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Se busca líder competente para la derecha radical
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Ramón González Férriz

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Se busca líder competente para la derecha radical

Muchos líderes populistas han ascendido rápidamente. Pero después de eso, tienden a mostrarse incompetentes. Trump es el mejor ejemplo, pero no el único

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE)
El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE)

Los aspirantes a líder de la derecha radical suelen ser vistos, al inicio, como personajes un poco ridículos. Jean-Marie Le Pen era considerado un fanático resentido con De Gaulle por la concesión de la independencia a Argelia. Durante décadas, el 'establishment' británico miró con desdén a Nigel Farage, al que consideraba un lunático cuya campaña por la salida de Reino Unido de la UE no tenía viabilidad política. Matteo Salvini tenía tanta prisa por hacerse famoso que, después de pasar por varios concursos televisivos juveniles, abandonó la universidad con 20 años para dar el salto a la política. La sola idea de que Donald Trump llegara a la presidencia de Estados Unidos era una fantasía propia de 'The Simpsons'. Santiago Abascal era visto como poco más que el becario de Esperanza Aguirre al que no le renovaron la sustanciosa beca y tuvo que buscarse la vida.

Fueron juicios precipitados. Todos ellos, en distinta medida, fueron capaces de introducir en el 'mainstream' de sus países ideas que antes se consideraban marginales, y todos han condicionado en gran medida la gobernabilidad de sus países; Trump, por supuesto, llegó a presidir el suyo. Previsiblemente, ellos o su ideario seguirán teniendo mucha influencia en el mercado de las ideas. Pero, al mismo tiempo, hay algo en la derecha radical de nuestro tiempo que la hace particularmente volátil.

Durante la presidencia de Trump, su malicia ha quedado contenida por su incompetencia. Ha hecho menos daño del que podría haber hecho

Durante su presidencia, la malicia de Trump se ha visto frenada por su incompetencia. Ha hecho un enorme daño a la democracia estadounidense, pero menor que si hubiera sido un gobernante sistemático, ordenado y capaz de hacer buenos equipos. Si bien el Partido Republicano está furioso con él por el asalto de sus seguidores al Congreso, lo está aún más porque se las ha apañado para perder de una tacada la presidencia, el Senado y la Cámara de Representantes. En 2017, Alternativa por Alemania logró la hazaña de convertirse en el primer partido de la oposición en el Bundestag. Desde entonces, ha ido escorándose hacia posiciones más absurdas y resolviendo de mala manera sus constantes disputas internas; en ocasiones, a puñetazos.

placeholder Thierry Baudet, líder del Foro para la Democracia holandés. (EFE)
Thierry Baudet, líder del Foro para la Democracia holandés. (EFE)

En noviembre, Foro para la Democracia (FVD), el partido de derecha radical holandés que fue el modelo para el resto de partidos de esa clase en Europa, celebró una cena que acabó como el rosario de la aurora, contaba el 'Economist': primero discutieron sobre si la música clásica o un éxito de baile eran el acompañamiento adecuado para la langosta y el vino, y terminaron peleándose sobre si debían ser antisemitas y el número máximo de personas que debían dejar morir antes de tomar medidas contra el covid-19; la respuesta del líder, Thierry Baudet, fue que “tres millones”. Cuando se conoció lo sucedido, hubo decenas de dimisiones, dice el 'Economist'. El partido, que en 2019 lideró las encuestas, apenas conseguirá un puñado de escaños en las elecciones de marzo.

¿A qué se debe esta sucesión de ascensos imparables y estancamientos, decadencia y pérdida del poder allí donde se había conseguido? Una primera razón es que estos partidos son mucho más eficientes denunciando al 'establishment' que sustituyéndolo: por lo general, las ideas de sus líderes son menos viables de lo que ellos creen y los dirigentes se aburren tremendamente con la sola idea de tener que gestionar la maquinaria burocrática que, en esencia, es el Estado. Lo suyo son los 'memes', los retuits y los escándalos maximalistas.

