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Después de Trump

El presidente ha exacerbado y legitimado los peores instintos y las peores tendencias del Partido Republicano, el Grand Old Party (GOP) de Lincoln, Eisenhower y Reagan

Foto: El presidente saliente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)
El presidente saliente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)

Donald John y el GOP

El espíritu emprendedor, sin un elevado sentido de la ética y de la obligación de respetar las normas, origina una amplia oferta de charlatanes, explotadores y demagogos. Los demagogos extremistas emergen de tiempo en tiempo en todas las sociedades, incluso en aquellas con una sólida tradición democrática. Estados Unidos también ha tenido su parte (Henry Ford, Joseph McCarthy, George Wallace, entre otros), aunque ninguno había llegado a presidente hasta ahora.

En la cultura de negocio familiar neoyorquino heredado de su padre, constructor, Donald John Trump no conocía límites. Su deseo vanidoso de grandeza y celebridad se fue alimentando con una mezcla de decisiones arriesgadas y su capacidad para jugarle al sistema y ganar bordeando las normas establecidas. A pesar de sus repetidas bancarrotas, Trump se abrió paso en el negocio, acumuló una fortuna (de proporciones desconocidas) y más tarde adquirió fama nacional con The Apprentice, un programa televisivo que lo convirtió en showman y multiplicó su popularidad en todo el país.

La cultura de la celebridad (llevada al extremo del culto a la personalidad en el caso de Trump) y su eslogan de campaña le unen a Ronald Reagan, un presidente proto-populista y carismático que dio un giro radical a la trayectoria de Estados Unidos. 'Make America Great Again' fue el lema de Reagan en la campaña electoral de 1980.

Foto: El Capitolio de EEUU. (EFE)

En la primavera de 2016, en una conversación informal con Bob Hawks, entonces vicepresidente financiero en la legendaria universidad The Cooper Union, en Manhattan, coincidimos en subrayar los riesgos que entrañaría una victoria electoral de Trump, que por entonces no parecía posible. "Es un tipo peligroso", comentó Hawks de forma lacónica y certera. Era una impresión, compartida por muchos en Nueva York, que el tiempo no ha hecho sino confirmar y que es hoy evidente para una gran mayoría de observadores y ciudadanos.

La presidencia de Donald Trump ha sido un cuatrienio negro en la historia de la república. Desde los sucesos de Charlottesville en 2017 hasta el intento de subvertir las elecciones de noviembre de 2020, pasando por la reacción presidencial (intentó sin éxito sacar al ejército a la calle) a las manifestaciones de millones de estadounidenses apoyando al movimiento Black Lives Matter el verano pasado, hemos presenciado los devaneos con el autoritarismo de un presidente supremacista blanco y abiertamente racista, propio de otras épocas.

Trump ha exacerbado y legitimado los peores instintos y las peores tendencias del Partido Republicano, el Grand Old Party (GOP) de Lincoln, Eisenhower y Reagan. El pacto político de Trump con Mitch McConnell, el hasta ahora poderoso líder republicano en el Senado, incluyó, entre otras cosas, el compromiso de Trump de nominar a jueces federales ultra conservadores del agrado del GOP. A cambio, Trump ha obtenido un apoyo prácticamente sin fisuras de los legisladores republicanos a todas sus decisiones y la complicidad de los conservadores a su trayectoria de flirteos con la autocracia.

Foto: La estatua de Edward Colston ha sido reemplazada por otra de una activista de Black Lives Matter (EFE EPA/Neil Hall)

Esa complicidad le suministró un apoyo esencial a su estrategia fallida de subvertir el resultado de las presidenciales del pasado noviembre, una estrategia que ha desembocado en las distópicas imágenes del seis de enero. Timothy Snyder, catedrático en Yale, explica que en el GOP ha habido dos tendencias simultáneas durante el trumpismo, ambas en connivencia con dos versiones de Trump: la de jugarle al sistema (los gamers) y la de romper con él (los breakers). Esta divisoria amenaza con quebrar el partido tras los sucesos del Capitolio.

