Tribuna Internacional
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A Europa le habrían convenido unos años más de Trump
La presencia de Trump permitió forjar consensos que, en su ausencia, serán más difíciles de sostener. Su presencia funcionó como un acelerador de las tareas que la UE tenía pendientes
Uno de los lugares comunes más recurrentes entre quienes hacen política europea y quienes la comentamos es la frase de Jean Monnet según la cual "Europa se forjará en las crisis". Ha resultado ser cierta en muchas ocasiones: de no haber sido por la crisis cambiaria de principios de los años noventa, la crisis económica de 2008 o la actual crisis del coronavirus, muy probablemente no se habría fundado el euro ni se habrían logrado las cotas de unión de las que gozamos actualmente. Pero es una frase peligrosa: parece afirmar, también, que cuando las cosas vayan bien (si es que eso sucede algún día, en un futuro próximo), la Unión Europea se quedará parada.
Pero, a pesar de los riesgos, déjenme utilizarla una vez más: la mayor crisis inadvertida que ha sufrido la UE en estos cuatro últimos años, cuando apenas estaba saliendo de la crisis del euro, tiene nombre propio: Donald Trump. Trump inició una guerra comercial con la UE, animó a Boris Johnson a llevar a cabo un Brexit duro, amenazó con sacar Estados Unidos de la OTAN, se convirtió en el referente político de los líderes de los dos países que más hacen por quebrantar los valores fundacionales de la UE, Polonia y Hungría, intentó imponer a Europa sus criterios de uso de la tecnología y tonteó con el líder del adversario más próximo de la UE, Rusia.
Pero, una vez más, esa crisis 'forjó' Europa. Los países europeos no solo se comprometieron (de manera no muy creíble, ciertamente) a aumentar el gasto en defensa para cumplir lo requerido por la OTAN y exigido por Trump, sino que incluso empezaron a hablar de un posible ejército europeo con una estrategia de defensa propia. Cuando Trump impuso aranceles a las importaciones europeas, la UE respondió imponiendo los suyos a la importación de motos Harley-Davidson, un emblema de la América que vota a Trump, que acabó sacando de Estados Unidos una parte de su producción. La UE empezó a hablar de algo parecido a políticas industriales para fortalecer la tecnología europea, como la desarrollada por Ericsson o Nokia para las redes 5G. Hasta dispuso, por primera vez, de una herramienta relativamente creíble para obligar a los países díscolos a cumplir con el Estado de derecho: condicionar la recepción de ayudas a su cumplimiento.
Las dos palabras que se repetían en la Comisión Europea, los 'think tanks' y entre los intelectuales europeístas eran “autonomía estratégica”. El idilio con Estados Unidos, que había durado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, estaba terminando; Trump, se pensaba, no había hecho más que acelerar una tendencia que ya estaba ahí de manera soterrada, y ahora los europeos debíamos aprender a apañárnoslas solos en materia militar, comercial y geoestratégica. El proceso sería lento. Sin embargo, era inevitable e imparable.
Pero ¿lo era? En cuanto Joe Biden ganó las elecciones presidenciales, empezaron a verbalizarse las dudas. Primero, la ministra de Defensa alemana, Annegret Kramp-Karrenbauer, publicó un artículo en el periódico bruselense 'Politico.eu' en el que decía que “en un mundo marcado por una creciente competencia por el poder, Occidente solo será capaz de mantenerse firme y lograr defender sus intereses en la medida en que permanezca unido. Europa sigue dependiendo de Estados Unidos para su protección militar, tanto nuclear como convencional, pero Estados Unidos no será capaz de llevar a solas la bandera de los valores occidentales”. En un acto insólito, el presidente francés, Emmanuel Macron, la desautorizó en una entrevista: “Estoy en profundo desacuerdo con la ministra de Defensa alemana en ‘Politico”, dijo. “Creo que es una mala interpretación histórica. Por suerte, si estoy en lo cierto, la canciller [Merkel] no comparte este punto de vista. Estados Unidos solo nos respetará como aliados si somos honestos, y si somos soberanos por lo que respecta a nuestra defensa”. El cambio de Trump por Biden, decía Macron, debía ser una oportunidad para “seguir construyendo nuestra independencia del mismo modo que lo hacen Estados Unidos y China”. En un acto aún más insólito, Kramp-Karrenbauer afirmó públicamente que estaba de acuerdo con el presidente francés, pero no del todo: “Sin las capacidades nucleares y convencionales de Estados Unidos, Alemania y Europa no pueden protegerse. Es la cruda realidad”.
Las dos partes de la discusión tienen algo de razón: la autonomía estratégica es el objetivo que debería perseguir la UE, pero es dudoso que tenga el capital político necesario para alcanzarla a medio plazo. Mientras tanto, la dependencia de Estados Unidos persistirá. Pero, en todo caso, este choque público evidencia que la presencia de Trump permitió forjar consensos que, en su ausencia, serán más difíciles de sostener. Su presencia funcionó como un acelerador de las tareas que la UE tenía pendientes pero no tenía prisa por hacer, y por mucho que celebremos su salida del poder, es posible que esta asiente la tendencia tan europea de dejar las cosas a medias. ¿Por qué íbamos a seguir con el ritmo frenético de planes tecnológicos, militares y comerciales autónomos si en Washington está de vuelta la vieja América, la que se curtió políticamente en la Guerra Fría y la noción sagrada de proteger Europa?
Trump, en ese sentido, deja un gran vacío en la política europea. Todos los analistas nos hemos quedado afónicos de repetir que los buenos viejos tiempos no volverán y que, por mucho que gobiernen los demócratas, o después una versión más tradicional del republicanismo, Estados Unidos va a seguir urgiendo a los europeos a, por ejemplo, gastar más en defensa o alinearse con ellos en el enfrentamiento con China. Pero no ver a ese hombre en la Casa Blanca hará que nos relajemos. Macron intentará que no suceda, pero sucederá. Y, en cierto sentido, podremos volver a invocar a Monnet, pero con una vuelta de tuerca: “La presidencia de Trump fue una crisis que permitió forjar Europa, pero fue una crisis demasiado corta”.
Uno de los lugares comunes más recurrentes entre quienes hacen política europea y quienes la comentamos es la frase de Jean Monnet según la cual "Europa se forjará en las crisis". Ha resultado ser cierta en muchas ocasiones: de no haber sido por la crisis cambiaria de principios de los años noventa, la crisis económica de 2008 o la actual crisis del coronavirus, muy probablemente no se habría fundado el euro ni se habrían logrado las cotas de unión de las que gozamos actualmente. Pero es una frase peligrosa: parece afirmar, también, que cuando las cosas vayan bien (si es que eso sucede algún día, en un futuro próximo), la Unión Europea se quedará parada.