El partido de Marine Le Pen está a favor del matrimonio homosexual y ha dejado de hablar de salir del euro y de la UE

Otra posible razón es que la gente se ha vuelto más progresista de lo que estos partidos pueden asumir. Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen, quizás haya logrado convertirse en el primer partido de la oposición en Francia, pero es muy poco probable que algún día obtenga la presidencia. En todo caso, para llegar hasta donde está ha debido renunciar a su viejo nombre, Frente Nacional, y a prácticamente todos sus principios ideológicos: ahora está a favor del matrimonio homosexual, ha dejado de hablar de salir del euro y de la UE y buena parte de sus políticas fiscales podría firmarlas un izquierdista un poco anticuado. Muchos derechistas consideran que las grandes empresas, al abrazar causas progresistas, están empujando a la sociedad hacia valores en los que en realidad no cree. En realidad, es al revés: si de repente las empresas del Ibex 35 parecen ONG defensoras de la ecología, la multirracialidad y las familias plurales, es porque creen que la sociedad tiene esos valores y quieren caerle bien al mayor número de gente posible.

placeholder Un cartel del Gobierno húngaro en contra de George Soros, en Budapest. (Reuters)
Un cartel del Gobierno húngaro en contra de George Soros, en Budapest. (Reuters)

También es posible, simplemente, que las teorías de la conspiración tengan un techo de creyentes relativamente bajo. Si insistes en que todo lo malo de la sociedad es cosa de George Soros, dudas del 5G y piensas que la pandemia es fruto de una conspiración o un invento, sin duda encontrarás creyentes. Pero nunca serán una mayoría y, con el tiempo, parecerá que jugueteas con ideas que, aunque salen por la tele o llegan por WhatsApp, tienen un aura indiscutible de perdedoras.

Puede que los líderes populistas sean en realidad mucho peores políticos de lo que nos podría hacer pensar su habilidad con las redes sociales

O puede que, sencillamente, los líderes populistas sean en realidad mucho peores políticos de lo que nos podrían hacer pensar su habilidad con las redes sociales o su conexión con determinadas minorías. Que Vox no suba en las encuestas no significa que no pueda volver a lograrlo, como hizo con gran talento hace poco más de un año. Pero si no logra capitalizar políticamente tres oleadas de pandemia, un confinamiento y medio y la crisis económica posterior, es que tal vez su discurso, por sí solo, no puede atravesar el techo al que ya ha llegado.

Es posible que, con el tiempo, los historiadores llamen al periodo 2016-2021 la época del 'retorno de la derecha nacionalista': entre el referéndum del Brexit y la vergonzosa salida del poder de Donald Trump. Si se piensa bien, el Brexit ha sido casi el único logro real del movimiento; todos los demás éxitos fueron parciales o se desvanecieron rápidamente. La derecha autoritaria y nacionalista va a necesitar líderes mejores para poder triunfar en el mundo rico. El modelo está claro: en Occidente, el único que ha tenido una victoria sostenible y que aparentemente podrá construir su proyecto a largo plazo es Viktor Orbán. Deberían copiarle a él. Pero, por suerte para todos, parece que no saben hacerlo.

Los aspirantes a líder de la derecha radical suelen ser vistos, al inicio, como personajes un poco ridículos. Jean-Marie Le Pen era considerado un fanático resentido con De Gaulle por la concesión de la independencia a Argelia. Durante décadas, el 'establishment' británico miró con desdén a Nigel Farage, al que consideraba un lunático cuya campaña por la salida de Reino Unido de la UE no tenía viabilidad política. Matteo Salvini tenía tanta prisa por hacerse famoso que, después de pasar por varios concursos televisivos juveniles, abandonó la universidad con 20 años para dar el salto a la política. La sola idea de que Donald Trump llegara a la presidencia de Estados Unidos era una fantasía propia de 'The Simpsons'. Santiago Abascal era visto como poco más que el becario de Esperanza Aguirre al que no le renovaron la sustanciosa beca y tuvo que buscarse la vida.

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