La falta de lealtad o 'semilealtad' (por utilizar el concepto propuesto por Juan Linz) del partido conservador con la democracia se sitúa en el polo opuesto a su reacción ante los desmanes de Nixon hace 46 años. En 1974, Barry Goldwater, John Rhodes y Hugh Scott, líderes del partido republican por entonces, acudieron a la Casa Blanca a decirle a Nixon que su partido no le apoyaría en el proceso de impeachment y que todo había terminado ('Mr. President, it is over'). Nixon dimitió al día siguiente. Hoy, el apoyo republicano al trumpismo continúa siendo sólido después del seis de enero. Solamente diez congresistas republicanos (de un total de 211) han apoyado el impeachment y no está claro que un número suficiente de senadores del GOP vaya a votar a favor de la condena al presidente saliente.

El asedio y asalto al Capitolio ha sido una tragedia, la crónica de un acontecimiento anunciado y también una llamada de atención ('a wake-up call') para la democracia estadounidense, sus ciudadanos y sus líderes. A pesar del impacto visual de las imágenes del asedio y del asalto, y de lo que ocurrió en el interior del edificio en las aproximadamente cuatro horas que estuvo ocupado, la consecuencia no ha sido el triunfo de la tiranía sobre la democracia. Sin embargo, no es ya posible continuar hablando con propiedad del "excepcionalismo americano" en la llamada "primera nación nueva".

Foto: El asalto al Capitolio por seguidores trumpistas, el pasado 6 de enero. (Foto: Reuters)

Los sucesos del Capitolio, rechazados en las encuestas por una amplia mayoría de estadounidenses, no constituyen fundamentalmente un salto cualitativo en la crisis trumpista de la democracia estadounidense, sino más bien una desgraciada culminación (que se podía haber evitado) por parte de un presidente con pulsiones autocráticas (pero no suficientemente autoritario, según Levitsky y Ziblatt) que ha exacerbado la división y la polarización, un hombre sin un proyecto político para Estados Unidos diferenciado de sus impulsos y ambiciones personales.

A pesar de su gravedad, es debatible que los sucesos del seis de enero puedan calificarse como un "golpe de Estado". Fue una insurrección apenas planificada y alentada por un líder como Donald Trump, quien, a pesar de la lealtad de millones de votantes, algunos violentos, es con frecuencia incapaz de anticipar y medir cuidadosamente las consecuencias de sus palabras y sus acciones y muestra habitualmente despreocupación y negligencia cuando está en juego el bienestar de los ciudadanos a quienes tiene el deber constitucional de proteger. Por otro lado, es cierto que las intenciones de Trump, anunciadas meses antes de las elecciones del pasado tres de noviembre, fueron claramente antidemocráticas y tenían como objetivo subvertir el resultado electoral para conseguir permanecer en el poder de forma ilegal.

Casi sin solución de continuidad tras el asalto, la Cámara de Representantes ha aprobado el 'impeachment' de Trump (el segundo proceso de destitución contra el presidente saliente) por incitar a la insurrección con falsos argumentos sobre un fraude electoral inexistente. La intención es que quede inhabilitado para cualquier cargo público en el futuro. Es lo primero que había que hacer para empezar a reparar los daños que el trumpismo ha infligido a la democracia estadounidense. La decisión está en manos de los cien miembros del Senado. Se necesitarán sesenta y siete para condenar a Trump y neutralizarlo políticamente. Dada la actual configuración de la Cámara, será necesario que al menos diecisiete senadores republicanos voten a favor de la condena.

Retos del presidente Biden

El impacto de los sucesos del seis de enero en el Capitolio ha desviado la atención del resultado de los 'runoffs' (la segunda vuelta) en las elecciones senatoriales en el Estado de Georgia el día anterior, cinco de enero. En ellas, los candidatos demócratas Jon Ossoff y Raphael Warnock consiguieron la hazaña de derrotar, en un estado tradicionalmente republicano del Sur, a sus rivales del GOP, ambos en ejercicio, y hacer posible así el control demócrata del Senado.

No es exagerado subrayar la importancia de estos resultados. Le permitirán a Biden ejecutar su programa de gobierno sin necesidad de negociar continuamente con —y tener que someterse a— Mitch McConnell, el gran perdedor de los comicios de Georgia. Biden podrá sacar adelante su ambicioso plan económico de estímulos masivos a la economía.

Es un programa neo keynesiano que va encaminado a mitigar las fuertes desigualdades socioeconómicas y reducir los impactos de la exclusión social provocados por las políticas neoliberales de 'trickle-down' que, de la mano de la globalización, están entre las causas del auge de los populismos que sufrimos hoy. En efecto, vamos a ver un foco creciente en Occidente en torno a los problemas, muy agudos, de desigualdad socioeconómica. Lance Taylor, en Macroeconomic Inequality from Reagan to Trump (2020), proporciona un buen análisis de los patrones de desigualdad en Estados Unidos desde Reagan.

