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Después de Trump, seguimos sin saber por qué unas ideas triunfan y otras no
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Ramón González Férriz

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Después de Trump, seguimos sin saber por qué unas ideas triunfan y otras no

No sabemos si el origen de la era populista es económico o cultural. Tampoco sabemos si es el inicio de una nueva época o solo un paréntesis que ya empieza a terminar

Foto: Manifestación en Washington tras la muerte de George Floyd. (Reuters)
Manifestación en Washington tras la muerte de George Floyd. (Reuters)

¿Lo recuerdan? No entendíamos cómo Trump había logrado ganar las elecciones y empezamos a buscar explicaciones. Estaban, por supuesto, las coyunturales: Clinton era una mala candidata, Obama había generado un enorme resentimiento entre los votantes republicanos, cundía la sensación de que la influencia de los 'lobbies' en Washington no había parado de crecer…

Pero creíamos que, además, debía haber razones estructurales. Y encontramos principalmente dos, una económica y otra cultural. Según la primera, le habían votado los trabajadores industriales que habían perdido su trabajo por la deslocalización de empresas a China y México, que no iban a recuperar sus ingresos y estaban condenados a una vida precaria, con trabajos indignos y el riesgo de caer en el abuso de opiáceos o alcohol. Según la segunda, una especie de péndulo histórico nos estaba devolviendo a una era de nacionalismo, rechazo a la inmigración, resentimiento con las élites y machismo herido.

Por supuesto, todos reconocíamos que ambos fenómenos estaban muy relacionados, pero los científicos sociales dieron explicaciones economicistas y quienes no lo somos, culturalistas. Luego extrapolamos: el auge del populismo en Europa —fuera en Italia con Salvini, en Francia con Le Pen, en Reino Unido con el Brexit, en Polonia con Pis, en Hungría con Fidesz o en España, primero con Podemos y el 'procés' y luego con Vox— debía responder a causas parecidas. En realidad, era difícil establecer esa analogía, pero empezaron a circular conceptos que resultaron muy útiles para explicar algo que nos tenía un poco perplejos: los “perdedores de la globalización”, “los de abajo”, “el pueblo contra las élites”, “el fin de la tecnocracia neoliberal”, “recuperar el control”, “tenim pressa”.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE) Opinión
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Pero esas eran las pistas que teníamos disponibles, e íbamos a seguirlas para intentar comprender lo que no sabíamos si era un quiebre definitivo de la estabilidad de las democracias liberales o solo una desagradable serie de incidentes que acabarían pasando gracias a la incompetencia de sus líderes. En el tiempo transcurrido, muchos de nosotros incluso hemos cambiado de opinión entre una explicación y otra, entre la posibilidad de que la era populista dure o se desvanezca.

Cosas que deberíamos haber aprendido

Pero deberíamos haber aprendido algunas cosas de esta época. La primera y más importante es que las ideas son seductoras, incitantes, efectivas, impulsan acciones y el mundo sigue movido por ellas. No son incorpóreas: las ideas son de personas concretas, que casi siempre las tienen debido a su carácter, trayectoria vital, miedos, complejos y ambiciones personales. Al mismo tiempo, el azar es decisivo para que una idea triunfe y otra fracase: en política, una idea solo es buena si aparece en el momento preciso; una tecnología nueva puede favorecer una serie de ideas frente a otras; sabemos que el físico y la oratoria de quien intenta vendernos una idea influyen en nuestra decisión de aceptarla o no.

Y existen los contrafactuales: ¿qué habría sido de Podemos si Izquierda Unida le hubiera dado un buen cargo a Pablo Iglesias en 2014? ¿Y si un accidente de avión no hubiera acabado con la vida de un puñado de altos cargos del Gobierno de Polonia? ¿Y si Jim Clyburn, un líder demócrata negro, no hubiera apoyado a Joe Biden en las primarias de Carolina del Sur y hubiera ganado Bernie Sanders?

El trabajo de los periodistas es, en parte, encontrar explicaciones, pero debemos reconocer que no sabemos cómo funciona el mercado de las ideas

Los científicos sociales hacen muy bien en buscar correlaciones y el trabajo de los periodistas es, en parte, encontrar explicaciones, pero debemos reconocer que no acabamos de saber cómo funciona el mercado de las ideas a pesar de que, probablemente, sea el más decisivo del mundo.

Además, también deberíamos saber que, independientemente de cómo se presenten las ideas, estas suelen proceder de élites con capacidad para vendérselas a los demás. Aunque esa élite diga pertenecer al pueblo, aunque sostenga que se limita a seguir la voluntad popular, aunque afirme no ser élite porque su tarea consiste precisamente en acabar con ella, las ideas suelen ser suyas y en general circulan de arriba abajo. Aunque, por supuesto, existe la posibilidad de que, cuando la élite pone a circular determinadas ideas, luego pierda parcialmente el control sobre ellas: es lo que les ha sucedido al Partido Republicano estadounidense, a los partidos independentistas catalanes con una parte de sus votantes o a Alternativa por Alemania, que empezó siendo una formación contraria a la deuda pública y el euro y ha acabado como un refugio de conspiranoicos, antisemitas y autoritarios.

La pregunta más inquietante es en qué grado las ideas que tienen éxito conectan con la realidad

La pregunta más inquietante, y que creo que no tiene aún una respuesta convincente, es en qué grado las ideas que tienen éxito están conectadas con la realidad. ¿Estamos seguros de que las ideas insurgentes prenden cuando las condiciones de vida son objetivamente peores? ¿La discusión sobre las nuevas oleadas feministas se debe a que las mujeres están peor o mejor que en las últimas décadas? ¿La izquierda y la derecha han adoptado políticas de la identidad porque algunas identidades están realmente en peligro o porque cada vez lo están menos? ¿Era cierto que las clases medias tienden a ser moderadas y pragmáticas y garantizan la estabilidad de las democracias, o nos lo inventamos porque parecía una idea agradable hasta que vimos clases medias radicalizadas?

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Las ideas son más poderosas de lo que solemos pensar. Es importante buscar cuáles son sus correlaciones o dónde reside su capacidad de seducción en un momento determinado, pero también recordar que son más autónomas y azarosas de lo que nos gusta reconocer. A veces, ni siquiera sabemos por qué defendimos una idea y luego nos cansamos de ella. Y casi siempre somos rehenes de las ideas de otros.

Desconocemos cómo evolucionarán las ideas que han articulado el trumpismo en esta época de insurrección fallida, ni si seguirán triunfando o caerán en el descrédito y acabarán atesoradas por una minoría iluminada. No sabemos si su origen era principalmente económico o cultural. Pero algo deberíamos haber aprendido: prestemos atención a las ideas. Son animales raros, caprichosos y, muchas veces, peligrosos.

¿Lo recuerdan? No entendíamos cómo Trump había logrado ganar las elecciones y empezamos a buscar explicaciones. Estaban, por supuesto, las coyunturales: Clinton era una mala candidata, Obama había generado un enorme resentimiento entre los votantes republicanos, cundía la sensación de que la influencia de los 'lobbies' en Washington no había parado de crecer…

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