina económica central, ha afirmado que defenderá la configuración actual del sistema sanitario público y no hará recortes de políticas sociales. No está claro cómo pagará todo eso, pero en cualquier caso desaparecerán las viejas recetas 'thatcheristas'. No así la dureza en materia de seguridad y de inmigración.

Johnson no es Trump

Johnson no es Trump. En cierta medida ha roto con la tradición conservadora británica, pero en su excentricidad, frivolidad y esnobismo no deja de ser un heredero de algunos de sus rasgos centrales. En los tiempos de Brexit, su partido se ha contaminado de populismo, ha forzado la Constitución no escrita del país y hasta ha puesto en una situación difícil a la reina, pero los conservadores siempre han sido conocidos como el 'nasty party', el "partido sucio".

Es prematuro imaginar qué clase de acuerdo comercial buscará con la UE, al mismo tiempo que intenta firmar uno beneficioso con Estados Unidos, pero es dudoso que asuma la política de tintes autoritarios y racistas que ahora domina en algunos lugares de Estados Unidos y Europa del Este, como le acusan muchos de sus adversarios. El país seguirá en la OTAN, cooperará con la UE en materia de seguridad y, como cualquier país, a partir de ahora buscará sus intereses poniendo en segundo lugar a sus aliados, que seguirán siendo los mismos. El Brexit no será bueno para casi nadie, pero al menos se ha clarificado. Incluso quienes lo consideramos un capricho peligroso podemos desear que se lleve adelante de una vez por todas para poder cambiar de tema. Pero insisto en que para eso queda mucho tiempo.

Corbyn ha sido un líder nefasto cuyas dudas y nostalgias no han podido hacer nada contra la contundencia de Johnson

El laborismo tendrá cinco años para rehacerse. Corbyn ha sido un líder nefasto cuyas dudas y nostalgias no han podido hacer nada con la contundencia algo tiznada de demagogia de Johnson. Tony Blair fue el último líder laborista que logró ganar unas elecciones generales; su figura es hoy detestada por muchos laboristas por razones comprensibles. Pero la idea de que en los países ricos los partidos de izquierdas solo pueden ganar elecciones si viran hacia el centro sigue siendo tan cierta como cuando los laboristas lograron mayorías abrumadoras a finales de los noventa y principios de los dos mil. Los laboristas se han vuelto a suicidar. Los liberales tenían demasiadas expectativas. Los independentistas escoceses pueden meter a Reino Unido en una dinámica como la española si Johnson se niega a celebrar un nuevo referéndum. Pero por el momento, gana Johnson, ganan los conservadores, gana el 'nasty party'. Todo es viejo y todo es nuevo.

En las elecciones británicas de 1983, el Partido Laborista presentó un largo programa electoral muy virado hacia la izquierda. Afirmaba que, de llegar al poder, eliminaría unilateralmente sus armas nucleares, subiría los impuestos para las rentas medias y altas, sacaría al país de la Comunidad Económica Europea y volvería a nacionalizar empresas ya privatizadas. Como es sabido, Margaret Thatcher ganó con holgura las elecciones. Gerald Kaufman, un diputado laborista que desde el principio pensó que aquello no podía funcionar, declaró más tarde que ese programa electoral había sido "la nota de suicidio más larga de la historia".

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