Foto:  Un invitado escucha al gobernador de Georgia, Brian Kemp, en el evento de la noche de las elecciones republicanas de Georgia. (Reuters)
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El giro neo keynesiano irá unido a una transformación de la gobernanza de la globalización, desde la hiperglobalización de las últimas décadas (mermada desde la crisis financiera de 2008) a lo que Ronald Robertson denominó hace casi treinta años 'glocalization' o "glocalización", que implica una gestión localizada (de ámbito nacional o en arreglos de cogobernanza con entes regionales) de la economía global.

En efecto, los perdedores de la globalización están en la base del trumpismo y otros movimientos similares en otros países. Reparar los daños del trumpismo a la democracia estadounidense requiere, pues, atender los problemas de aquellos estadounidenses que se sienten "extraños en su propia tierra", por utilizar el título del magnífico libro ('Strangers In Their Own Land') de la socióloga de Berkeley Arlie Hochschild. Hochschild relata en su obra las vidas de los habitantes de una zona fuertemente trumpista de Louisiana, mostrando al lector vidas destrozadas por salarios estancados, la pérdida de un hogar, un sueño americano esquivo, y opciones políticas y puntos de vista que tienen sentido en el contexto de sus vidas. El drama y fatal destino de muchas de estas personas ha quedado reflejado en Deaths of Despair, el libro de Anne Case y su marido el Nobel Angus Deaton publicado en 2020.

Ocupar el espacio político populista requiere prestar atención a estos grupos de excluidos. Pierre Rosanvallon, en su libro más reciente, ha sugerido acertadamente que los populismos no van simplemente a desvanecerse si no se ofrecen soluciones a los problemas materiales o económicos de muchos ciudadanos. Algunas de las reclamaciones populistas no son mera propaganda política. Dani Rodrik, de Harvard University, asegura que los populistas son los únicos que no han mentido respecto al trilema de la globalización, esto es, la imposibilidad de asegurar simultáneamente globalización económica, soberanía nacional y democracia.

Foto: Trump y Biden reflejados en la cámara de un operador en el segundo debate presidencial en EEUU. (Reuters)

Así pues, contener la amenaza populista a la democracia requiere un conjunto de políticas (económicas y otras) distintas y opuestas en buena medida a las practicadas en los últimos treinta años en Occidente. Las políticas fiscales expansivas y las inversiones en infraestructuras que Biden lleva en su programa pueden contribuir, junto con otras iniciativas, a reducir algunos riesgos populistas, a superar el discurso de resentimiento y a poner fin "a una era sombría de demonización", tal y como dijo el demócrata en su discurso del pasado siete de noviembre en Wilmington (Delaware). En consonancia con su política económica, y en un país roto por el enfrentamiento político, el nuevo presidente va a articular y transmitir un mensaje de transversalidad muy necesario ahora.

Fracaso trumpista

El radical viraje económico que prepara Biden está justificado, también, por el fracaso económico trumpista. Trump no ha sabido dar solución a los problemas de las personas que le votaron. En ciertos círculos se ha extendido la idea de que, a pesar de su autoritarismo, su demagogia y sus ataques a la democracia, Trump ha relanzado la economía estadounidense y se le puede considerar un presidente exitoso, pero la evidencia refuta este extremo. Trump llegó al poder en un contexto de bonanza económica propiciado por las políticas de Obama. En los tres últimos años de Obama se crearon más puestos de trabajo que en los tres primeros de Trump (anteriores a la pandemia), quien se va a ir de la Casa Blanca siendo el único presidente en décadas con un saldo negativo en creación de empleo.

Su única política económica ha consistido en rebajar impuestos, y el New York Stock Exchange lo ha acusado positivamente. Que la bolsa vaya bien es muy importante en Estados Unidos, donde muchos millones de ciudadanos tienen sus pensiones de jubilación invertidas en renta variable. Pero incluso en este aspecto la evolución de la bolsa de Nueva York en los tres primeros años de Trump es peor (+44%) que la que tuvo en los tres primeros años de Obama (+75%) o de Clinton (+62%), aunque mejor que en los tres primeros años de Bush hijo (-13%), tal y como reflejan diversas publicaciones estadounidenses.

Los indicadores económicos muestran un escenario de optimismo para Joe Biden. Todo indica que va a poder realizar un ingente gasto público sin que la inflación resulte una preocupación prioritaria. El propio Biden ha estado enviando señales de que tiene la intención de utilizar el control demócrata en el Senado para realizar un mayor gasto sin preocuparse por los déficits. Los progresistas han aplaudido, al igual que los mercados. Dada la urgencia de continuar protegiendo a los desempleados, reanimar la economía y evitar una recesión prolongada, y teniendo en cuenta la eficacia del CARES Act (el paquete de ayudas al desempleo y las empresas en vigor desde marzo pasado), es posible que veamos a muchos republicanos y a los medios de comunicación favorables a la disciplina fiscal bajar el tono de sus habituales advertencias sobre los males de la deuda pública.

Aunque parezca paradójico, en un contexto de inestabilidad política e institucional es muy posible que seamos testigos de una economía en auge. Paul Krugman nos recuerda que los efectos económicos directos de la inestabilidad política tienden a ser pequeños. Biden no debe tener como modelo a Obama, quien sacó a Estados Unidos del agujero de la Gran Recesión pero fue tímido en su propuesta de estímulos a la economía. El nuevo presidente debe pensar en Franklin D. Roosevelt. Los daños socioeconómicos de la pandemia han creado un escenario de reconstrucción, los argumentos neoliberales ya no sirven para justificar la política económica y el control legislativo por parte demócrata permite ejecutar un programa ambicioso esta vez.

Polarización política

El trumpismo, que ha fracasado en la gestión de la economía estadounidense, es también un problema de polarización política. El declive económico y la acentuación de las desigualdades socioeconómicas que han posibilitado el trumpismo también han fomentado el extremismo y el enfrentamiento partisano exacerbado, que no facilitan la necesaria fricción cívica de los encuentros entre diferentes y el intercambio ideológico pluralista. Pero esta polarización tiene también un componente de guerra cultural, que los populistas siguen intentando aprovechar para superponer la dualidad élite-pueblo a la tradicional divisoria izquierda-derecha.

El fiasco de la invasión de Irak, la crisis financiera de 2008 y el rechazo al globalismo en un país con un fuerte componente aislacionista llevaron a Trump a explotar hábilmente el resentimiento extendido en Estados Unidos contra las élites políticas (Washington D.C., o, coloquialmente, the swamp), intelectuales (la Ivy League y el progresismo universitario), culturales (Hollywood), tecnológicas (Silicon Valley) o financieras (Wall St.) y a proclamar su America First a una audiencia millonaria entregada.

Una consecuencia muy grave de la polarización es que puede derivar en posiciones justificadoras de la violencia política y en conflictos de hecho violentos. De acuerdo con el Voter Study Group (Diciembre 2019), un número no desdeñable de encuestados, tanto Demócratas como Republicanos, justificaban un cierto uso de la violencia si su candidato perdía las elecciones. Uno de cada diez afirmaba que la violencia estaría muy justificada en caso de derrota electoral de su candidato. Por fortuna las encuestas se equivocaron y no hemos sido testigos de una violencia generalizada derivada de la crisis política en ningún lugar del país.

Una consecuencia muy grave de la polarización es que puede derivar en posiciones justificadoras de la violencia política

La efectividad trumpista en mantener una base de seguidores multimillonaria y muy leal puede ser un indicador del agotamiento del modelo de gobernanza democrático basado exclusivamente en competiciones y alternancias entre élites. Los arreglos de cogobernanza en contextos de descentralización política y administrativa pueden ayudar a restablecer la legitimidad de las instituciones democráticas en la medida en que fomenten la efectividad de las medidas políticas. Un buen antídoto a la retórica populista sería demostrar que la democracia liberal es capaz de organizarse de forma efectiva para solucionar, en un grado aceptable, los problemas de los ciudadanos. La democracia eficiente puede contribuir a reforzar la legitimidad de los mecanismos e instituciones representativos.

Supremacismo blanco

Los factores culturales que impulsan al populismo tienen que ver con la identidad cambiante de Estados Unidos y, en particular, con el temor de la todavía mayoría blanca a perder su poder y su estatus debido a la evolución demográfica del país. Esto explica que el mensaje supremacista blanco de Trump fuese bien acogido en una sociedad que somete a muchos miembros de las minorías raciales a una ciudadanía de facto de segunda clase. El supremacismo blanco ayuda a entender, por ejemplo, la actitud beligerante y destructiva de Trump y los republicanos hacia Obama y su obsesión contra una ley, el Obamacare, que otorga derechos sanitarios sin precedentes a todos los ciudadanos estadounidenses por igual, también a negros e hispanos, naturalmente. Aquí la clave es ofrecer esperanza de mejora económica a la base del trumpismo y, al mismo tiempo, encaminar una solución —o un arreglo— para el racismo sistémico de la sociedad estadounidense, un problema al que el presidente Biden va a dar prioridad.

En un país en el que la mayoría de los blancos goza de ingresos más altos, mejor educación, acceso a mejor cuidado sanitario y mayor riqueza heredada, conviene recordar que la cuestión para las minorías raciales, particularmente afroamericanos y muchos hispanos, es de vida o muerte en un número no desdeñable de casos. Biden quiere promover una agenda de ayudas a la creación y expansión de pequeñas empresas en zonas “desaventajadas económicamente”, en particular empresas de propietarios afroamericanos, hispanos, nativo-americanos y de otros grupos minoritarios. De los 300.000 millones de dólares que Biden quiere invertir en I + D + i en cuatro años, un 10% se dedicarán a promover la igualdad racial y las oportunidades de emprendimiento de las minorías.

Hay también un plan de vivienda que pretende combatir la desigualdad racial en el mercado inmobiliario, construir vivienda pública y ofrecer ayuda financiera para su compra por parte de ciudadanos de menores ingresos. Los HBCUs ('Historic Black Colleges and Universities') contarán con ayuda financiera del gobierno para ofrecer matrícula gratuíta a estudiantes de familias con ingresos inferiores a 125.000 dólares al año. Las ayudas económicas y la inversión pública serán fundamentales para estos grupos de población, que han sufrido la pandemia del covid-19 en mayor grado que otros ciudadanos.

A pesar de la demagogia supremacista de Trump, una gran mayoría de estadounidenses admite que el racismo sistémico contra los afroamericanos es un problema muy grave que es preciso afrontar sin demora. Desde el asesinato de George Floyd por parte de la policía de Minneapolis en el verano de 2020, aproximadamente 22 millones de estadounidenses se han manifestado en unas 2.500 localidades, grandes y pequeñas, en apoyo al movimiento Black Lives Matter. Naturalmente, no hay que esperar que el racismo desaparezca de la vida estadounidense con Biden pero, tras el retroceso trumpista, se vuelve ahora a tomar una dirección en la que habrá progresos.

'Fake news'

Trump es responsable de socavar sistemáticamente la evidencia y los hechos y de dar recorrido a falacias o realidades alternativas construidas con falsedades políticas o pseudocientíficas. Trump y el trumpismo se han servido de estrategias de comunicación online y transmisión frecuente de 'fake news' y teorías conspiratorias por medio de redes sociales, la escena del crimen. Esta relación directa y delirante con millones de personas (88 millones en su censurada cuenta de Twitter) le ha permitido mantener el apoyo de sus seguidores a la ficción de que las elecciones del pasado noviembre fueron fraudulentas, lo que llevó en ultimo término al asalto del Capitolio.

Las democracias son sistemas informacionales complejos y no pueden funcionar correctamente con interferencias de flujos constantes de noticias falsas que influyen en millones de ciudadanos. Ello acaba menoscabando el despliegue de una lógica racional en el planteamiento de los problemas y en el desarrollo de los acontecimientos políticos. Es imperativo para la democracia estadounidense abordar y tratar de solucionar este problema.

La decisión, tardía, de las empresas tecnológicas de silenciar a Trump en redes sociales no es defendible pero seguramente era necesaria. La decisión de muchos líderes empresariales de suspender las donaciones millonarias a líderes políticos y candidatos leales a Trump y de cortar los lazos con el trumpismo y con el propio Trump ha sido adecuada. Con todo, los efectos de la deshonestidad trumpista perdurarán.

Foto: Donald Trump.

Más sencillo será conseguir, muy próximamente, un gran acuerdo federal de coordinación y asignación estratégica de recursos contra la pandemia del covid-19, algo que Biden considera prioritario. El nuevo presidente ya ha anunciado un ambicioso plan acelerado de vacunaciones masivas. Aquí en Nueva York el gobernador Cuomo está consiguiendo mantener el número de nuevos casos diarios en 128 por 100.000 habitantes y el índice de contagios en el 7% de todas las PCR realizadas (datos del 15 de enero de 2021), con una ligera subida respecto al mes anterior.

Trump es responsable de muchas muertes por su negligencia y 'laissez faire' frente a la pandemia. Afortunadamente para la democracia, que alguien que quiso aferrarse al poder de forma ilegal permitiera que la pandemia arruinara sus posibilidades electorales (en febrero de 2020 todas las encuestas indicaban que Trump sería reelegido) muestra claramente el grado de peligrosa incompetencia del personaje y su desdén por los procedimientos lógicos de gobierno y de gestión.

Democracias frágiles

Es apropiado recordar a Alexis de Tocqueville, autor del magnífico 'La democracia en América', quien supo ver hace doscientos años que la fortaleza de Estados Unidos reside no en su carácter particularmente virtuoso sino en la capacidad del país para aprender de sus errores. Ted Kennedy, el fallecido senador demócrata y hermano menor de JFK, solía decir que Estados Unidos es siempre a work in progress (una obra en construcción).

La democracia estadounidense se ha acercado al abismo, pero ha mostrado mucha solidez y ha resistido los ataques de su presidente. Los estadounidenses quieren preservar la democracia. Esfuerzos similares a los que Trump ha llevado a cabo para subvertir las elecciones y permanecer en el poder ilegalmente han triunfado en otros países durante décadas. En Estados Unidos, el orden constitucional ha sido salvaguardado gracias a que muchas personas lo han defendido (jueces, funcionarios electorales, legisladores estatales), cumpliendo con sus obligaciones ante las exigencias trumpistas, y gracias a la evidencia, abundante e incontestable, de que el proceso electoral fue limpio y justo.

Existe la posibilidad de que se abra un debate político sobre la necesidad de regular más estrictamente el papel de las donaciones a candidatos, la necesidad de ciertas reformas en el sistema electoral y el derecho de representación democrática. También debería debatirse sobre los derechos del votante, de forma que se impidan maniobras de supresión del voto y el llamado gerrymandering, esto es, la modificación de los límites geográficos de los distritos electorales con el fin de favorecer determinados intereses políticos. Hay quienes, como el Nobel Joe Stiglitz, proponen formular una nueva ley de derechos del votante que sustituya a la de 1965.

Hay quienes, como el Nobel Joe Stiglitz, proponen formular una nueva ley de derechos del votante que sustituya a la de 1965

Es muy posible que los acontecimientos en Estados Unidos tengan consecuencias tan negativas fuera del país como en la propia república estadounidense. Los enemigos de la democracia en China, en Rusia y en otros lugares han podido disfrutar con el asalto al Capitolio. Varios portavoces del gobierno chino se han apresurado a indicar a Washington que ya no tiene legitimidad moral para exigir a Pekín que respete la democracia en Hong Kong. No hay duda de que el gobierno comunista utilizará los sucesos de Washington en su estrategia permanente de adoctrinamiento de la población china en contra de los valores occidentales.

Los movimientos pro democracia en todo el mundo van a tener que enfrentarse a mayores dificultades para conseguir sus objetivos. Por otro lado, los populismos de extrema derecha en Europa y en otras regiones no van a desaparecer con la derrota electoral de Trump. El propio Trump aún no es un cadáver político y, si el Senado estadounidense decidiera absolverlo, probablemente lideraría la transformación del trumpismo en un movimiento más sofisticado y fortalecido, con opciones de llevar al líder supremo (o a un familiar próximo) a la Casa Blanca en 2024.

El caso Trump muestra que no hay ningún mecanismo institucional en las democracias liberales que impida un giro autoritario llevado a cabo por un gobierno debidamente elegido que observe las normas constitucionales. Este es el significado de la vulnerabilidad democrática en el siglo de los populismos. Según Adam Przeworski, evitar este "agujero" en la arquitectura de la democracia depende fundamentalmente de que los líderes y ciudadanos que quieren preservarla anticipen los efectos acumulativos de la erosión gradual de las normas democráticas por parte de gobiernos o líderes elegidos democráticamente pero con tentaciones autócratas.

El caso Trump muestra que no hay ningún mecanismo institucional en las democracias liberales que impida un giro autoritario

La estabilidad democrática, según Acemoglu y Robinson, discurre por un narrow corridor, un pasillo estrecho al que no es fácil acceder y en el que no es sencillo mantenerse. Los sistemas políticos democráticos pueden verse erosionados por fallos o desviaciones normativas e institucionales, o por la erosión de la confianza en los valores y la eficiencia de la democracia en situaciones de declive económico y/o desigualdad extrema, como es el caso en Occidente actualmente.

Hay además un problema político añadido, puesto que, aunque no vemos manifestantes en las calles de ningún país pidiendo una transición al modelo chino o ruso, el ascenso de China representa la consolidación de una superpotencia totalitaria con ambiciones globales, ajena a los valores democráticos y en confrontación directa con ellos. El gran experto en democracia de Stanford Larry Diamond explora este asunto en su libro Ill Winds. Saving Democracy from Russian Rage, Chinese Ambition and American Complacency (2020).

Es obvio que podemos debatir acerca del peso relativo de la socioeconomía, por un lado, y de la cambiante geopolítica global, por otro, en la crisis de las democracias occidentales. No es posible excluir de la explicación ninguno de esos dos grandes componentes, que junto con los factores institucionales (normativos, culturales e históricos) nos procuran una suerte de tríada explicativa de las situaciones que pueden conducir a la demagogia y la autocracia.

Epílogo

En el horizonte pospandémico se observan ya vientos de cambio tanto en Europa como en Estados Unidos. Después de su defensa acérrima de políticas de austeridad a partir de la crisis de 2008, Angela Merkel ha virado completamente su enfoque. El rumbo hacia la consolidación de una 'glocalización' pospandémica con un mayor peso del sector público en los diferentes territorios, y la ejecución de los fondos de ayuda, tiene que ver tanto con prioridades económicas como políticas y de salud democrática.

Jürgen Habermas atribuye la decisión de Merkel de impulsar un fondo masivo de ayuda económica no solamente a los riesgos de recesión económica sino también a la preocupación de la Canciller por la creciente influencia de la ultraderecha en Alemania y en otros países y los consiguientes riesgos para la estabilidad democrática.

En Estados Unidos, Trump se enfrenta a una rendición de cuentas (accountability) inapelable. Su horizonte legal y político es muy complicado. Hay muchas querellas contra él que se activarán a partir del 21 de enero, una vez deje la Casa Blanca. El fiscal de Manhattan, Cyrus Vance Jr., le aguarda con acusaciones de fraude fiscal y financiero. Políticamente puede quedar inhabilitado para cargos públicos si el Senado lo condena tras su 'impeachment'.

Políticamente puede quedar inhabilitado para cargos públicos si el Senado lo condena tras su 'impeachment'

Joe Biden tiene ante sí retos de proporciones extraordinarias. Además de gestionar de forma efectiva la pandemia del covid-19, sacar adelante un plan masivo de estímulos a la economía y tratar de recomponer las alianzas globales de Estados Unidos para poder hacer frente a China, el nuevo presidente debe reparar los daños del trumpismo a la democracia estadounidense y afrontar los problemas nacionales subyacentes que hayan podido legitimar el mensaje trumpista ante millones de votantes.

Con Joe Biden y Kamala Harris, la primera mujer que llega a la vicepresidencia, Estados Unidos deja atrás un populismo tóxico y autoritario. Biden será un presidente centrista, empático y conciliador, acostumbrado a pactar. Una de sus mayores fortalezas es tener la personalidad, el carácter y la experiencia necesarios para empezar a apartar al país de la maligna trayectoria de división trumpista. Tiene también la firme voluntad de hacerlo. Se trata de una tarea que requiere más de cuatro años y es preciso empezarla sin dilaciones.

*Gerardo del Cerro Santamaría reside en Nueva York desde 1992. Es US Fulbright Professional Ambassador (Fulbright Specialist Program), Senior Research Scholar en el MIT, Visiting Professor en la London School of Economics y autor de numerosas publicaciones sobre socioeconomía, sostenibilidad, innovación, urbanismo y globalización. Es doctor por la New School for Social Research de Nueva York y por la Universidad Autónoma de Madrid.

Donald John y el GOP

El espíritu emprendedor, sin un elevado sentido de la ética y de la obligación de respetar las normas, origina una amplia oferta de charlatanes, explotadores y demagogos. Los demagogos extremistas emergen de tiempo en tiempo en todas las sociedades, incluso en aquellas con una sólida tradición democrática. Estados Unidos también ha tenido su parte (Henry Ford, Joseph McCarthy, George Wallace, entre otros), aunque ninguno había llegado a presidente hasta ahora.

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